Producción: Ludmila Ferrer


JUDITH NOWOMINSKI, SEMINARIO RABÍNICO LATINOAMERICANO

“Para liderar, una mujer no tiene que ser masculina”

Guadalupe Lombardo

 

“Vino Marshall (Meyer) y nos dijo ‘Hoy se ponen el talit –manto ritual–’. Y no me lo saqué nunca más”, recordó la rabina Judith Nowominski. Hoy es decana de estudiantes y dirige un programa de acompañamiento espiritual en el Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer, da clases a grupos de mujeres y oficia ceremonias religiosas. Aunque ya no lidera una comunidad, pero su amor por la tradición judía viene desde chica. “Yo lo sentaba a mi hermano menor y le daba clases. Y así lo volví ortodoxo”, dijo entre risas.

Nowominski nació en Buenos Aires el 8 de agosto de 1964. Su madre es uruguaya y su padre había llegado de Polonia cuando era niño. “Mis abuelos llegaron acá y se sacaron todo lo que los identificaba como judíos. A mi papá y a mi tío les cortaron los peiot –los rulos a los costados de la cabeza–”, sostuvo. Si bien se mantuvo la identificación con la idishkait, la cultura idish, en la casa de los Nowominski no había educación religiosa, no se comía kasher e incluso se fumaba durante el shabat. “Sí fui a una escuela hebrea, al David Bolson, que era donde se estudiaban las tradiciones y el hebreo en forma intensa, pero sin contenido religioso”, señaló.

Judy comenzó a acercarse a la religión durante su adolescencia cuando comenzó a ir al coro de su escuela y, a partir de los dieciséis, a asistir a Bet–El, el templo al que iba su novio y hoy marido, Dani. Cuando terminó el secundario, empezó a estudiar en el seminario para ser morá –maestra–, pero también quería ser rabina. “Me acerqué al director de la escuela de morim y le pregunté si podía ser alumna del departamento rabínico y me dijo que no. Yo me enojé mucho”, recordó, pero decidió hablar con Meyer, amigo de sus suegros, y él le ofreció ir como oyente a sus clases de psiquiatría pastoral. “El (Meyer) pensaba que tenía que haber mujeres rabinas y sabía que en algún momento iba a llegar. Era un pionero en todo lo que hacía”, opinó.

Sin embargo, Nowominski dejó la carrera poco después de casarse a los dieciocho años. “Ahí sí toqué la realidad de que tenía que trabajar”, afirmó. Empezó a desempeñarse como morá en dos escuelas –una de ellas el colegio Tarbut, donde estuvo veintitrés años– y, al poco tiempo, ella y su marido decidieron tener a Tami, su primera hija. “Prevaleció el armado de la familia, el trabajo. Lo universitario lo dejé en un segundo plano y el ser morá también” contó. No se arrepiente, es lo que ella y su marido quisieron hacer.

Recién en 1997 volvió al Seminario a terminar las cinco materias que le quedaban para obtener el título de morá. “Yo considero mi experiencia en Tarbut como años de formación importantes, años de experiencia, pero me daba vergüenza estar trabajando en uno de los colegios más importantes en la red judía y no tener el título”, afirmó Nowominski. Cursó y rindió lo que las materias que le faltaba porque “en ese momento era todo presencial, ni siquiera libre”. “Y lo terminé”, afirmó con orgullo.

Después de la muerte de su padre, Nowominski y su familia viajaron a Israel y ahí se enteró de que podía hacer una carrera universitaria en humanidades con especialización en estudios judaicos. “Nunca me voy a olvidar de ese momento en el que me bajé del auto y me anoté. En el auto estaba Dani con los chicos y mi mamá esperándome”, recordó. Le mandaban los libros por correo, debía rendir los exámenes en la Embajada y, para recibirse, debía viajar a Israel a defender sus tesinas. “Yo empecé sin saber si me iba a recibir, pero lo super disfruté. Adquirí un nivel de hebreo en lectura y escritura tremendo”, afirmó la rabina.

En simultáneo y de a poco, siguió cursando los estudios rabínicos en el Seminario. Ya contaba con los títulos y el nivel de idiomas necesarios para obtener el título de rabina. Sin embargo, Dani “me dijo que no quería que yo fuera rabina, que era mucha exposición” y temía que eso lastimara a su esposa. Pero aún así, acompañó a Nowominski en su decisión. “Dani me acompaña a todos lados y está orgulloso de lo que hice”, dijo.

Nowominski fue un semestre a Israel para recibirse como rabina. “Era la primera vez que vivía sola”, contó, aunque fue algunas veces a visitar a su hermano. Nowominski aseguró que disfrutó mucho la experiencia académica y que ahí fue “impulsada a tener una práctica igualitaria”. Incluso se compró sus propios tefilín.

