“El arte de callar es negociar, dialogar, ver hasta donde soportas tu propia identidad y hasta donde puedes lidiar con los silencios. Es una tortura moral pero que también tiene sus beneficios”, repasa Benjamín Vicuña, a quien desde este viernes se lo podrá ver en Berko: El arte de callar. “A mi personaje le pesa a su familia e historia. Tiene que sopesar los pro y los contra de desenmascarar a toda esta banda criminal”, desliza el actor en la charla que tuvo con PáginaI12 a raíz del estreno de Fox Premium que podrá verse desde hoy (a las 21.10) y estará dispuesto íntegramente en la app de la señal.

La miniserie de cuatro episodios -basada en una novela de Roberto Brodsky- toca las cuatro notas básicas del policial negro: el investigador que se codea con lo inmoral hasta perderse en ese laberinto; la mujer seductoramente peligrosa; los claroscuros de una ciudad y un caso de podredumbre y corrupción que salpica al poder. Melodía conocida, pero que ofrece la particularidad de sus bemoles. Comenzando por el escenario de Santiago de Chile en 1990, a dos años del plebiscito de 1988 que permitieron la vuelta de las elecciones con un Augusto Pinochet intocable. En vez de un detective como protagonista y narrador, hay un periodista en su propio limbo. El cronista que ha perdido varias batallas, acumula vicios, arrea una familia disuelta, pero cuenta con el olfato necesario como para reconocer una buena historia.

Tras cubrir una feria de armas, comienza a escribir un artículo sobre las redes de escort que operan en la noche. La trama que involucra negocios ilegales también incluye coletazos de realidad. En sus primeros minutos está la estridencia del atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires, junto con la mención a escándalos asociados al poder chileno, específicamente el asesinato de un periodista británico que fue a cubrir el evento mencionado más arriba.

Si bien la producción ostenta un elenco internacional (la colombiana Angie Cepeda, la española Goya Toledo y el local Luis Ziembrowski), su raíz está afincada del otro lado de la cordillera. “La serie habla de cómo se hizo la vista gorda con muchos temas como el tráfico de armas. Puede incomodar porque habla, denuncia y está entrecruzada con esta novela de Brosky. Hay un tipo que desarrolla un costado creativo con la locura que es la realidad. Y es una realidad que no se puede creer”, repasa el actor.

-¿Cómo definiría a Berko? Y ligado a esto, ¿cómo fue interpretar al alterego de quien escribió la novela?

-Roberto Brodsky tuvo mucho que ver con la miniserie y este es otro punto de interés, porque el proyecto se debate a las claras entre la ficción y la realidad. Tuve la posibilidad de conocerle, nos acompañó en el desarrollo y la filmación por lo que pude tenerlo a él como referencia. Fue un personaje clave en mi composición. Por otro lado, está el asesinato real de Jonathan Moyle, ¿verdad? Ese fue el disparador de la serie. El homicidio de este periodista en el Hotel Carrera. Efectivamente, fueron un faro, pero luego tuve muchas licencias para crear el personaje.

-¿Cómo lo definiría?

-Está abatido. Tiene un hastío de su profesión. Volvió de los Estados Unidos y no le encuentra la vuelta a lo suyo hasta da con este caso que lo remueve por completo. Empieza a investigar el tráfico de armas, lo relativo a la prostitución, todo eso que es bien oscuro, y le vuelve el espíritu al cuerpo, le vuelven la pluma y las ganas de vivir. Pero también su vida comienza a correr riesgo porque juega más de lo que debería, se mete con personas pesadas.

-Esa paradoja, que sienta el despertar en lo oscuro, es un arquetipo del del policial negro. ¿Tuvo ese género como referencia?

-Por supuesto, están esos elementos y referentes del policial. Pero el protagonista es un tipo que no toca un arma. Berko asiste como de turista, es un tipo bueno viviendo una vida de malos. Se le remueve su realidad. Alguien creativo y que necesita de una mejoría pero a la vez abandonado, con adicciones al alcohol y la cocaína, que no se halla como padre. Definitivamente, este caso lo sacude a todo nivel.

-El jazz tiene cumple un rol preponderante en la serie: Berko escucha este género en sus walkmans, parece imbuido…

-Debo confesar que no soy fanático del jazz. Me compré una batería electrónica y empecé a ensayar porque el personaje toca este instrumento. Buscamos la referencia - súper pretenciosa- de Whiplash, pero creo que lo logramos en el primer episodio cuando Berko está tocando y libera su angustia, hace catarsis.

-¿Cuán importante era rescatar y retratar ese Chile de los primeros años de la vuelta de la democracia?

-Fue una transición mentirosa, porque Pinochet seguía operando desde las sombras y con mucho poder en Defensa. Era la época de los “cuartelazos”: con cada cosa que le incomodaba o si se sentía amenazado, las fuerzas salían a apoyarlo. Creo que Patricio Aylwin fue muy astuto porque tuvo que lidiar y negociar con el poder de este dictador, que no era solo sobre los militares, era con los empresarios, con lo administrativo y más.

-Si bien en 1990 usted era un adolescente, ¿qué recuerdos tiene de esa época y de la sociedad que su personaje define como “pacata y llena de viejas que se espantan”?

-Yo tenía una visión muy sesgada de la realidad por mi formación y el colegio en el que estaba. Era muy chico, pero lamentablemente no pude ver la polarización que se daba en el país. Vivía en el campo y siendo tan chico vivía en una burbuja. Leía, pero leía parte de la información. Fui parte de una cara de la moneda. Por su puesto que de adulto me hice una opinión clara y contundente de las dos caras de la moneda. Cuando fui a la Universidad ya fui testigo de lo que fue esa dictadura, de las violaciones y abusos a los derechos humanos. Eso es lo que me gusta de este tipo de proyectos. Es clave volver a reconstruir la memoria. Es una de las misiones de todas las artes, en este caso una serie. Si yo tengo o tuve una visión sesgada, ni hablar aquellos que no lo vivieron.

-Por sus características, Berko tiene nexos con las producciones Alberto Fuguet o Antonio Skarmeta, por mencionar dos autores. ¿Con qué otros exponentes u obras vincularía esta miniserie?

-Eso es muy interesante. Fuguet es un autor al que respeto muchísimo, trabajé con él en un cortometraje que se llamó Las hormigas asesinas. Y mencionaría a Pedro Lemebel, no sólo por su rol de escritor sino por lo que significó como performer en los últimos ’80 y los ’90. Lo que hizo con Las Yeguas del Apocalipsis fue muy impactante para la escena artística de Chile. Su discurso político era muy potente por lo que tenía que ver con la inclusión, contra la dictadura y el sistema en general. Hoy se está comenzando un rodaje sobre Tengo miedo torero, que es una de sus obras cumbres, y aunque no actúe estoy muy entusiasmado.

-¿Se percató de que las organizaciones criminales que aparecen en Berko se conectan con las de Argentina, tierra de amor y venganza?

-Son temas difíciles. Trata de blancas y prostitución. Es algo muy doloroso de analizar, pero sumamente atractivo para contar desde el punto de vista creativo. Tiene que ver con el misterio, la representación y el distanciamiento. Si aparece el mismo problema en estos dos proyectos tan distintos significa que son problemas que los tenemos tan cerca que no queremos verlos.