“La primera vez que vi a Lucas fue a través de una mujer dibujada que me miraba cada vez que entraba a la casa de una amiga. En el living, junto a la mujer, había un árbol dibujado con el mismo color. Uno al lado del otro, mirándonos, como una Gioconda que te da la bienvenida. Antes de conocer a Lucas he mirado a esa mujer una centena de veces. Incluso la he mirado en secreto, muy de cerca, con una especie de fascinación, como cuando la mirada se transforma en contemplación.” Son palabras de Ximena Pereyra, artista rosarina que intenta explicar el sutil magnetismo que habita en las obras de Lucas Di Pascuale. Otra opción para dar cuenta de este particular fenómeno sería: tomar un micro, ir hasta su casa en las afueras de Córdoba capital e ir viendo cómo hace lo que hace.

Todas las mañanas Lucas amanece muy temprano, hace café y baja una discreta cantidad de escalones hasta su espacio de trabajo. El taller se encuentra en las profundidades de su casa, diríamos, en límite con el jardín. Sin una luz apabullante ni una comunicación fluida con el afuera, el taller es más bien un espacio cerrado sobre sí mismo, un bunker que asegura momentos de silencio y cierto aislamiento. Lucas habla despacio y tiene en la mirada una confianza digna de un hechicero de Terramar. Bordeando los 50, ha recorrido multitud de comarcas y persiste en pos de una sociedad amigable, de personas que hablan cara a cara, organizando espacios de intercambio que son vitales para la cofradía del arte (el taller Horizontal se reúne una vez por mes en su casa). También, da clases tres veces por semana en la Universidad Nacional de Córdoba, labor que desempeña con discreción y una batería de ejercicios que desmarcan a los partícipes del status quo que anidan en los esquineros de la academia. En la quietud de su espacio de trabajo, los ecos de las obras revuelven las estanterías arrojándonos unos muy pequeños libros imprescindibles para todo aquél que guste de los experimentos gráficos. Son dos tomos bellísimos que registran las obras de los demás (con una amplitud que va del Renacimiento pasando por Alberto Greco hasta su escena más cercana) generando una suerte de Atlas que es abarcativo de su momento histórico e íntimo como lo puede ser un diario personal. Una suerte de historia del arte labrada línea por línea y mancha por mancha que recupera en un abrir y cerrar de ojos lo fortuito a través de sorprendentes entrecruzamientos y de un provocador fervor por la copia que solo esconde detrás la mansa atención de su mirada. Y el juego de su mano al pintar.

Traicionar, 2015. Homenaje de Di Pascuale a su madre. Dípticos de tinta y lápiz sobre papel.

Lucas cuenta que este proyecto de citas empezó en medio de viajes que lo llevaron lejos de su familia, de Sandra y sus hijas. Cuenta que fue en Holanda, en la Rijsakademie, donde comprendió que debía trabajar más, muchas más horas de las que acostumbraba en orden de que su trabajo pudiera llegar a pellizcar un atisbo del misterio humano. Lo resume Clarice Lispector en un epígrafe de uno de sus libros: “No era: qué soy sino entre quiénes soy”.

Fue una labor muy gradual, como la transición de un DJ cuidadoso, como le restó espacio a encargos que venían del palo del diseño gráfico para dedicarle más tiempo al taller y sus papeles. La paciencia con la que revela sus imágenes recuerda la inmaculada oscuridad del laboratorista. Hernán Camoletto, artista, escritor, y amigo de Lucas explica su pasión por las distintas etapas de una búsqueda: “Lucas es un hombre de procesos. Este verano, me enseñó a preparar el mate cocido scout: se coloca la yerba en el agua sobre fuego medio. Una vez que levanta hervor, se retira y cuando baja se pone en la lumbre nuevamente. Debe hervir 3 veces. Luego, se debe echar un poco de agua fría para que la yerba sedimente.” Di Pascuale agita la tinta china, raspa el plumín y prepara los pinceles. Toma la hoja entre sus manos atento al peso del papel y a su textura. Y algo inenarrable acontece. Con el pasar de las horas empieza a decantar una imagen. A veces las tramas componen un abrigo pero nosotros vemos unos rayones que dan calor. Otra vez contemplamos una multitud reunida en la plaza aunque si hilamos fino centenares de manchas se recortan en un mar de banderas. Las distintas formas de una hojarasca se entrelazan y el acto de pintar se vuelve un hipnótico tironeo. ¿Cómo compone la naturaleza? El juego es no abandonar del todo esa vocación de contar y a su vez, elaborar un sortilegio manifiesto para que el ojo avanzando sobre los rasgos más repetidos de una imagen no se canse ni deje de formularse preguntas.

Otra imagen de Isla negra, 2014-2015.

