Patricia Kolesnicov guardaba en una carpetita las escenas que protagonizan Florencia Kraft y Maria Gabay. “No es amor” es el conjunto de esos momentos en los que una joven militante de la Franja Morada y una chica “vian” dueña de un laboratorio viven una abrumadora historia llena de sexo y agonía en la primavera democrática. 

Se cumplen diez años de esa publicación, que aparecía un año antes de la legalización del matrimonio igualitario y seguía siendo solitaria en el concierto de ficciones lesbianas. Sólo algunas parientas: Molloy, Barrandeguy, Moreno. En estos diez años pasaron muchas cosas y algunos libros, por ejemplo uno de la misma pluma: Me enamoré de una vegetariana (2017), una historia de amor adolescente, festiva, que sin embargo sostiene el estado de advertencia: es necesario avisar, todavía es necesario decirlo (o de caso contrario, nos servirán la normativa carne). “No es amor”, la historia de estas dos mujeres que se atraen pero no sueñan con una vida juntas se reedita en una versión digital por Indie Libros. Soy conversó con su autora acerca de lo vintage del amor, que pasó en esta década, y cómo sus personajes la transitaron.

Pasaron diez años casi desde la primera edición de “No es amor”.

¿Cómo pensás esas distancias temporales en relación a la ficción amorosa? 

A mí me sorprende mucho todo lo que cambió... la novela está situada a fines de los 80, principios de los 90. Es mega vintage respecto de nuestras vidas, en el momento que se publicó ya lo era en muchos sentidos. Hay elementos que ya no se encuentran: los cospeles, el bipper, el contestador. Hay ciertas angustias que no teníamos y ahora tenemos otras. A nadie le clavaron el visto en esa novela, me parece que quedó vintage el vínculo, no el amor y es desamor, que no pasan de moda. La novela contiene cierta angustia, no es una historia donde haya una persecución, no hay un afuera que problematice el vínculo entre mujeres. En cambio, existe algo que no está tan naturalizado, se les ocurre coger pero no se les ocurre nunca que pueden ser una pareja.

En algunos momentos ellas se desencuentran, cogen mal, se abrazan, se quieren, pero no se encuentran. En un fragmento una le dice “¿dónde voy a encontrar un hombre que me mire todo el tiempo como me mirás vos?”. Eso sí cambió un poco, la idea de que una mujer es el reemplazo de un hombre que no llega a amarte.

María esperaba ser la mujer de un hombre. Ella viene de una clase muy alta, esa clase ha cogido toda la vida con todo el mundo, es una clase que siempre consumió, tuvieron relaciones libres... los pacatos en ese sentido somos los de clase media. Yo crecí en una familia de clase media, donde había que casarse, eran comerciantes, y reinaba la limpieza y la moralina. Pero en las clases altas hay otras cuestiones para mantener relaciones tradicionales que son la herencia por ejemplo. A mí me gusta de esta novela que ella al tipo lo quiere. Su relación con él no está totalmente impuesta por la sociedad, como escritora yo no quería eso. Lo que le sucede a María está mucho más adentro, ella se enamora de quien se puede enamorar. Se enamora bastante de Florencia, aunque lo sienta como una molestia y nunca sea consciente de eso, es la evidencia de su deseo.

La historia transcurre en los 80 pero es escrita en los 90 y leída en el 2009 y 2019. En esas décadas pasaron el menemismo, un pequeño gobierno radical, todo el kirchnerismo, ¿Cómo pensás que modifica esto la lectura de la militancia?

Ella es una militante de Franja Morada. Cuando ella cae, cae con las ilusiones democráticas, con Franja Morada y ante la victoria del gobierno conservador, con la asunción de Menem. A mí me gusta esa destrucción paralela, porque María también se enamora del poder que tiene Florencia, que deja de tenerlo. 

¿Cómo se lee ahora? ¿Cómo lo leería una chica que nació con Menem y hoy tiene veinte años? Cuéntenmelo. Ella es una militante universitaria rosquera, alguien que si puede reventar a otro lo revienta. Hoy no me gusta Florencia, lo que nos erotizaba también cambió.

Desde la dedicatoria, Florencia y María son dos personajes que atraviesan el tiempo. Les dedicás el libro a ellas, de alguna manera están fuera de la historia. ¿Pensás que eso les permite atravesar las décadas de otra manera? 

Me gusta pensar quienes son hoy, cómo envejecieron. En un momento Florencia le dice a María: casate, cogete al profesor de tenis, compra todo, una serie de mandatos clasistas. Hoy la imagino a María casada con Andrés, ya le metió mil veces los cuernos. ¿Se reencontró con Florencia? ¿La volvió a ver?

¿Serán amigas, como tantas de nosotras, o Florencia no se la banca?

