Alejandra Mendez Bujonok nació en 1979 en San Cristóbal (Santa Fe) y vive en Rosario. Desde su primer libro, Tarde abedul viene madurando su poesía para un nuevo poemario. Publicado a fines del año pasado en Buenos Aires por Editorial Deacá, Charlas con Cuchúa reúne una serie de poemas maduros, redondos, cadenciosos, dichos en una voz que casi se oye al oído. El tema es el campo de la niñez; un fino trabajo con el lenguaje explora la memoria dialectal del habla popular rural en busca de palabras en vías de extinción. Además de los versos, un glosario al final del libro completa esta proeza silenciosa. 

Charlas con Cuchúa es una obra cuidadosamente cincelada, artesanía de la palabra que resulta en un libro vivo. No solamente habita en esta poesía la memoria, personal y familiar, social y literaria, sino que a partir del trabajo con la memoria emprende Alejandra Mendez Bujonok un quehacer poético que hace resplandecer lo encontrado en sus viajes al terruño natal y al propio interior. Desde el epígrafe mismo, cuyo autor es Atahualpa Yupanqui, se sitúa la autora políticamente en un campo cultural constituido más allá o más acá de las élites urbanas y arraigado en un sentir nacional de las clases trabajadoras en tiempos en que todo eso significaba. Es terreno literario de cantores que la última dictadura quiso arrasar a pura muerte, silencio y terror. Y es ahí adonde ella vuelve, de ahí viene la vitalidad de su canto.

Las estancias, el patrón, los peones

y los animales se tornan un universo

mágico poblado por seres fabulosos.

Canto que susurra, se acerca despacito como pidiendo permiso. Hay en esta voz una tibieza de antaño, una amabilidad inusual. Cuchúa, nos cuenta Mendez en una entrada de glosario que es casi un manifiesto sociopolítico, nombra a "un personaje literario que representa a un sujeto rural o campestre, en estado marginal o fronterizo". El Cuchúa vive "en la pobreza" o "fuera del sistema". Un sinónimo es "tape" y también: crotos, simples, humildes, vagabundos, anarquistas, bandidos rurales. Acaso Martín Fierro, el famoso gaucho matrero del poema de José Hernández, ("un gaucho en serio", como escribe Alejandra sobre un cierto padre), gestó en la literatura ese linaje. Con gran cuidado logra sustraer Mendez esa figura a los usos de derecha que suelen dársele.

El mundo de Charlas con Cuchúa es el de las estancias, el del patrón y los peones, y los animales; su universo mágico está poblado por los seres fabulosos de las leyendas orales, como el ánima mula o el perro familiar (que no significa eso sino que designa una temible especie de demonio de ojos rojos que obra como sirviente del patrón y devora peones). La mirada avisada de la poeta lee en esos cuentos de viejas una sabiduría sobre las condiciones de producción y de existencia.

El lenguaje que hablan los habitantes de ese mundo en el poema es un artificio muy creíble. La autora no exotiza sino que pertenece; hay una cierta distancia, no obstante, en virtud de la cual estos poemas tranquilamente pueden inscribirse en un canon contemporáneo. Con un pie en el campo y otro en la ciudad fueron escritos. Hay cultismos, referencias a la mitología clásica mezcladas entre el habla campera: "Qué dios ha dado a luz ese brillo sobre el lomo, / esas manchas como planetas/ desorbitados ojos en los que habita Juno", se dice de unas vacas. Entre tacurúes (hormigueros) y aguarás (zorritos) existe una poeta como parte de la fauna, que ve la fugacidad del tiempo en las rosas: "Los otros días el cielo se ponía negro/ y ella escribía sus cartas. / Miraba cada tanto a las rosas, / morirán pronto, decía".

Algunos de estos versos guardan hallazgos, ocurrencias notables: "era tan cierto que parecía cuento", escribe Alejandra. A diferencia de mucho cotidianismo de hoy en poesía, el de Mendez lleva adelante verso a verso una cadencia bien articulada, encabalgada, cautivante; lo que seduce en todos estos poemas es su música. Queremos oír más. Queremos que aquella voz con olor a árboles nos siga susurrando sus historias al oído. Porque a la patria chica, como en el famoso tango, "Siempre se está volviendo. Uno se va/ para reafirmarse en ese verde/ pastizal desierto que contiene/ todo el campo personal".