Tres millones de personas participaron ayer en San Pablo del primer desfile del Orgullo LGBT de la gestión del presidente Jair Bolsonaro, a sólo diez días del fallo de la Corte Suprema de Justicia que tipificó a la homofobia como un delito penal equiparable al racismo. La masividad de la marcha es una reacción destacada en un país que hace menos de un año votó a un presidente como Bolsonaro, que ha dicho aun durante la campaña que “sería incapaz de amar a un hijo homosexual” y de ser así que preferiría que “muera en un accidente a que aparezca con un hombre con bigote por ahí”. A lo largo de la semana, la presidenta de la Asociación del Orgullo LGBT, Cláudia Regina García, predijo que la gente saldría a las calles y los gobernantes entenderían que “nadie va a volver a casa, al armario o a las ‘senzalas’”, como se denominaban a los antiguos alojamientos de esclavos en Brasil.