El pasado mes de mayo, durante los días y noches del Festival de Cannes, el comentario de pasillo era recurrente. Thierry Frémaux, el mandamás del evento cinematográfico más prestigioso del mundo, volvía a abrazar su alianza con los distribuidores franceses, defendiendo a capa y espada la exhibición de las películas en la oscuridad de las salas, en detrimento de las pantallas hogareñas, continuando de esa manera su batalla con el rey del streaming, Netflix. Al mismo tiempo, aunque fuera de competencia, el festival no tuvo empacho en presentar, sobre la gigantesca pantalla del Grand Theatre Lumiere, un avance de la serie televisiva Muy viejo para morir joven, producida por Amazon y dirigida por el danés radicado en los Estados Unidos Nicolas Winding Refn. Una afrenta aún mayor para los puristas: esas dos horas y veinte minutos, proyectadas en sala y horario central, eran un fugaz adelanto, un aperitivo. Apenas un veinte por ciento, aproximadamente, del metraje total, compuesto por diez episodios de entre 100 y 70 minutos (con la notoria excepción del último episodio, que, con media hora de duración, podría ser definido como una coda). El proyecto, que el director de la trilogía Pusher y Drive define como “un film dividido en varias partes”, ya puede verse en la plataforma Prime Video en su totalidad. Un viaje de poco más de trece horas a un universo peligroso y sórdido, habitado por narcos, policías corruptos, criminales de escasa y de mucha monta, mujeres tan bellas como letales, productores de pornografía ilegal, mafiosos japoneses, cazadores de pederastas seriales y un sinnúmero de criaturas inmorales o directamente amorales. Un microcosmos de violencia implacable que los seguidores de Winding Refn encontrarán familiar, a su vez una nueva relectura del noir clásico –el literario y el fílmico– envuelto en claroscuros y bañado en las luces de neón más relucientes. Por momentos brillante, en otros coqueteando con el absurdo y la posibilidad del ridículo y la irritación, si hay algo que no puede decirse de Too Old To Die Young es que deje al espectador sin una reacción casi visceral a su propuesta. Si se lo define como un largometraje en capítulos exhibido en la pequeña pantalla, esas trece horas se toman todo el tiempo del mundo para transformar hasta los más pequeños incidentes en relatos de tono épico. Si, por el contrario, se prefiere la definición más tradicional de serie o miniserie, resulta claro que las libertades obtenidas por el realizador a la hora de definir temas, tonos, cadencias y registros están en las antípodas de los formatos homogéneos que hoy reinan en la tevé y los sistemas de streaming.

“La televisión está muerta y el streaming es como una nueva oportunidad”, declaró el realizador al influyente medio IndieWire, luego de la pasada en Cannes de los capítulos 4 y 5 de su última creación. “Es un concepto diferente porque, en cierto sentido, es incontrolable. El usuario se conecta y se desconecta. Es una coexistencia. La televisión episódica se diseñó en una era de emisiones semanales en una señal analógica. ¿Por qué mantenemos las mismas construcciones narrativas de un tiempo que ya ni siquiera existe?” Siempre dispuesto a la polémica, Winding Refn afirmó también en entrevistas que hoy no es posible hacer una película de trece horas (aunque un ejemplo local de inminente estreno en los Estados Unidos lo desmiente: La flor, de Mariano Llinás) y que la flexibilidad de los sistemas online le permite al espectador entrar y salir del universo de la historia en sus propios tiempos. En la más temeraria de las definiciones sentenció que no es absolutamente necesario que el relato sea visto en su totalidad o de manera estrictamente cronológica. Luego de un enorme cartel con el hashtag #byNWR, siguiendo las siglas del autor, la primera escena del episodio 1 despliega, a lo largo de casi veinte minutos, una charla nocturna entre dos oficiales de policía. Uno de ellos, Martin Jones, es interpretado por Miles Teller, el joven actor de Whiplash: Música y obsesión y el Reed Richards de Los 4 fantásticos. El otro agente será asesinado hacia el final de ese prólogo, luego de una charla que mezcla nimiedades personales con reflexiones generales más o menos profundas, más o menos ligeras. En conversaciones como esa y otras que vendrán pueden sentirse con fuerza las influencias de Quentin Tarantino, aunque los rastros de la dirección actoral son aquí casi opuestos. Lejos de la verborragia e hiperquinesis de las creaciones de QT, el danés opta por una revisión contemporánea de ciertas marcas de estilo del cine anti naturalista: un tono monocorde y pausado, espacios donde el silencio marca los ritmos del diálogo como si fueran enormes puntos seguido en una frase, el congelamiento de los cuerpos/personajes en la pantalla, súbitamente transformada en tableau vivant.

