La premisa de Monzón (Space estrena hoy a las 22 los dos primeros episodios) funciona como un KO. “Idolo. Campeón. Femicida”, se puede leer en la promoción de la miniserie sobre el boxeador que opta por constituir el relato desde el último de los tres perfiles. Serán un total de trece capítulos para contar el ascenso y caída de una de las mayores figuras del deporte argentino pero con la bisagra que significó en su vida volverse un homicida. Decisión lógica, éticamente irreprochable y arriesgada en cuanto a lo narrativo. Porque desde ese horizonte, a su vez, se permite discutir algunos tópicos de la idiosincrasia argentina como la cultura de la fama y el machismo.

El comienzo es en la madrugada marplatense del 14 de febrero de 1988. Un largo plano secuencia se pasea por un lujoso chalet convertido en pesadilla: hay vidrios rotos, sangre, música estridente y lamparitas titilantes. Fuera de campo se oyen los gritos de un hombre y de una mujer. Un nene que se escapa de su habitación para espiar. Baja hasta el living y por detrás suyo se observa la caída de un cuerpo. Ese cuerpo es, claro, el de Alicia Muñiz. Desde el inicio, Monzón es una biopic poco convencional ya que no sigue las coordenadas del género. Ese momento será el pivote y por medio de flashbacks se reconstruye la historia del santafesino. El primer Monzón que aparece en pantalla es el que compone Mauricio Paniagua, de un increíble parecido físico, personificando a un pibe del interior como un volcán a punto de entrar en erupción. Recién al final del primer episodio brota Jorge Román (El Bonaerense) como el hombre que dejó de ser el boxeador invicto de los medianos, el fetiche popular, el playboy que se codeó con el jetset para ser investigado por un crimen. “Yo soy Carlos Monzón”, se presenta soberbio al fiscal encargado de investigar el caso (Diego Cremonesi). 

Este es un momento pródigo para la biopic de ídolos populares con Sandro de América y la inédita sobre Maradona encargada por Amazon. Monzón comparte con éstas el recurso de elegir varios actores para presentar distintos perfiles de sus protagonistas. Si había temor al panegírico, la explotación al estilo Sin Condena o el arquetipo del “boxing film”, la ficción responde con una contundencia y oscuridad evidentes. Por un lado se presenta su debacle con notas del policial de investigación. Por el otro, la trama intenta develar, a través del repaso de sus luces y sombras, cómo es que se volvió el asesino de su última pareja (a cargo de Carla Quevedo). 

El drama no se apega al repaso de lo más conocido de su historial sino que lo evoca. Así es como algunas figuras de su entorno y de la farándula local cuentan con otros nombres aunque sean muy fáciles de identificar. Para relatar su juventud en Santa Fe, la entrega se apropia de códigos de otros géneros para enseñar la dureza de la crianza a la vera del Paraná (¿sabalero western?, ¿gótico del litoral?). Sin embargo, otro de los méritos de la propuesta es el de describir de manera muy elocuente la perversión social –complicidad sería un término más adecuado– alrededor de Monzón. “¿Y, dónde está el campeón?”, pregunta el juez a cargo de la instrucción en uno de esos estiletazos. 

Su director, Jesús Braseras (Estocolmo, Todos contra Juan, Rizhoma Hotel), compone algunos cuadros tan inquietantes como destacables. Uno de ellas es la de Monzón sentado en una camilla de hospital como un tótem vencido evocando, paradójicamente, las esperas en su vestuario antes de subir al ring. Monzón es impecable desde lo técnico, con su apertura que recuerda a True Detective, en la personificación del elenco y en su recreación de época. Las menciones a Pumper Nic, las canciones de Los Enanitos Verdes, los walkmans, las tapas de la revista Gente y el uso del archivo de Nuevediario, ayudan a configurar ese lado B de los 80. Todo sea para acercarse al  hombre que encarnaba el prototipo del macho argento. De hecho así se llamó un spaghetti western que protagonizó en 1977, el mismo año de su retiro. Película, cuyo título para el mercado anglo, era más fidedigno de lo que vendría: Macho Killers.