El animal bifronte, el monstruo que habían sido, se desarticula cuando una pareja –El y Ella, pronombres tan universales como íntimos– decide separarse definitivamente, después de cinco años de convivencia. Ninguno de los dos –ni Ella arquitecta ni El escritor– están preparados para volver al “mercado” sentimental de selección y descarte que proponen aplicaciones como Tinder o Happn. Ella observa que las elecciones se realizan a partir de la escasa información que ofrecen una fotografía o dos líneas. “Varios siglos de producción artística testimoniaban cómo la experiencia amorosa podía ser convertida en materia poética, pero la realidad de esa experiencia seguía siendo prosaica: un manual de instrucciones en el que todas las indicaciones eran erróneas, un crucigrama creado por un tonto y completado por un idiota”, plantea el perspicaz narrador de Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron, ganadora del XXII Premio Alfaguara de Novela.

La novela de Pron –que hizo el doctorado en Filología Románica en Göttingen (Alemania) entre 2002 y 2007 y vive en Madrid desde 2008– propone una excepcional disección política del amor en los tiempos de Tinder. “Lo más interesante en este momento histórico es la imposibilidad de determinar cuál sería un final feliz de una relación de pareja. Esa dificultad me permitía además escribir una novela política en torno a una cuestión aparentemente apolítica como son los afectos. Había algo de Caballo de Troya en escribir una novela sobre este tema”, dice en la entrevista con PáginaI12 el autor de bellísimas novelas como El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2014) o No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016) .

–El, un personaje anónimo que le rehúye a la expresión “escritor de mediana edad”, dice que se consideraba “un joven viejo” como los demás integrantes de su generación. ¿Te pasa lo mismo que al personaje? ¿Te considerás un joven viejo?

–De a ratos creo que sí... Las opiniones de los personajes no son siempre las opiniones del autor, pero en este caso estoy bastante de acuerdo. Me da la impresión de que nuestra generación es una de las primeras que ha prolongado indefinidamente su juventud, convirtiéndola en un producto de consumo; por consiguiente se piensa como una generación permanentemente joven a la que le suceden determinados inconvenientes físicos que atribuye al azar, pero que son producto del hecho de que ya no somos jóvenes. Algunos escritores pasamos rápidamente de joven promesa a triste realidad. Para muchos integrantes de nuestra generación el deseo de prolongar la juventud y la dificultad de imaginar el futuro en este momento hace que la juventud se eternice; es lo que siente este personaje que al igual que a Ella le suceden cosas muy similares a las que nos suceden a todos. La diferencia sustancial es que los personajes dan un paso hacia atrás para adquirir la perspectiva necesaria para mirar un paisaje de las relaciones amorosas que ha cambiado mucho en los últimos cinco años, en buena medida para bien; pero como muchas personas ellos no acaban de hacer pie. Es sorprendente cómo cinco años en los que no se hayan contemplado el estado de las relaciones amorosas en nuestra sociedad provoca en dos personas la misma perplejidad que provocaría en una persona del siglo XIX llegar al Londres del Swinging Sixties. A los personajes les pasa algo similar, pero tienen la perspicacia de observar sus propias prácticas y las prácticas de quienes los rodean para volver a pensar cómo amarán y desean ser amados.

–Quizá lo que está en jaque hoy es el concepto de intimidad, qué es lo íntimo, ¿no?

–Sí, es un momento histórico, como se dice en la novela, en que hemos otorgado la gestión de algo tan relevante como nuestros afectos a un algoritmo del cual no sabemos demasiado, de cuya propiedad no tenemos gran conocimiento y de cuya finalidad tampoco podemos decir demasiado. A pesar de esa opacidad de los algoritmos y las aplicaciones para buscar pareja, las compañías que son propietarias producen una gran cantidad de datos y esos datos son muy interesantes porque estamos en el primer momento histórico en el cual nos encontramos con información no acerca de lo que las personas dicen que hacen, sino lo que las personas hacen cuando creen que están solas. En la novela aparece el personaje de esta chica que está contando estadísticas. Todas son reales.