Los placeres y los horrores

Como en una falsa paradoja, la hipérbole y el ascetismo conviven todo el tiempo en Muy viejo para morir joven. Los dos términos de la ecuación pueden avizorarse en esos minutos de arranque del primer capítulo: la cámara del gran director de fotografía de origen iraní Darius Khondji –cuya nutrida filmografía incluye títulos tan diversos como Delicatessen, S7ven, pecados capitales, La playa y Z: la ciudad perdida– se desliza con parsimonia sobre las superficies metalizadas de los automóviles estacionados, espejos conscientes de los carteles y focos luminosos nocturnos, como si en esa vehemente reflexión de los haces lumínicos se condensaran los placeres y horrores de todo lo que aún está por venir. Más tarde, en el segundo capítulo, el otro director de fotografía acreditado, el mexicano Diego García –colaborador de realizadores como Apichatpong Weerasethakul y Carlos Reygadas– hará lo suyo en un extenso plano-secuencia dentro de un burdel rutero en el interior de México, con varias capas de seres humanos, sillas y mesas haciendo las veces de puntos focales de una pintura con algo de infernal. Muy viejo… es, por momentos, un caramelito visual, no hay por qué negarlo. Pero en sus instancias más inspiradas –que no son pocas– esas mismas cualidades fotográficas se transforman en el mejor compañero de viaje del relato, un elemento indispensable sin el cual el tema y sus condimentos narrativos perderían una parte de su potencia. Winding Refn, al fin y al cabo, proviene de un país cuya cinematografía persiguió y definió, hace más de un siglo –y ello una década antes de la eclosión del expresionismo alemán–, las posibilidades de la fotografía como un ente primordial de la pantalla grande. El clima visual es crucial y define en gran medida los ambientes en los cuales se mueven los personajes, atravesados a veces por la idea de la supervivencia, la vindicación en otros y, en al menos un caso puntual, la redención, aunque esta nunca llegue de una manera convencional. Martin Jones, quien lleva una doble vida como detective de la policía de Los Ángeles y asesino a sueldo de un conocido gánster de la zona, conoce al padre de su novia, una chica de diecisiete años que está cursando el último año de la secundaria. Ese encuentro produce el primero de una serie de choques de galaxias coexistentes que, en condiciones normales, no deberían siquiera rozarse (el excéntrico personaje está interpretado con gracia y bien temperado tic nasal por William Baldwin, el hermano menor de Alec y el mayor de Stephen).

