En este momento, la película de la que está hablando todo el mundo es un film de época y de bajo presupuesto bañado en nihilismo y autodesprecio, enfocado en un hombre solitario y perturbado que vive con su madre y detesta a la sociedad. A pesar de llegar en un año que en todos los demás aspectos esta dominado por fotocopias dirigidas a toda la familia como Aladdín y El Rey León, también se espera que sea uno de los títulos más taquilleros de 2019. Y todo porque está vagamente relacionado con Batman.

Joker se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y terminó llevándose el premio mayor , el codiciado León de Oro. En su premiere fue despedida con una ovación de pie que duró ocho minutos. Estrictamente hablando, no es una película de la saga Batman. Con una sólida actuación, de esas que quedan en la memoria, Joaquin Phoenix disparó toda clase de especulaciones con respecto a los premios Oscar de la Academia de Hollywood. El actor no ejecuta la típica versión del Guasón conocida por los comics de Batman, ni tiene mayor vinculación con sus retratos previos en el cine, sea el de Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989), el de Heath Ledger en El caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) o el de Jared Leto en Escuadrón Suicida (David Ayer, 2016).

Aunque en los bordes de la película hay elementos de la mitología del Hombre Murciélago, desde su situación en Gotham City a la presencia de Thomas Wayne, padre de Bruce –rediseñado aquí más como una figura monstruosa a la Donald Trump que como el amable billonario de la historieta-, Joker (que en la Argentina se estrenará como Guasón, el 3 de octubre) es sin lugar a dudas una película que debe ser considerada por separado, una entidad alejada de toda la saga. De hecho, sus más abiertas conexiones con el material fuente son apenas el uso de un desprolijo maquillaje de payaso y una risita psicótica. Y aún así, a pesar de la ausencia de Batman, es ciertamente grande. Lo que la hace potencialmente preocupante.

Distanciándose conscientemente de películas menos ambiciosas de la escudería DC como Batman Vs. Superman: El origen de la justicia (Zack Snyder, 2016) o Escuadrón Suicida, Joker está más cerca en su tono y aspiraciones de un Martin Scorsese clásico. Entre las más claras influencias de la película se mencionan con insistencia el ácido humor de El rey de la comedia (1982) y la furia y el aislamiento urbano de Taxi Driver (1976). A diferencia de buena parte del género moderno de películas basadas en comics, Joker es enteramente un estudio de personaje, un oscuro y violento viaje a la mente de un hombre dejado a un lado por una sociedad quebrada y sin escrúpulos. Es exactamente el tipo de película de estudio anticlimática, conducida exclusivamente por un personaje y ambiciosa en su temática que ya nadie hace en la industria.

De manera adicional, su presupuesto de 35 millones de dólares está en el “rango medio” que los grandes estudios se han vuelto renuentes a gastar: hoy la típica película de estudio se hace por centavos o por un monto de cientos de millones de dólares. Pero en Warner Bros. estuvieron dispuestos a hacer semejante apuesta sobre todo por su protagonista. No Phoenix, que nunca tuvo el poder de convocar multitudes al cine por una película encabezada por él, sino por The Joker: un personaje de ficción que va mucho más allá de la categoría de “villano de Batman” y se transformó en una figura de culto, una especie de gurú del estilo de vida tóxico y con carácter que gusta a los trolls de internet.

En términos de cine basado en historietas, Joker es un paso bien recibido para el género, al probar que estas películas no necesariamente deben existir como una serie de identikits apenas dibujados para originar historias más grandes, transformaciones en supervillanos y secuencias de batalla que aparecen a raudales en el Universo Cinematográfico Marvel. No, también pueden ser experimentos extraños y con derecho propio, guiados por escritores con visiones singulares y específicas, que han sido alentados a jugar en otra liga antes que simplemente emular otras experiencias. En muchos aspectos, es una gran cosa.

Pero Hollywood también tene una tendencia a tomar lecciones equivocadas de sus películas exitosas. No sorprendería a nadie que el (a esta altura) inevitable suceso de Joker lleve a la industria a asumir que la única manera de conseguir la atención de grandes multitudes es concentrarse en esta especie de historias adyacentes de los libros de comics. Que las máscaras, capas y mitologías superheroicas deben ser utilizadas como fachadas para contar otras historias en otro ritmo, más extrañas, hasta estrafalarias, porque si no se quedarán sin público.

Todo esto agrega hechos a la creciente preocupación de que buena parte de la cultura cinematográfica, y de algún modo la manera en la que se habla de las películas, ha sido achatada por la dominación en la taquilla de Disney y los superhéroes. Que su poder comercial ha conducido a una reelaboración de lo que colectivamente constituye el pináculo de la realización de películas, los más deseables y valiosos métodos para contar historias grandes, atractivas, relevantes. A cineastas como David Fincher, George Miller y Dee Rees se les ofrecen películas de superhéroes, en lugar de desear que sigan haciendo su trabajo tan singular. Recientemente se habló de la realización de un reboot de Coraline con actores de carne y hueso, como si la animación ahora fuera solo una parada de segunda categoría antes de la inevitable remake con acción real. Joker, y lo que representa, parecen un buen y natural punto final para esa clase de conversación.

Debe decirse que absolutamente nada de esto tene garantías de que vaya a suceder. Quizá Joker se estrene y simplemente pase, haga dinero y se desvanezca, y que su único legado sea una serie de películas aisladas basadas en los DC Comics que presentan villanos o personajes clase B de Gotham City, dirigidas por realizadores de Hollywood dedicados al “cine de autor”. Pero ya existe la sensación de que Guasón significará algo más que eso: es lo que se trasluce en la furia que desataron las reseñas menos elogiosas, los reclamos de que presenta al Joker como “el santo patrón de los misóginos”, y las ponderaciones que se hacen sobre lo que la película dice de la violencia, la sociedad y la masculinidad. Se diga lo que se diga y se espere lo que se espere de ella, no parece que Joker vaya a perderse en la noche sin dejar rastro.

El fin de semana pasado, el crítico de cine Alex Billington escribió un tuit que se volvió viral, que aseguraba en modo dramátic que “habrá un antes y un después de Joker”. “No sé si el mundo está preparado para esta película. Es retorcida. Es loca. Es audaz”, decía el tuit, que fue inmediata y justicieramente satirizado y convertido en meme. Pero en términos de lo que Joker puede significar para el futuro de la realización de películas, hay un incómodo, persistente destello de verdad en la demasiado entusiasta profecía de Billington. Aunque quizá no en el sentido que él pretendía darle.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.