–Tan real como el Museo de las Relaciones Rotas que está en Croacia… si hubieras querido inventarlo, no te habría salido tan bien…

–Es un Museo muy interesante que habla de una manera muy singular de la materialidad de las separaciones. Lo empezaron dos artistas que en un momento quisieron documentar su separación mediante objetos, hasta que muchas personas empezaron a enviarle sus propios objetos con notas en las que contaban por qué esos objetos resultaban significativos para dar cuenta de su historia amorosa y de su ruptura. Eso fue creciendo y es un sitio desconcertante y magnífico. Desde el comienzo mismo la novela pone de manifiesto la cuestión de que hay una materialidad en las rupturas que no pensamos a menudo, pero sin embargo constituye uno de los aspectos más lacerantes de las separaciones. Además en esa materialidad confluye esta vida privada que creemos al margen de las turbulencias de nuestra época y los condicionantes que operan sobre ella. Cuando estamos en un momento de vitalidad política y económica, lo primero que disminuye en las estadísticas es el índice de divorcios; cuando hay crisis no es que la gente se separe más, lo que pasa es que muchas personas no pueden permitirse el costo de lo implica la separación. Un fenómeno muy frecuente en la Europa de estos días es el de parejas que se separan y siguen viviendo en el mismo lugar. Esto da cuenta también de una de las muchas contradicciones que operan en el ámbito de la forma que se nos dice que debemos amar. Por una parte se nos exige a los que trabajamos una flexibilidad absoluta, una disponibilidad absoluta, la predisposición de cambiar de orientación profesional a cada momento, y a su vez que tengamos relaciones estables y duraderas.

–Sin embargo, esta flexibilidad o precariedad laboral tiene su correspondencia en la vida en pareja, ¿no?

–Algunos críticos como Juan José Millás, que fue el presidente del jurado, hablaba de cómo la precariedad económica y laboral se había desplazado ya al ámbito de los afectos y consideraba que las relaciones esporádicas o a las aplicaciones que sirven simplemente a los fines de tener sexo de forma espontánea y exclusiva con una persona, sin necesidad de desarrollar una relación amorosa, que todas estas cosas eran la manifestación en el ámbito privado de la presión sobre todos nosotros de la flexibilidad y una disponibilidad total. Me parece una lectura interesante, pero supongo que perteneciendo a una generación posterior me siguen pareciendo dignos de consideración los proyectos de vidas individuales de algunas personas que están explorando otras formas de manifestación del deseo; formas en las cuales las parejas no necesariamente son dos personas, no tienen como finalidad última una relación estable o no tienen como finalidad última la reproducción.

–En un momento el protagonista de la novela se pregunta qué es la seducción, qué es el abuso y qué es el consentimiento, y admite que le teme al prejuicio de pertenecer a “un colectivo de depredadores insaciables”. ¿Qué pasa con estas tres palabras? ¿Hay que deconstruirlas?

–Como todas las personas de mi edad fui criado en un contexto en el cual se nos convencía de que el “no” de una mujer podía ser una forma de seducción o ser un “sí”. Esto no justificaba naturalmente una actitud depredatoria, pero era constitutiva de la manera en que algunos hombres de mi edad fuimos criados. Me parece que es un momento muy interesante porque la seducción, el abuso y el consentimiento están siendo redefinidos; los tres términos son dotados de nuevos sentidos del que carecían hace algunos años. Este es un desarrollo que se lo debemos a las magníficas luchas que las mujeres están llevando a cabo en las calles desde hace algunos años con el apoyo de algunos de nosotros, que nos hemos convertido en aliados. Me toca ser aliado de las luchas de las mujeres. Esta incertidumbre por la redefinición de los tres términos dificulta a muchas personas el hacer pie en un nuevo paisaje de los afectos que se ve modificado de forma continua. Esto es visto como una amenaza para algunos, pese a que esa incertidumbre es la única oportunidad de pensar estas nuevas prácticas y de redefinirlas ante la emergencia de una nueva moralidad. Creo que estamos en el tránsito de una forma de percibir los afectos a otra, posiblemente mucho más sana o más igualitaria, que es lo que todos desearíamos, o menos dañino para las mujeres. Como en todo tránsito se producen accidentes en un sentido u otro y esos accidentes constituyen parte de las luchas que llevamos a cabo en estos días y son una motivación añadida para perseverar. La única cosa que comparten políticos y movimientos tan disímiles como (Donald) Trump, (Vladimir) Putin, (Jair) Bolsonaro, el movimiento antiabortista en Argentina, los supremacistas, Vox y la extrema derecha europea, es una nostalgia de unos valores tradicionales que nunca han existido y que de existir tan solo podemos asimilar con lo que denominamos patriarcado; es el temor a que la reivindicación de la soberanía sobre los cuerpos de las mujeres suponga un cambio aún más importante. Los une una visión retrógrada de las cosas, una reacción producto del temor. Las mujeres son más revolucionarias porque están poniendo en cuestión estructuras económicas y políticas que van más allá de la soberanía del cuerpo de las mujeres.