Liliana Pauluzzi está en la memoria de muchísimas mujeres a las que les cambió la vida con su acción feminista. Vivía en un barrio Fonavi del oeste de Rosario en los años 80, no se presentaba como psicóloga y en cambio, invitaba a sus vecinas a los grupos de educación sexual y prevención de la violencia. A Mónica Arrighi, hoy directora de una de las escuelas secundarias en las que iniciaron la educación sexual integral mucho antes de la ley, la amistad con Liliana le supuso un cambio sideral: era ama de casa, no había terminado la escuela secundaria, y se acercó a los talleres con timidez, pensando que no tenía nada interesante para decir. “A la primera persona que llamé para contarle que había rendido las dos materias que me faltaban fue a Liliana”, dice emocionada. Con ese impulso, estudió profesorado de Educación Primaria y Ciencias de la Educación, “siempre con la perspectiva de género”. A Claudia Mauri, otra de sus compañeras y amigas, le permitió comprender que vivía una relación violenta. Cuando ella le dijo que tenía miedo de separarse, Liliana le preguntó “¿De qué tenés miedo?”. “En los talleres empezábamos a ver todos estos malestares que teníamos como mujeres, estas injusticias de las que nadie hablaba”, relata Claudia, hoy docente jubilada y una de las impulsoras de Las Pauluzzi, el grupo que activa en ESI desde el 30 de octubre de 2015. “No fue sólo a mí. Ella te empoderaba. A todas las que hicimos esos talleres nos cambió la vida”, dice.

Hablar de Liliana en pasado es difícil, pero también es una realidad desde hace tiempo: en los últimos años, una grave enfermedad la mantuvo alejada del activismo en las calles, en los consultorios, en las escuelas y en cualquier lugar donde hiciera falta llevar su palabra. Precursora de la educación sexual integral, feminista cuando casi nadie lo era, Liliana Pauluzzi integró en 1980 el Grupo de Reflexión Rosario, que se reunía a leer textos sobre la “problemática de la mujer” en plena dictadura.

Con la recuperación democrática, cuando Mabel Gabarra volvió del exilio, se hicieron compinches y entre las dos intercambiaban saberes: una psicóloga, la otra abogada, desmontaban juntas las imposiciones del patriarcado. “Era una relación de absoluta paridad”, recuerda Mabel sobre esa amiga a la que empezó a despedir hace años.

En 1986, Liliana fue parte del puñado de organizaciones feministas que creó Casa de la Mujer, faro para la lucha del movimiento de mujeres de la ciudad durante décadas y eje de la organización del Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario en 1989.

A mediados de los 80, a Liliana la convocaron de la escuela de sus hijes, Mariel y Mauro, para dar una “charlita” de educación sexual. Con elles hizo el audiovisual La aventura de crecer, que luego usó durante años. Su principal tarea era desmontar los prejuicios, tomar las preguntas sobre sexualidad para detectar mandatos, represiones, castigos al goce. Y así realizó talleres por más de treinta años. Esa experiencia iluminadora se convirtió en un libro publicado en 2006 por Hipólita, con un nombre de absoluta vigencia: Educación sexual y prevención de la violencia. Liliana no se subía a ningún pedestal: compartía sus conocimientos con firmeza, pero también con una generosidad que se mantiene nítida en quienes la trataron.

Determinada luchadora por la autonomía corporal, batalló por la anticoncepción de emergencia –fue una de las creadoras del Consorcio Nacional -, impulsó la ordenanza para que Rosario tuviera su día de Prevención del Abuso Sexual Infantil y dio el debate en cada lugar: fue una de las primeras que en la Argentina desnudó la mentira del Síndrome de Alienación Parental. Su asesoramiento y empuje fue esencial para que la provincia de Santa Fe tuviera una ley que indica las entrevistas de Cámara Gessell en los casos de abuso sexual infantil. A principios de este siglo, creó el grupo Mujercitas, destinado a adolescentes, para trabajar la sexualidad desde la afectividad, porque consideraba que era la única manera de abrir otras experiencias. No lo decía: lo proponía como forma de vida y lo propiciaba en todas las que se le acercaban. Una de las chicas que formó parte de aquella experiencia hoy integra Las Pauluzzi.

 

Entre tanto activismo y estudio, Liliana también atendía a víctimas de violencia sexual más allá de sus posibilidades económicas y jamás dejaba a alguien que lo necesitara sin una escucha, una frase, un libro, una posibilidad de abrirse a la vida de otra manera. Ella insistía en la asociación de sexualidad y poder, para desmontarla también como una puerta a la libertad. “La infancia es nuestro camino”, dijo en una nota publicada en Las12 en 2010, cuando presentó la colección Mi Sexualidad, dirigida a niños y niñas de 9 a 12 años. Uno de los títulos era “Rosa, celeste y todos los colores”. Porque algo de tantas hermosuras para decir de Liliana era que tenía la capacidad de conectar con sus interlocutores. Les hablaba a les chiques (en épocas en que lo inclusivo no era todavía el lenguaje, pero sí su forma de encarar la educación sexual) con pasión y respeto. Así también, se convertían en sujetos que podían contar sus experiencias de abuso, sus miedos, sus preguntas y sus deseos. Su prematura muerte, a los 66 años, el lunes pasado, deja también la huella: hay muches que nunca olvidarán a la mujer que les enseñó a escuchar sus propios deseos.