Es curioso pero aunque el nombre de Charles Manson sobrevuela todo lo que tiene que ver con Había una vez… en Hollywood, la flamante película de Quentin Tarantino que se estrena en la Argentina el 22 de agosto, su figura es, de hecho, apenas una sombra, una silueta fugaz en el opus 9 del director de Pulp Fiction. Es más, se diría que en las dos horas cuarenta minutos que dura la película, Manson está concebido como un enorme fuera de campo, una suerte de agujero negro que va succionando toda la trama hacia su desenlace sin la necesidad casi de que el personaje se haga visible, o incluso se lo nombre.

El huidizo momento de gloria de “Charlie”, como le dicen afectuosamente sus jóvenes seguidoras, en Once Upon a Time… in Hollywood es un instante nada más. El personaje que compone Brad Pitt, un doble de riesgo llamado Cliff Booth, está arreglando –convenientemente en cueros- la antena de televisión en el techo de la mansión de su amigo y estrella de Hollywood Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), cuando de pronto escucha que se acerca por esa calle exclusiva de Beverly Hills uno de esos camioncitos que venden helados haciendo sonar una música de campanillas. Es agosto de 1969, el sol cae a pleno en California, y en la mansión vecina, en el 10050 de Cielo Drive, viven el director de cine Roman Polanski y su mujer Sharon Tate, embarazada de ocho meses y medio.

 

 

A Cliff le llama la atención no sólo el estado deplorable del vehículo sino también el aspecto de su conductor: “Un extraño desgreñado aparece…” se leía en el guion original, según el actor australiano Damon Herriman, que encarna a Manson, quien con una sonrisa equívoca saluda a Cliff agitando apenas su mano derecha.

¿Quién es ese tipo? se pregunta para sus adentros Cliff, mientras que toda la platea ya lo sabe, lo ha leído mil veces, lo ha visto en infinidad de documentales. Ese tipo no puede ser otro que Charles Milles Manson, que está haciendo una recorrida de reconocimiento del terreno. Tiene planes para sus fieles para una de esas noches y quiere asegurarse de que todo salga bien. Con lo que no cuenta, en esta versión contrafáctica de la historia a cargo del director de Bastardos sin gloria, es que los vecinos del matrimonio Polanski-Tate son ahora dos hombres de acción, fogueados en cientos de westerns y películas de guerra de Hollywood.

Hay otra escena en Había una vez… en donde Manson está –a pesar de su ausencia— tan presente que se diría que es casi el clímax de la película, aunque todavía falta mucho para que eso llegue. Es cuando Cliff se aparece con su enorme Cadillac DeVille en el tristemente célebre Spahn Movie Ranch donde el clan Manson tenía su base de operaciones. Ese momento tiene toda la tensión de un duelo de un spaghetti western, pero con la salvedad de que aquí los villanos de la película son esencialmente unas chicas muy hippies y muy jóvenes, casi adolescentes. Y muy amenazantes.

“Creo que seguimos fascinados por lo que sucedió allí y que se siguen haciendo tantos documentales sobre el tema porque cuanto más investigamos y más sabemos, menos podemos entender qué es lo que sucedió. Todo se vuelve más oscuro”, respondió Tarantino en el Festival de Cannes de mayo pasado, cuando en la conferencia de prensa dedicada a la película lo interpelaron por la siniestra vigencia de Charles Manson.

 

 

Casualidad o no, Damon Herriman, el australiano que encarna Manson en el film de Tarantino, aparecerá en la segunda temporada de la serie Mindhunter, dedicada a la investigación de crímenes seriales y que tendrá su lanzamiento por Netflix el próximo 16 de agosto, una semana antes del estreno local de Había una vez… en Hollywood. ¿Y de quién hace? En el episodio cuatro, dirigido por el neozelandés Andrew Dominik, Herriman se vuelve a poner en la piel de Charles Manson, pero en 1980, once años después del asesinato de Sharon Tate, cuando ya estaba en la cárcel y podía llegar a revelar a los investigadores del FBI alguna pista sobre los crímenes raciales que por entonces asolaban a los Estados Unidos. Después de semejante doblete, le va a resultar difícil a Herriman sacarse de encima esa mochila que él mismo decidió cargar sobre su espalda.