En una entrevista publicada en el número 1 de la inquieta revista BOBA, oriunda de las diagonales platenses, Di Pascuale dejó entrever lo escurridiza que puede ser la labor del arte en una sociedad tan hiperconectada como la actual: “Trato de meterme bien adentro, de vincularme con situaciones que a mi realmente me muevan. La práctica del arte contemporaneo nos está condicionando, hay cánones fuertes que nos hacen pensar que las cosas se hacen siempre igual. Uno de los desafíos de ser artista es estar atento a los cánones que van apareciendo y tratar de no reproducirlos. Para esto, intento meterme en mi producción, escuchar y leer lo que hago para pensar ahí adentro”. Su voz invita a la reflexión. Lucas, al igual que Anibal Buede, fundador de Casa 13, son dos pesos pesados en la tierra del cuarteto que se ganaron su lugar aglutinando movidas a través de los años. Nos dice Buede: “Me gusta el accionar de Lucas como artista, cómo genera sus estrategias. Me gusta porque lo hace de una manera muy distinta a la mía pero más me gusta hacerlo reír. También reconozco en él la complicidad para huir a veces cuando parece imposible por cortesía abandonar un grupo. Lo que también me gusta de Lucas es como se hace cargo de sus miserias”. 

A comienzos de los años 2000 y en sintonía con la problemática representativa que embargó al país, Di Pascuale fue impulsor del PTV que aunó a buena parte de la escena cordobesa incluida su mujer Sandra, su hermano Facundo, Buede, el gran Pablo Peisino y le dió forma al Partido de Transportistas de Votantes que como su nombre lo indica realizó cientos de traslados en los días de elecciones, contrastando la práctica clientelista que en muchas localidades llega a tener flotas enteras de remises y taxis a disposición para ajustar o precipitar diferencias en el tablero político. Él pasaba a buscar a la gente por la casa y conducía el auto hasta la escuela charlando del clima, de fútbol pero sin hablar una palabra de política...

Este tipo de proceder comparte con el arte conceptual: la búsqueda de una sutileza mayúscula. Para algunos puede ser no más que un chiste. Habría que preguntarle al actor del teatro kabuki por qué se viste de negro. Revolver, escrutar las fisuras más hediondas del sistema para recuperar algo así como ¿la belleza? Para narrar la presencia de su madre confeccionó un diario que registraba las minucias de sus encuentros en el spa (así era como ella llamaba en clave de comedia al geriátrico). Cuando la mamá murió, Lucas volvió a escribir parte de este diario en letras enormes sobre hojas igualmente grandes (papeles afiche) y le pidio a Emilia, una de sus hijas, que realizara copias lo más parecidas posibles a las que él había confeccionado. Un sistema de varillas de madera sustentaba y exhibía este monumento-póster que en su discreto aparataje reciclaba la savia de tres generaciones con la calidez del arbolito de Navidad. Un invento desproporcionado, estrambótico y esperanzador como suelen ser las genealogías. Se dejaban leer distintos periplos del diario: “Me preguntó qué era más lindo si Bahía o Cuba”, “el audífono que no para de hacer ruido”, “jamás había comprado comida en cuotas” y “le dije a este pelotas”.

Extracto de Ali/Lai Lau/Zip, libros de colecciones editados por Documenta/escénicas.

Aquella fue una de las obras más cálidas de su última muestra, ocurrida a fines del 2016 en la galería cordobesa El Gran Vidrio y curada por otra figura de renombre, Carina Cagnolo. 

En esta misma oportunidad, Lucas se decidió a mostrar fragmentos íntimos, recortes en la vida de dos hermanas cuyas voluntades las impulsaron a vivir la vida de formas muy diferentes. A través de su labor docente Di Pascuale entró en contacto con una de ellas generándose un vínculo estrecho. Fue conversando en un recreo como se enteró que la hermana de la estudiante había abandonado Córdoba rumbo a una comunidad anarquista al sur del país y se encontraba aislada, sin luz, gas ni buena parte del comfort que la sociedad descuenta como ese algo indispensable. Las pinturas que retratan a las hermanas son inspirados jirones de idealismo que prescinden de una señalética o en todo caso de una didáctica que abra camino poniendo orden en el caos. En su lugar aparecen los vínculos revueltos, los niños, las casas, los momentos cándidos en los que el viento acorrala a los árboles contra sí mismos y una serie de textos que vertebran la resistencia tan ascética como imposible de quienes cobijan –no sin cierto recelo– el anhelo de fundar la sociedad de nuevo.

Quizás esa necesidad ancestral de dar una forma justa, una forma nueva y radical no sea tan accesible como el mate cocido scout pero sin duda las obras de Lucas, su esmerado proceder, no dejan de generar a su paso huellas, antecedentes, mapas, asombrosas cartas de viaje en donde conocedores e iniciados se dan cita.

www.lucasdipascuale.com.ar

Otro extracto de Ali/Lai Lau/Zip