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Jueves 9 de Noviembre de 2000

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El extraño caso de Carlos Alonso, artista en los márgenes

El YO y las circunstancias

Su nombre y el de su proyecto grupal Uno x Uno figuran consecuentemente en las agendas de recitales, cada fin de semana, desde hace años. Pero, ¿quién es realmente Alonso? Con décadas de trayectoria y varios ensayos y errores de búsqueda, el hombre reniega de la “escena electrónica” porteña y sigue en su bunker del Gran Buenos Aires.

TEXTOS: MARIANA ENRIQUEZ

Carlos Alonso siempre estuvo ubicado en lugares extraños, o por lo menos diferentes. En 1962, cuando empezó a tocar (“antes de que existiera el rock nacional”, como le gusta subrayar), tenía sólo 13 años y entró en la banda de su hermano, Los Brujos. En ese momento estudiaba guitarra clásica, y vivía, como todos los integrantes de ese grupo, en un barrio a tres kilómetros de San Miguel. Tenían como manager a la madre de Niki Jones (sí, el del Club del Clan) y tocaron durante mucho tiempo. Pero, y siempre habrá un pero en la historia de Alonso, por lo menos a nivel de popularidad, no pasó nada. “Hacíamos música instrumental. Escuchábamos The Shadows, The Ventures, esas bandas. Cuando empiezó lo del rock nacional apareció la revista Pin Up, que organizaba festivales, pero no nos permitían tocar porque éramos instrumentales y ellos reivindicaban el hecho de cantar en castellano. Así que éramos marginales.”
A pesar de que hoy, a los 50 años, se lo reconoce como un “pionero” de la música electrónica, gracias a su grupo/proyecto Uno X Uno, o una “leyenda” olvidada y demás –calificativos con los que seguramente se siente incómodo–, prefiere definirse como un artista o como músico 24 horas. “Desde que me levanto hasta que me acuesto, y a veces a pesar mío”, aclara. Pocos saben que Alonso hizo rock de todos los estilos y formatos. Incluso Uno X Uno, que es visto como un proyecto electrónico, es bastante más que eso. Tiene elementos electrónicos, es cierto, pero también acústicos, se utilizan instrumentos, hay momentos de experimentación, momentos de calma, momentos furiosos, algo industrial, algo de ambient. No estamos hablando de música dance.
El misterio de Alonso también es buscado. Poco se sabe de él en general: prefiere estar en su bunker/estudio de San Miguel, tocar todas las veces que pueda a su manera, y no involucrarse demasiado con la escena del rock en general. “Después de Los Brujos”, sigue relatando, “armamos una banda que se llamaba Aquelarre, antes de la Aquelarre famosa, claro está. Y después pasé a un grupo que nunca tocó en vivo: estuvimos como dos años encerrados, ensayando, y quedó ahí. Poco después armamos Otoño, con gente de Capital, y hacíamos un rock sinfónico bien setenta, con veinte temas metidos en uno, ensamble de cuerdas, superproducido. Y ahí vino un quiebre: decidí armar una cosa más contestataria que se llamó Barrio. Era una suerte de rock nacional con letras sociales. Tuvimos años muy fuertes de giras en la costa, pero nunca pasaba nada por el tema de las letras, estábamos en plena dictadura. En ese momento era muy importante el Festival de La Falda, pero cuando tocamos ahí, en 1983, la banda estaba separada; me acuerdo que hicimos el viaje hasta Córdoba sin hablarnos. En el Festival salimos ‘revelación’, pero después, cuando nos ofrecieron un contrato, optamos por la compañía equivocada, nos tuvo un año en espera, no editamos disco, y yo me harté. Lo próximo fue Los Peores del Barrio, una cosa muy cruda donde mezclábamos tango, punk, psicodelia y new wave. Tocábamos en fiestas medio raras. Después me cansé de los músicos, de la droga de los músicos, de toda esa cuestión. Justo me casé en el ‘85, y entonces me encerré en mi casa. Me preguntaba cómo podía hacer para tocar solo, y armé Uno X Uno cuando accedí a una computadora, que en ese momento era complicado tener. Era muy chica, pero a mí me permitía expresarme. Después tuve una caja de ritmos, y como yo soy ingeniero electrónico todo resultó bastante natural. Entonces me encerré a componer”.
–¿Escuchabas música electrónica en esa época?
