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Jueves 8 de Febrero de 2001

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¿Sabrá tu madre que leés esto?

P.P.

Presiento que no será un día como cualquier otro”, se le ocurre a Paul Stanley en una mañana resacosa antes de enfrentarse al espejo y descubrir el horror: le desaparecieron los pelos del pecho. Una mujer que es todo vagina sufre un accidente menstrual frente a sus flamantes suegros. No importa lo que le suceda –toparse con dos extraterrestes, tener que optar entre mate dulce o amargo–, José Luis Perales sólo sabe decir: “aguante los Redondos”. Nachito, “el trasher complaciente”, acepta comprar un disco de Jairo en lugar del último de Sepultura. Un heladero pedófilo sostiene un secreto idilio con un clientecito goloso. Una pareja cree que las DRF de naranja son un solvente método anticonceptivo.
El pequeño catálogo de situaciones y personajes corresponde al universo enfermito de Gustavo Sala, un prolijo muchacho de 27 años y emociones estables, según puede saberse en el prólogo de Falsalarma!, el volumen que publicó la revista Comiqueando en su última edición. Humorista gráfico marplatense, Sala hizo y deshizo el fanzine cult Falsa Modestia, tinta china de alcantarillas que dejó de correr en 1999. Discípulo imperfecto del viejo incorrecto Robert Crumb, Sala deforma el planeta y lo convierte en una inmundicia gobernada por el rock descerebrado, la zoofilia y el acné. Un descuartizador de la cultura pop, un artista del mal gusto capaz de postular a una decena de ratones espantosos como dobles de Mickey Mouse y de burlarse del mundillo comiquero porteño –en muchos casos, estúpido y asexuado– en una historieta feminista sin ninguna clase de moraleja.
Un modesto atentado de herejía. Y se consigue en los kioscos.


Cuatro razones para entusiasmarse

Manso. Lo bueno viene en envase pequeño y aun estando en un equipo que apenas puede aspirar a mitad de tabla (aunque nunca se sabe), el 10 de Ñuls es de los que garantiza, cada partido, algún chiche y mucho más también. Y ojo que, aunque chiquito, no arruga, va siempre al frente y gambetea, gambetea...
Saviola. Se fue Pablito Aimar, pero al menos quedó él. Capaz de definir un partido en una ráfaga de gambeta y definición, capaz de soportar –con su metro sesenta y sus sesenta kilos– toda la presión puesta sobre un River conflictuado y algo anárquico. Parece ser la ¿única? esperanza de los millo para este torneo, y ¡está bien! que así sea.
Riquelme. Por suerte no lo vendieron... Por suerte seguirá pisándola y pisándola, poniendo pases milimétricos, haciendo esos goles que siempre son lindos (en los torneos de verano hubo una buena muestra). Y por suerte seguirá, casi inconscientemente, cambiando la mentalidad del otro cavernícola (huevo, huevo, huevo) hincha de Boca.
Castillo. El sabor colombiano en las canchas argentinas. Cuando llegó a Vélez, pocos sabían de su gambeta, guapeza, velocidad y gol. Es de esos delanteros que siempre son capaces de provocar algo, una jugada de peligro, un instante de electricidad en un partido de baja tensión. Además, cuando convierte, se manda unos bailecitos sabrosos, sabrosos...


AGUANTE