Están los economistas de las consultoras de la city que legitimaron todas las medidas de la fallida administración macrista y están los otros, los que solamente intentaron aplicar los principios de la ciencia para entender el desarrollo de los acontecimientos. Los primeros decían hasta hace apenas unas semanas que el camino que condujo a un nuevo colapso terminal era el único posible. Hoy repiten lo mismo, pero afirman que el problema fue que el vehículo utilizado para recorrerlo no era el adecuado. Es una historia tan vieja y conocida como los finales de crisis de los regímenes neoliberales. La culpa nunca es de la mala teoría, de la ideología o de la vulgar defensa de intereses particulares y de clase, sino de que las medidas no se aplicaron a fondo o no se aplicaron bien.

En esta línea resulta paradigmática una nota aparecida el pasado domingo en el diario de negocios londinense Financial Times, que asumió el gasto de enviar dos periodistas a Buenos Aires. El artículo reproduce la especie urbi et orbi y seguramente retroalimentará la línea que seguirán los fracasados (no económicamente, claro) consultores locales. Según la interpretación histórica que se intenta construir, la culpa fue primero del gradualismo y luego, de que se llamó al FMI “demasiado tarde”. Por supuesto, el pánico post PASO no fue debido al agotamiento del modelo, sino al temible regreso del populismo. Dicho mal y pronto, “consumen de la propia”.

El gradualismo fue un invento de marketing para justificar el absurdo endeudamiento en divisas. Durante su devenir nunca se frenó el recorte del gasto y la destrucción de las funciones del Estado. El FMI llegó antes que el más pesimista de los pronósticos. Pero la síntesis refritada para los consumidores globales es bastante elocuente, el problema no fue el dogmatismo ortodoxo, sino su presunta baja dosis. El problema tampoco fue que el plan del FMI no sirvió siquiera para estabilizar la macroeconomía, sino que se lo aplicó demasiado tarde. Y finalmente, el problema no fue que se agotó el modelo de los endeudadores seriales, sino que regresarán los que siempre pagaron las deudas. Los argumentos de los escribas del poder financiero parecen broma, pero están escritos en serio.

La realidad es que no hacía falta una inteligencia sobresaliente ni conocimientos especiales para advertir que, desde el primer día, la segunda Alianza que marcó el regreso de casi todos quienes integraron la primera y provocaron el colapso de 2001-2002, comenzó a avanzar en la dirección contraria a la que necesitaba la economía local en diciembre de 2015. Frente al problema principal del déficit para generar las divisas necesarias para continuar con el proceso de inclusión social se recurrió a la toma desenfrenada de deuda. Pero no sólo eso, al mismo tiempo se eliminaron todas las regulaciones a los movimientos de capitales y, como si no fuese suficiente, también se eliminó la obligatoriedad de liquidar divisas. Dicho de otra manera, mientras se dejaba que la nueva deuda se recicle en fuga, se aumentaba la demanda futura de divisas al mismo tiempo que se reducía voluntariamente la oferta futura. El rumbo era hacia una colisión inevitable. Se sabía que el choque se produciría más temprano que tarde, pero sin una bola de cristal era imposible adelantar la fecha exacta. El colapso, hoy se sabe, comenzó a manifestarse en abril de 2018, con el cierre de los mercados externos. Ya con el FMI adentro y la profundización del ajuste, la pregunta más honesta que cualquiera podía hacerse era “¿estalla antes o después del 10 de diciembre?”. Sin importar el lado desde el que se mirara ¿le estalla a ellos o nos estalla a nosotros?

Le estalló a Cambiemos y en la caída no le quedó una sola bandera en pie. La secuencia fue terrible: megadeuda, megadevaluación, inicio de default y control cambiario. Todo esto en tiempo récord y tras haber recibido una economía desendeudada. Para graficar la experiencia macrista el lector puede imaginar que le dan a administrar una empresa saneada y en marcha y que la devuelve superendeudada, con patrimonio neto negativo, en concurso de acreedores, con la mitad de las máquinas paradas y con menos trabajadores.

Carece de sentido ensañarse en la secuencia de medidas producidas tras la asunción de Hernán Lacunza en Hacienda. Puede decirse que el gobierno corrió detrás de los acontecimientos, que recién actuó después del drenaje de más de 12 mil millones de dólares de reservas tras las PASO, y con las acciones y bonos soberanos derrumbados y sin piso, pero la realidad es que al oficialismo no le quedaban más alternativas. Tanto el “reperfilamiento” como los controles cambiarios fueron medidas inevitables para eludir un colapso mayor de consecuencias impredecibles, ya que sobre el fin de la semana pasada hasta se había puesto en marcha una corrida bancaria.

Quizá esta vez la sociedad argentina finalmente aprenda que cuidar los dólares escasos debe ser siempre un objetivo de la política económica. Quizá la actual recaída neoliberal sea la última. Pero conviene no ilusionarse. Lo mejor es ponerse nuevamente a trabajar contra las interpretaciones falsas. Hasta hace muy poco los ideólogos del actual fracaso afirmaban que estábamos frente al “tercer intento de modernización de la economía argentina” luego de la dictadura y los ’90. No es casual que todo haya terminado igual. Apenas resta esperar que la tercera sea la vencida.