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Clara de noche

Convivir con virus
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Jueves 9 de Noviembre de 2000

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convivir con virus

MARTA DILLON

¿Miedo? Sí, distintos miedos, toda una colección de temores. A la noche me asustan los ruidos de mi casa cuando está vacía, las voces que llegan desde la vereda presagiando invasiones extrañas, hombres que escapan de algún lado, imagino persecuciones que siempre terminan en mi puerta, disparos sin destino, balas perdidas, hordas de delincuentes al estilo Mad Max que matan por que sí y que tal vez me hayan elegido como blanco. Miedos tontos que apenas sobreviven cuando prendo la luz y me levanto de la cama, todavía sintiendo la descarga eléctrica del pánico. De día los miedos son otros, distintos, variados, mutantes según la estación del año, las actividades de mi hija, las noticias del diario. Temo levantarme un día y que se me hayan acabado las acrobacias posibles para resistir la falta de guita. Le temo al teléfono cuando suena de madrugada, le temo a las alturas, a las inundaciones, a los accidentes de tránsito. Tengo un miedo que se puede tocar y es frío como un iceberg cada vez que mi díscolo aparato digestivo me juega una mala pasada y me obliga a doblarme frente al inodoro, como si estuviera pidiendo perdón por algún pecado que seguramente cometí, como tomar de más o comer de menos. Le temo a los delirios de la fiebre, a que la suerte alguna vez me abandone y la temperatura me inmovilice en el mismo momento en que tengo que llenar páginas del diario, tengo miedo de que un día se den cuenta, que se me acaben las palabras, que los compañeros ya no me tengan paciencia y se cansen de mis gritos, que mis animales se agoten de estar solos y decidan abandonarme. Tengo miedo todo el tiempo y a distintas cosas, pero nunca dejé de atender el teléfono a la madrugada, ni me quedé en casa para no sentir el eco de otros pasos en alguna noche cerrada, los ruidos de la casa me arrancan de la cama, nunca elegí taparme con la frazada. Nunca le prohibí a mi hija que se subiera a un árbol por temor a la caída, ni deseché un brindis, ni cerré los ojos a lo que pasaba a mi alrededor para evitar el pánico del dolor ajeno y del propio. Siempre me da miedo el amor y cada vez me enamoro como la primera. Le tengo miedo al rechazo, pero eso sólo demora un poco más al deseo. El miedo es una alarma y un desafío, pero nunca una razón para la parálisis. Le temo a la incertidumbre y a la falta de trabajo y a no saber qué hacer para retenerlo, pero más le temo al silencio, más todavía a la inmovilidad. Le temo a la muerte, es cierto, aunque cotidianamente crea que no, le temo al deterioro de mi cuerpo, al dolor, a la agonía, a dejar a mi hija sola en este mundo de mierda. Pero más, mucho más le temo a que la vida me pase por al lado mientras estoy muy ocupada protegiéndome del miedo. Tengo miedo de que mi vida no sea digna, pero tengo pánico de no tener la dignidad suficiente como para intentar cambiarla.

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