La mañana del 16 de julio, la ciudad de La Plata amaneció como arrasada por un estruendo mudo. La noticia no salió en los diarios y apenas trascendió los bordes de esa ciudad cuadrada, pero todo aquel que supiera de su existencia, que hubiera escuchado sus canciones, que se hubiera topado con el peso profundo y pregnante de su voz, entendía la dimensión expansiva de la pérdida. Fue imposible no sentir en el aire ese vacío ardoroso, mezcla de tristeza y culpa por no haber podido suavizar de algún modo ese contexto gris que aquel lunes de invierno se le tornó inhabitable. Como su música, sin lugar ni tiempo aparente, ahora Seba Rulli ya es parte de todo.

Criado artísticamente en la fértil La Plata de principios del siglo XXI, Sebastián Ángel Rulli fue un compositor, cantante e intérprete único, como salido de otro plano. Mezcla de trovador y juglar, poeta y performer, era dueño de una sensibilidad fuerte y lúcida. De hecho, resulta imposible no encontrarle similitudes con luminarias como Tanguito, Spinetta o Miguel Abuelo. Detrás de ese hombre de cara angelical, con gesto tímido y cansado, de ojos color miel y pelo ondulado, gravitaba la esencia frágil de un chico sensible y cordial capaz de detener el tiempo con su canto diáfano y emotivo.

 

 

Escucharlo en sus presentaciones esporádicas, casi siempre a solas, con su guitarra o a capela, entonando canciones propias, clásicos de la ópera o alguna canzonetta italiana, era un espectáculo de desmaterialización apasionante, como si cargara con el don de poder desagrupar las células de su cuerpo para levitar, desaparecer o, finalmente, convertirse en otra cosa. Cualquiera que lo haya visto cantar en vivo –y lamentablemente no fuimos tantos– puede asegurarlo.

Con carácter de músico autodidacta e ingresos a las carreras de Antropología y de Filosofía en la UNLP, Seba Rulli fue parte de una importante generación de cantautores platenses que, ante un escenario cultural devastado después de la tragedia de Cromañón, logró prosperidad cultivando encuentros íntimos en casas, centros culturales y bares, con el firme propósito de reivindicar la canción. Junto a artistas como Pablo Matías Vidal, Pebedas, Miro, Lautaro Barceló, Laura Citarella y Seba Coronel, fue parte de Tocate Mil, un ciclo de canciones que avanzó en paralelo al creciente indie-rock que cooptó La Plata sobre el final de la primera década de los años 2000.

En ese contexto, Rulli se construyó en la escena universitaria de esa ciudad como Sâr Rulli, un joven prodigio de gran voz y sabia poesía, querido y admirado por sus amigos y colegas; un vínculo de cariño y respeto que crece y seguirá creciendo. “No me hago mucho cargo de eso, no me siento especial”, le dijo al periodista y músico Ramiro García Morete en una nota para Diario Contexto. “Soy un poco tímido en verdad. Trato de no dejar que me afecten ni los elogios ni las críticas. Sé que las personas se relacionan de manera sensible con lo que hago, pero eso lo valoro como una cosa que no genero desde mí. Es el trabajo y cómo enfoco. Lo que quiero mostrar es para que lo veamos, no para que me vean.”

Siempre un poco ajeno a todo, como aceptando una creciente distancia con el mundo –distancia que de cualquier modo parecía aceptar siempre con gesto afectuoso–, Seba Rulli tuvo un recorrido artístico que nunca estuvo atado a los parámetros habituales, como si no hubiera podido adaptarse y lidiar del todo con la idea de tener entre manos aquel don transformador. Su obra, tanto con su proyecto en banda Saturno  y como solista , es dolorosamente escueta y se alimenta con algunas entradas de YouTube que ganan valor minuto a minuto y sirven para sobrellevar la pérdida. Su nombre es ahora uno de los mejores secretos de la ciudad de La Plata.

 

Ahí queda el recuerdo de Seba Rulli parado sobre un escenario, frágil, como pidiendo permiso, a punto de revelar un instante de belleza absoluta. Como casi siempre, una pluma de vaya a saber qué pájaro se ajusta en su dedo meñique, como esperando emprender vuelo. La mirada tierna y el pecho ansioso, encendido. “Somos mineros y buscamos el oro”, llegó a decir alguna vez. Su paso por este mundo crece ahí, en el eco de esa voz sanadora, en sus canciones, y en el recuerdo de todos los que tuvimos la fortuna de escucharlo.