El coautor del guion, Ed Brubaker, es otra de las patas indispensables en la construcción de Too Old to Die Young. El historietista y guionista, especializado en tiempos recientes en la manufactura de comics originales de Marvel y sus adaptaciones a la gran pantalla, comenzó su carrera en terrenos bastante más independientes con una serie de historietas y novelas gráficas volcadas por completo al terreno del policial negro, al punto de que muchos especialistas lo consideran el principal revitalizador del universo noir en tiempos recientes. Lowlife, Fatale, Criminal y Scene of the Crime son algunas de sus creaciones más reconocidas en ese terreno. Algo o mucho de ello terminó trasladándose a los motores centrales de los múltiples relatos paralelos de la serie: el submundo de los policías y la tentación siempre presente de la ilegalidad, el chantaje como forma de vida, la violencia agazapada a la vuelta de cualquier esquina, entre otros leitmotivs. En conversación con The Hollywood Reporter, Brubaker admitió que la escritura de la historia fue “una de las cosas más agotadoras que he hecho. El rodaje se extendió por diez meses, lo cual debe ser algún tipo de récord, en particular si se tiene en cuenta que todo fue dirigido por una única persona. Too Old to Die Young puede parecer puro estilo, pero es también una meditación sobre una serie de personajes atrapados en un mundo que no es muy diferente al nuestro. Un mundo que parece a punto de desmoronarse o, tal vez, de ser destrozado”. Martin no es el único personaje central: Jesús (Augusto Aguilera) se revela rápidamente como otro personaje masculino de peso específico, un joven cuya madre, jefa local de un cartel de drogas mexicano, ha sido asesinada brutalmente, crimen ligado a su vez con el del compañero de Martin en la fuerza. El segundo capítulo, tan introductorio como el primero, acompaña a Jesús a la tierra de sus ancestros, donde el viejo y enfermo pater familias del clan narco apenas si es capaz de controlar a su impulsivo hijo y mantener el equilibrio en la zona. Es entonces que el guion coescrito por Brubaker y Winding Refn introduce algunos elementos tonales imprevisibles, como la presencia fantasmática de la mujer muerta, origen de una pulsión edípica que Jesús encarnará de manera cada vez más poderosa. Cada uno de los diez episodios puede ser visto como un telefilm unitario, si se olvidan momentáneamente los lazos con aquellos que los continúan y preceden. En el quinto capítulo, por ejemplo, la búsqueda de Martin de un par de hermanos, productores de porno violento y con vejaciones reales, deviene en una particular e inteligente seducción seguida de una inesperada caza en pleno desierto de Nuevo México, con guiños al western y al film de venganza. La pantalla abandona el neón y se entrega por completo a los contrastes del naranja del suelo y el azul del cielo, puntos fotográficos extremos de una subtrama de perversiones, encierros y persecuciones automovilísticas musicalizadas de manera inesperada e irónica con el más famoso hit en la carrera de Barry Manilow, “Mandy”.

Abrazar la violencia

La violencia está entre nosotros y Muy viejo para morir joven la abraza con fuerza, acompañada por las capas sonoras de Cliff Martinez, cuyas melodías electrónicas conjuran, al mismo tiempo, lo ominoso y la melancolía. Aunque en más de una ocasión lo explícito le cede el lugar a lo sugerido, al clima de amenaza y no tanto a su ejecución, el danés no puede evitar sus buenas dosis de certeros disparos a la cabeza y sus respectivas explosiones de sangre. O una particular reversión voladora de la clásica amputación de falanges de la yakuza, la tradicional mafia japonesa. En otra instancia de shock asegurado, las manos de un mafioso fanático del rock steady y el ska old school –de Jamaica y de ningún otro lado– se convierten en señales del comienzo del fin, de la cercanía de un desenlace con final no tan previsible. Moviéndose como una serpiente entre el resto de los personajes, Jena Malone interpreta a una fiscal que, entre las sombras, acecha el destino de hombres y mujeres con sus piedras mágicas y sus contratos homicidas. Ella y la esposa de Jesús imponen la potencia femenina en un relato que sólo en apariencia está pautado por la testosterona. El poder, como los ascensos y caídas, es aquí compartido por todas las criaturas de la Tierra. Como afirma uno de los personajes secundarios con pretensioso nihilismo, otro ángel caído reconvertido en demonio vindicador, mano de obra desocupada con un sentido de la justicia corroído desde las entrañas por la venganza a sueldo, ronin vagabundo con el destino marcado a fuego, “nos convertimos en esclavos de los sistemas que creamos. Y ahora todo está derrumbándose. Pronto nuestras ciudades serán arrastradas por el agua, sepultadas en la arena, reducidas a ceniza”. El último trip audiovisual de NWR puede ser muchas cosas, excepto un bonito paseo.