Un grupo de mujeres se propuso acabar con la tradición del machismo en el tango, presente en el lenguaje pero también en las prácticas naturalizadas que reinan en las milongas. El Movimiento Feminista de Tango (MFT) presentó anoche un protocolo contra la violencia machista, una guía para resolver situaciones de violencia, acoso o incomodidad en los salones de baile. A partir del diálogo en asambleas y del intercambio con los organizadores, el MFT elaboró una serie de recomendaciones para hacer del ámbito del tango un “espacio igualitario, más agradable y más justo”, libre de violencia simbólica y física. El protocolo promueve también la inclusión de mujeres músicas y cantantes en las orquestas.

Una mujer sentada de piernas cruzadas espera que alguno de los hombres de la milonga la saque a bailar porque ella no puede hacerlo, otra está en medio de una clase de baile y no entiende si lo que acaba de ocurrir era parte de la danza o si está sufriendo un abuso y la que está en la pista se siente humillada por un hombre que le marca cada compás, como si fuera el dueño de todo el conocimiento tanguero. Esas son algunas situaciones que sufren las mujeres en las milongas, que el MFT busca erradicar. El primer paso, dicen, es “flexibilizar y actualizar los códigos de las milongas” porque “hay otras opciones de tango”.

“Los tiempos están cambiando, estamos en un momento de transición, hablamos del lenguaje inclusivo, de correrse de los estereotipos de la típica foto de tango con la mujer hipersexualizada y en un lugar subordinado frente al varón macho argentino”, explicó a este diario Natalia Teran, una de las impulsoras. El MFT se autodefine como un movimiento que surgió de la necesidad de las mujeres del tango de unirse para gestionar herramientas y acciones tendientes a lograr efectivamente la igualdad entre todes les integrantes de la comunidad tanguera. Del encuentro, los talleres y el debate, surgió este protocolo.

El objetivo principal del documento del MFT es brindar una herramienta a los organizadores de las milongas para que sepan cómo intervenir ante determinadas situaciones. “Se trata de cuestiones que van desde incomodidades más sutiles hasta cuestiones físicas, donde uno siente la incomodidad en el cuerpo, donde no sabe si es parte de la danza o se está cometiendo un abuso”, subrayó Teran. Son líneas de acción concretas que marcan que siempre que haya una situación de violencia, hay que intervenir. “Queremos que se la acompañe, que se la lleve a un espacio seguro en el que pueda hablar, que se la contenga y se le pregunte a ella qué quiere hacer. Que no pase como siempre que la mujer se va sin pedir ayuda. La idea es que sea la persona que la incomodó sea invitada a retirarse amablemente”, amplió.

En esa línea, señalan la necesidad de que el dueño de la milonga esté atento ante cualquier situación de violencia que noten dentro o fuera de la pista, que se responsabilicen por lo que ocurra en los espacios “no sólo cuando alguien pide ayuda”. También que se “promocione” el protocolo para que sirva “como elemento disuasor” pero además para que las mujeres se sientan acompañadas y puedan elegir milongas adheridas al protocolo, donde saben que se actuará en consecuencia. Si bien persisten los organizadores más “fundamentalistas”, muchos de los organizadores participaron de la presentación en el centro Cultural Tierra Violeta y agradecieron el trabajo, aunque también señalaron la dificultad de intervenir en situaciones menos claras por lo propio de la danza.

El documento se erige en pie de lucha contra los micromachismos: apunta a que todas las personas puedan invitar a bailar y que todos pueden elegir los roles, sin necesidad de que esté marcado que el que “lidera” o “lleva” es el otro. “No se trata de ser hombre o mujer”, apuntó Teran. En contraposición, ellas proponen que se dé lugar a expresiones de tango más disidentes, más alternativas. “Antes era impensado que dos hombres o dos mujeres bailaran juntos pero ahora hay muchísimas milongas donde esto ya se volvió natural”, subrayó.

Se toman como modelos muchos de los protocolos existentes en casos de centros culturales o comunitarios, citando tanto la Ley 26.485, de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia de género, como la 26.150, de Educación Sexual Integral.