Tengo escrito lo que pasó: Florencia vive en París con una chica que se llama Michelle y tiene una amiga escritora, cuyo seudónimo es Quefelicité y sólo escribe novelas que terminan bien. Florencia en un momento está internada, esta amiga va a la casa y le cuenta historias donde siempre está María, siempre terminan bien, siempre está María con ella. Son escenas que quedaron en mi cabeza, millones. Pero en la otra novela. La Florencia de “No es amor” no tiene lugar en la Argentina de Menem. María sí, ella pacta, va a tener un hijo. Pero después de los cuarenta nos vemos.

¿Pensás que es una forma de amar y de militar que cambió?

Hoy la veo un poco ingenua a la novela. Le veo una desesperación de amor que es juvenil y me da pudor. Florencia dice que se le perdió el corazón de leche, y tengo esa sensación con la novela, después vienen los dientes y las historias para morder en serio. La primera siempre es algo que  tuviste y no va a volver. 

Pero hay algo que la novela sostiene, algo que se trabaja hoy en espacios de escritura y lectura lesbianos: la idea del cuerpo lesbiano. En la novela hay un cuerpo cortado, un cuerpo rengo, cuerpos lesbianos escondidos, quebrados, que quiebran la norma del cuerpo de una mujer. 

Estamos en plena discusión acerca de si las lesbianas son mujeres. Yo tengo una posición tomada: soy una mujer que ama a otras mujeres. Hay millones de posibilidades y la mía es mujer con mujer. Me parece que la novela también va en ese sentido y me pregunto si hay un cuerpo lesbiano. Lo que está presente en la novela es un cuerpo que evidencia un llamado de atención, uno que no funciona como debería. Pero hoy en día el debería es dudoso, quién se atreve a decir lo que debería.

¿Sentís que en ese momento escribías en soledad? ¿Quiero decir, sin pares?

Escribía en soledad y me daba mucho miedo. Durante muchos años pensé que era algo para escribir pero no para publicar. Lo tenía en una carpeta, en hojas sueltas que iba acomodando, iba moviendo las escenas. Pensaba que nunca me iba a atrever a publicarlo, pero no podía dejar de escribir. Se trataba de escribir sobre lesbianas en un momento en el que no era cool. Tampoco era condenatorio, nadie iba a matarte pero todavía no era cool. Tenías que decirlo, pasar por ese momento, inhalabas, exhalabas, y a ver a quién se lo contabas. Después me enteré que había cosas anteriores, canciones, literatura. Pero en ese momento no sabía.

¿Qué leías o buscabas mientras escribías o corregías la novela?

La mayor parte de la novela estaba escrita antes del 2009. Estaba Katherine V. Forrest, en inglés, que hacía novela policial lésbica, las tengo todas. Tenía un personaje principal que era una detective lesbiana y yo leía todas sus sagas. Leía como para leer algo, iba encontrando lo que podía. Y los poemas de Diana [Bellessi]. Era un trabajo de encontrar guiños. 

Una tradición de guiños es algo muy literario, como encontrar huellas en el camino de la literatura lesbiana.

Me acuerdo del de Silvia Molloy, “En Breve Cárcel”, que es buenísimo y ya empezaba a aparecer. También “El bosque de la noche” de Djuna Barnes, “El mismo mar de todos los veranos” de Esther Tusquets. Una iba buscando, te enterabas que iba a pasar algo. Ya en el 2009, cuando la novela apareció, el ambiente era distinto. 

La novela tiene una escritura fragmentaria, un gesto moderno que es bastante frecuente ahora pero en ese momento no se acostumbraba. Es decir, la novela tenía una prosa de largo aliento, sin tantas intervenciones.

Es una novela por escenas, por eso las podía cambiar de lugar. En un momento todo se unió, como cuando estudiás para un final. Entendí el devenir político alrededor de la novela. La industria nacional, cómo se cayó. En la novela hay un laboratorio pero lo que yo ví fue ese proceso en las editoriales: los dueños que pasan a ser gerentes, el viejo que es desplazado, los pendejos que vienen de EEUU con ideas renovadas y ponen durlock, todo ese proceso en mis personajes. María no se casa con tipo como su papá, se casa con un tipo que pone un teatro, lo cool en ese momento. La novela habla de ese paso, de ese nuevo mundo político y económico. Quizás porque tuve mucho tiempo para escribirla, si hubiera tardado un mes no sé cómo hubiera sido, pero duró veinte años.

Espero que no tardes otros veinte para la saga.

Tengo medio escrita una segunda parte. Hay cosas de la desesperación del amor que no pasan de moda. La forma en que ellas cogen, eso lo que más me gustó escribir, las escenas de sexo, de sexo fuerte. En esa época se hablaba del “tierno amor de las mujeres”, pero Florencia y María se quieren coger y se quieren matar, a veces al mismo tiempo. Hay violencia en el afecto, no todo es la seda de tu piel, el amor tierno del que hablaban en esa época y finalmente era más doloroso. El amor no es mermelada.