En 2008, Nowominski ya había dejado el colegio Tarbut para comenzar a trabajar en un templo del movimiento conservador como directora de Talmud Torá –los cursos de preparación para bar y bat mitzvá– y, posteriormente, como seminarista. El 19 de diciembre de 2012, después de su paso por Israel, fue su instalación como rabina y comenzó a compartir el púlpito con un colega varón, aunque se mantuvo en un segundo plano “simplemente porque él era mayor y tenía una antigüedad de más de 20 años en la comunidad, había sido mi maestro”.

En 2015, el rabino decidió irse de la comunidad y Nowominski pasó a liderar. Aún así, la comisión directiva le dijo que no se preocupara, que ya iban a conseguir un rabino varón para que la acompañe “porque la gente pide pide un varón”. Nowominski lideró sola la comunidad durante dos años hasta que, finalmente, la comisión directiva contrató un rabino joven y con menos experiencia para que lidere, forzándola a ocupar un segundo plano. “No tuve opción y me sentí obligada a irme”, lamentó. En el medio, fue diagnosticada con un cáncer de mama que superó con el apoyo incondicional de su familia.

Nowominski disfruta de ser abuela de tres nietos y de dar clases en el Seminario a grupos de mujeres donde repasan la importancia de las matriarcas judías y reflexionan sobre hechos de actualidad “Cuando salió (el debate sobre) el aborto, yo enseñé qué dice la tradición judía sobre el aborto. Para eso estoy”, aseguró.

“No sé si volveré a estar arriba de un púlpito o si ese es mi objetivo ahora.  Pero creo que di muchos pasos, cumplí un sueño que era acompañar no solamente en los momentos de aprendizaje e instancias educativas a los chicos, si no en los distintos momentos de la vida –reflexionó la rabina– Yo tomo como que esa fue mi misión dar algunos pasos y también desterrar la idea de que para liderar una mujer tiene que ser masculina”.


SILVINA CHEMEN, COMUNIDAD BET-EL

“Un lugar de absoluta igualdad”