–Lo llamativo es que no. Yo nunca fui de escuchar mucha música. Escuché el principio del rock, cuando descubrí a Los Beatles, Stones, The Who y demás. Pero después no, y tampoco en ese momento. En el ‘85 tenía una portaestudio, una Yamaha chica, y hacía rudio con plástico y hacía experimentos, pero a partir de una necesidad mía, no por haber escuchado nada. Cuando salimos a tocar, se produjo como un impacto: estaban surgiendo la Sobrecarga, Los Fabulosos, que eran nuestro público y nos dijeron que teníamos que ir al Parakultural. Ahí nos hicimos un lugar y tocamos mucho. Los punks nos gritaban porque no teníamos batería, pasaban esas cosas. Y ahí la gente me empezó a traer discos, me invitaban a casas a escuchar Residents, Einsturzende Neubauten, Cabaret Voltaire, This Mortal Coil, todas esas bandas que yo desconocía. Fue una coincidencia: yo estaba haciendo ese estilo de música, pero nunca había escuchado a mis contemporáneos. Fue muy loco que muchos años después, en el ‘95, vino Blixa Bargeld a la Argentina. El es el guitarrista, cantante y todo de Einsturzende Neubauten, una banda con la que siempre se comparó a Uno X Uno. Yo había hecho cosas para el Goethe, así que cuando el Instituto lo trajo, me invitó a conocerlo.
–¿Y qué sucedió?
–Se vino para San Miguel con su novia de ese momento. Pasamos el día, comimos, y nos encerramos tres horas tocando, zapando sin hablar, tres guitarras y una batería, sin decir una palabra. Está filmado. Fue algo interesante: hay un material que quiero usar de esas grabaciones. Blixa está muy loco, ha tenido una vida alocada, y para mí ahora no sabe qué vida está teniendo. Pero no tiene ninguna postura: nada estrella, muy humilde, nada divo. Tiene una locura muy distinta a la nuestra. Lo loco es que hay divos locales que ni vienen acá, porque les parece que San Miguel es el fin del mundo. El no tuvo problema. No resiste la comparación con algunos bobos de acá.
–¿Te parece que existe una escena electrónica en Argentina?
–Yo tengo una edad para decir lo que pienso, y creo que en Argentina de la escena del rock, e incluyo a la electrónica, es muy difícil rescatar cosas, cosas que sobrevivan al tiempo. Me quedo con la primera época del rock argentino: nunca más apareció un Almendra ni un Pescado ni un Manal. Esta nueva camada del rock argentino me parece que no va a quedar. Se pueden encontrar excepciones, pero en cuanto a los músicos electrónicos específicamente, se preocupan más por una cuestión de imagen o por hacerse amigo de tal periodista para que les promocione tal cosa, que por ponerse a tocar. Hay una gran confusión. Además, los músicos electrónicos argentinos son muy quisquillosos y si ven una batería se molestan. Yo descreo de todo eso, soy el raro de los electrónicos. En Uno X Uno estoy tocando guitarra, a veces tocamos acústico, a veces, electrónico. Cuando estoy solo toco todo electrónico, pero no creo mucho en el purismo o en la mirada innovadora de la música electrónica. Para mí, hacer música electrónica es una opción más; es sólo otra posibilidad, lo mismo que meter una guitarra. De lo demás, esa pose, de la cual muchos se agarran o se esconden, yo paso. La aparición de la escena electrónica argentina sirvió para que muchos –que de otra forma no hubieran tenido oportunidad– se colaran por ese espacio y que tuvieran sus 15 minutos de gloria. Y hay un juego de poder, una lucha por un lugar que no existe. No lo entiendo y nunca voy a poder entenderlo. Soy músico porque me tocó y es pesar mío, y no estoy en esos manejos. A veces me pongo en un lugar donde no quiero negociar, no me interesa, no puedo hacerlo y prefiero quedarme en casa. Los 60 km que nos separan de la Capital están buenos porque somos un grupo atemporal, han pasado diez mil modas, y nosotros quedamos.
–¿Por qué te parece que nunca pudiste tener cierta respuesta más o menos masiva?
–Tenemos un éxito silencioso. En este momento, con Horacio Contursi (percusionista y baterista que supo estar en el Di Tella) y Héctor, el bajista, estamos en un momento artístico y creativo impresionante. Los shows salen bárbaro, a la gente le encantan y pasan cosas, pero no sale de ahí. A veces me siento culpable de eso, porque algo estaré haciendo mal para que no trascienda esto que logramos. Estaría bueno que llegue a la gente, que sea algo más popular; por ahí es un error mío, pero no lo descubro todavía... (risas) No sé si soy yo o las circunstancias. Queríamos probar suerte afuera, ir a Barcelona a intentar unos meses, pero no sé... También los medios están agarrados a pautas y es complicado para un grupo independiente. Nunca tuvimos apoyo de nada, el sello (La Sonrisa de Luz/Ediciones Efímeras) lo manejo yo. Tenemos más de una docena de discos grabados, han salido comentados en revistas internacionales súper importantes como Keyboard, donde nos definieron como “new tango y música experimental”. Y llevamos el material a sellos, pero para los puristas del jazz no hacemos jazz, y lo mismo para los puristas rockeros o electrónicos. Estamos en el medio de todo.