Guadalupe Lombardo

“¿Abuelo, cómo no vamos a ir al templo porque llueve? Dios está igual”, inquirió cuando era una niña Silvina Chemen. “Mi abuelo era el que siempre me llevaba al templo”, recordó. Hoy Chemen, junto con al rabino Daniel Goldman, está al frente de Bet-El, la comunidad conservadora que fundó en el país Marshall Meyer en la década del ‘60. “De chiquita nunca dije que quería ser rabina. Lo único que quería era ser morá –maestra– como mi mamá, que era la mejor maestra del mundo”, agregó. Su vínculo con la educación comenzó temprano, después de bat mitzvá. Uno de los profesores de la primaria le pidió a Chemen que lo ayudara a preparar a las chicas de sexto grado para el ritual. “A los catorce ya era organista del templo y a los 15 dirigía el coro. Después me dieron las llaves del templo”, dijo la rabina entre risas. “Era la época de la dictadura y mis viejos no me dejaban ir a ningún lado, salvo al templo. Y cuando no había minián allá, me venía a Bet-El caminando, me sentaba en la última fila y rezaba. ¡Y terminé en este templo sin proponermelo!”, agregó. Chemen nació en 1962 en una familia sefaradí que vivía en el Tigre. “Yo me crié en la calle, jugando con mis vecinos. Nunca me enteré de que había problemas entre judíos y cristianos porque jugaba con todos y en el verano sacábamos la tabla de la puerta, poníamos dos caballetes, comíamos todos juntos en la calle y mi abuelo fumaba toscano para que no nos piquen los mosquitos. Esa fue mi infancia”, contó. Su madre, apodada Titi, era maestra y su padre, Jack, tenía un negocio de arreglo de electrodomésticos sobre lo que hoy es la 9 de Julio.  “Mis padres eran re humildes. En la cocina había una lata que decía ‘Para la educación judía de las nenas’ y ponían plata ahí. Todo lo que ganaban era para poder pagar una escuela judía”, afirmó Chemen. En primer grado comenzó a asistir a una escuela sefaradí de Acassuso y, cuando con su familia se mudaron a Capital, fue a Shalom y a Rambam, una institución ashkenazí donde hizo el secundario. “Mis padres decían que ellos tenían la tradición, porque respetaban tradiciones, pero que no me podían transmitir el significado de las cosas”, dijo. Cuando tenía diez años, Chemen decidió copiar a mano el Ma Nishtaná para todos los comensales del Seder de Pesaj. “Con los años fui armando yo el Seder y me preguntaban a mí lo que iba en la keará. Siempre vivimos la tradición judía con muchísima alegría”, recordó la rabina.  Cuando terminó el secundario, Chemen empezó a prepararse para ser morá de música. “Era la mejor manera de enseñar judaísmo, hebreo, tradiciones y plegarias”, opinó. En paralelo, siguió trabajando en instituciones judías, pero quería completar su formación intelectual. “Siempre estuve metida en un frasco judío, entonces me anoté en la universidad en Ciencias de la Comunicación”, explicó. La bibliografía de la carrera le permitió interpretar de otra forma los textos de la tradición judía. “Yo soy comunicadora y mi rol es la traducción de un judaísmo milenario a una espiritualidad de sentido hoy día”, aseguró.  Chemen también trabajó en sinagogas donde ofició como rabina para festividades religiosas, casamientos, entierros y bar y bat mitzvá. En el 2000, cuando su hijo menor entró a la escuela, decidió terminar el rabinato. “Yo tocaba el piano, cantaba, predicaba y, cuando no había rabino, yo me quedaba de pseudo rabina. Quise legitimar eso”.  En el seminario se encontró con algunas dificultades. Chemen contó que no faltaron docentes que, sin rechazarla abiertamente, manifestaban su disgusto por tener a una mujer en el rabinato. “Cuando un profesor te elige un tema donde denostan a las mujeres y te lo hace estudiar, ahí hay una decisión”, remarcó ella y confesó que muchas veces pensó en abandonar la carrera. “Mi marido siempre me decía que yo tenía que trascender las miserias humanas y seguir la vocación. El me decía: ‘¿Les vas a regalar a ellos tu vocación, tu deseo?’”, relató. Con el amor y el apoyo de su familia, Chemen se recibió de rabina en 2006. Para terminar sus estudios, Chemen tuvo que irse a Israel durante un semestre junto a Héctor, su marido, y sus dos hijos, Ariel e Ilán, que en ese entonces tenían 17 y 9 años, respectivamente. Ya en ese entonces, la figura de Chemen en la colectividad era reconocida por su participación en congresos y encuentros. Es así que Bet-El, que también era la escuela de sus hijos, le ofreció trabajo como rabina de la comunidad antes de que viajara a Jerusalén. “Ellos (la comisión directiva de Bet-El) me dijeron que me fuera y que me esperaban”, contó.  Según Chemen, en otras comunidades se relega a las mujeres a roles menos respetados o que a los rabinos varones no les interesa ocupar. “Te dan el horario de plegaria más temprano porque viene poca gente o hacen subir al cantor para que diga una plegaria que las mujeres, según no sé qué fuente, no la pueden decir”, manifestó. La rabina aseguró que eso jamás le sucedió en Bet-El. “Dani (Goldman) desterró ese sentido de que él mandaba y yo tenía que obedecer y ocupar los lugares menos respetados. Siempre me puso en un lugar de absoluta igualdad y la comunidad ve eso. No aprenden de lo que decimos, sino de lo que hacemos”, sostuvo. Goldman y Chemen continúan con el lineamiento de Meyer de estar a la altura de la necesidad de su tiempo. Los actuales rabinos de Bet-El fueron los primeros que hicieron casamientos entre parejas del mismo sexo en Argentina. “Si yo soy parte del pueblo judío, masacrado en la Shoá, perseguido en la Inquisición y si soy parte de la sociedad argentina, con una dictadura cívico militar en los hombros, cualquier lucha por la ampliación de derechos de cualquiera para mí es un mandato religioso. Yo lo entiendo así”, determinó.


SARINA VITAS, ESCUELA WEITZMAN

“No era fácil decir ‘soy mujer, quiero ser rabina’”

Una kipá tejida a crochet corona la cabeza de Sarina Vitas, vicepresidenta de la Asamblea Rabínica Latinoamericana y rabina en la escuela Weitzman de la comunidad Or Jadash. “Si no la tengo, me falta algo. Y a los chicos les explico que tiene que ver con entender que Dios está por encima de nosotros, tanto de un hombre como de una mujer”, afirmó Vitas. Una mujer teje sus kipá –no le gustan las de tela que suelen utilizar los varones– y las combina con su vestuario. “Sigo siendo femenina”, señaló entre risas.

Vitas nació en Buenos Aires en 1970. Su padre era hijo de judíos turcos, mientras que sus abuelos maternos provenían de Polonia y, en su primera infancia, se mezclaban las tradiciones sefardíes y ashkenazis. Cursó la escuela primaria en Bet El, cuando estaba al frente de la comunidad el rabino Marshall Meyer. “Me crié con esa imagen, ese poder, esa mística. A todos nos fascinaba el tono yanqui que tenía para hablar, que a pesar de los años nunca se le había ido”, recordó Vitas y elogió la capacidad del rabino de hacer reflexionar y que “te sientas comprometido con lo que estás haciendo”.

Durante su adolescencia, Vitas, además de sus estudios secundarios en el Gabriela Mistral, asistía a la tarde al Seminario Rabínico Latinoamericano. “Las paredes ya me llamaban y vocacionalmente me sentía como en casa. No me pude ir nunca del seminario”, confesó. La fascinaba –y le fascina– que cada vez que leía textos milenarios descubría nuevas enseñanzas. “Aparece lo que nunca viste y siempre tuviste ahí adelante. Eso me transmite esta cuestión de asombro y de sentir algo maravilloso constantemente con palabras que ya me las conozco de memoria”, aseguró.

Cuando terminó el secundario, Vitas cursó dos años de ciencias económicas, pero “entraba por una puerta y salía por la otra”. Decidió estudiar relaciones públicas, lo que la dotó de conocimiento para el trabajo comunitario que ya realizaba en una comunidad de Or Jadash y, más tarde, en Bet Hilel. Fue madrijá y morá, directora y coordinadora de Talmud Torá. En paralelo, siguió estudiando en el Seminario.

“Yo creo que la vocación yo ya la tenía, pero no era fácil decir ‘soy mujer, quiero ser rabina’. Mi papá venía de una familia sefaradí, de un mundo con una tradición mucho más ortodoxa”, explicó. A los 26 comenzó sus estudios rabínicos  y se recibió 4 años después en Israel en enero de 2002. “No fue difícil, quizás porque había algunas mujeres que lo habían transitado antes”, reflexionó Vitas. Tuvo 4 compañeras de estudio y esa presencia femenina le marcaba la cancha tanto a pares como docentes. “Tenían que pensar dos veces antes de hacer un chiste”, señaló.

Vitas se casó a los 28 con su marido, Alejandro. “Se casó con una estudiante de estudios judaicos, nunca pensó que se iba a casar con una rabina”, bromeó. En 2003, un año después de recibirse, la pareja tuvo a su primer hijo, Dan. La rabina todavía trabajaba en Bet Hilel, donde lideraba el rabino Felipe Yafe, y a fines de 2004 decidió comenzar a buscar otro lugar para desarrollar su tarea. “Y eso me llevó a 500 kilómetros de la Capital Federal”, contó.

La Asociación Israelita de Paraná, la comunidad más grande de Entre Ríos, llevaba 10 años sin rabino. Vitas viajó con su familia para un shabat para tener una entrevista con la comisión directiva y obtuvo el trabajo, convirtiéndose en la primera mujer en Latinoamérica en liderar una comunidad sin estar acompañada por un varón. La comunidad, por su parte, tuvo reacciones diversas. “Para algunos era un desastre, a otros les resultaba indiferente y después estaban los que creían que ya el hecho de tener rabino era positivo”, recordó. Fue en ese momento cuando adoptó la kipá como parte de su vestuario. “Me di cuenta de que necesitaba un símbolo que marque quién era yo frente a todos los religiosos. A partir de ese momento no me la saqué más”, afirmó.

En los 5 años que estuvo en Paraná, Vitas usó su oficina pocas veces. “Mi tarea era ir a caminar por la peatonal, entrar a negocios y charlar y tomar mate con la gente”, contó la rabina. Su rol fue y es acompañar a las familias en el ciclo de la vida, escucharlos y participar de los aspectos educativos, además de cumplir con la tarea institucional. “En el correr del tiempo, el vínculo que se va creando a nivel personal e institucional va haciendo caer los prejuicios que se tienen sobre el género”, aseguró.

Por cuestiones familiares, Vitas volvió a Buenos Aires con su marido y sus dos hijos – Mijal, su hija, nació en Paraná–, aunque todavía visitan Entre Ríos con frecuencia. En Capital comenzó a buscar trabajo. “Con la misma audacia que tuvo Paraná, (en Weitzman) me tomaron como rabina, aunque hubo gente que se fue cuando yo llegué porque claramente no iban a aceptar a una mujer”, dijo.

La rabina intenta mantener el contacto cara a cara con la comunidad. Todos los miércoles almuerza con un grupo distinto de alumnos de la escuela y aprovecha el momento para compartir alguna enseñanza, además de responder las preguntas de los chicos. “La tarea rabínica es una tarea full life. Entrego mi tiempo, mis días, mi vida y cuando eso es valorado genera mucha satisfacción”, afirmó Vitas y sostuvo que la emociona poder compartir y acompañar a la comunidad en los distintos momentos de su vida.

“Me costó todo, este proceso no me fue fácil, incluso ponerme un talit –manto ritual– por primera vez”, señaló Vitas. La rabina aseguró las mujeres que ocupan importantes roles rituales –como las hijas de Rashi– ya estaban presentes en textos bíblicos y talmúdicos, pero que esos relatos fueron acallados. Y la lucha contra los prejuicios continúa cuando todavía hoy y en su comunidad hay padres piden que sus hijas no usen talit para su bat mitzvá. “Tenemos que pensar de forma conjunta lo que decidimos y qué les queremos transmitir a nuestros hijos”, afirmó.