Mercedes Bisordi (Santa Fe, 1975) ha publicado este año una primera novela donde se cruzan las tradiciones del realismo social, la poesía gauchesca, el realismo mágico y elementos de policial y terror con las cuestiones que definen el pensamiento político en el presente. La novela tiene una estructura episódica que encubre una trama sutil.

Editada por el sello Alto Pogo en Buenos Aires, donde se presentará el sábado 21 de este mes, El tiempo que lleve olvidar reúne un puñado de relatos breves que tenían en común, según su autora, "el escenario, el ambiente" rural. Pero también comparten un tono, un lenguaje, un mundo, un ritmo cansino como de caballo sin apuro, y lo que es más importante: se reiteran en ellos ciertos personajes, gente de campo del siglo veintiuno que habitan la provincia vecina al modo gaucho, en torno a las ruinas de lo que fue una estancia ganadera.

"Cuando vimos que los personajes se iban cruzando surgió la idea de novela", cuenta la autora en referencia al trabajo de edición que hizo conjuntamente con Hernán Brignardello, uno de los editores de Alto Pogo. "Ya se lo mandé pensando en novela, pero él le dio esa vuelta de tuerca" de segmentar la novela en piezas que se ensamblan.

Al principio esas piezas parecen dispersas, pero cuando se llega al último y brevísimo capítulo, todas han caído en su lugar como un Tetris y el final conjuga el crimen con lo sobrenatural, sorprendiendo por lo impecable. No viene de la nada sino que siempre ha estado ahí, agazapado en detalles que parecían menores o secundarios, como Margarito, un vagabundo que anda errante por el campo cargando con un manojo de libretitas Norte mientras recita de memoria versos del Martín Fierro y suele sentir un viento extraño.

Habría que situar a esta obra dentro del realismo expandido contemporáneo junto a Gustavo Farabollini y Selva Almada.

Ninguno de los rasgos convencionales del policial, del terror o del realismo mágico está exacerbado a expensas del gran tapiz realista social que la autora teje, desplazando un grado cada vez el punto de vista de un personaje a otro, incluso dentro del mismo capítulo. El arco temporal es muy extenso (marcado por el devenir de la vida de Diego, el comisario, quien al comienzo es un niño) pero transcurre como en un instante. Y eso es porque el centro oculto de la narración, aunque no lo parezca, está puesto en otra dimensión, en otro mundo. Los personajes andan ocupados en sus oficios campestres, persiguiendo cada uno su objetivo o su accionar: esquilar, jinetear, trenzarse en peleas y hasta desarmar radios a transistores. "Dicen que la estancia está asombrada", cuenta un narrador a vuelo de pájaro y se refiere a las sombras (fantasmas) que supuestamente la habitan.

La extrañeza se diluye en un universo narrativo donde un milagro del Gauchito Gil se disimula como buena suerte de la arisca pulpera Azucena y la obsesión del puestero Fiore por dar cristiana sepultura a los muertos pasa por un supersticioso capricho. Si hay lo ominoso, es suave y está integrado en la aspereza general del agreste paisaje.

La diversidad de género tiene su espacio entre esas vidas solitarias. Una mujer transexual autodenominada Kalimba convive más o menos bien con la dureza diaria. El Cuqui, pretendiente grotesco de una muchacha, consuma una relación pero luego debe aceptar el "no" que se le planta. Algunos de estos seres se van derrumbando a medida que mueren sus linajes familiares. Los detalles sensibles están cargados de verdad vivida. El lenguaje es creíble y poético sin estridencias.

La autora se refiere en la breve entrevista a la "experiencia vital de convivir desde los 17 años con un entrerriano campero, y de ir muy seguido para allá. Y mi familia materna, igual. Sostuvieron los modismos", señala. Bisordi vive actualmente en Colastiné Norte. Es comunicadora social y gestora cultural, animadora junto a sus colegas de convocantes proyectos tales como la radio Ochava Roma y el Festival de Literatura de Santa Fe, el Felisa. La novela se presentó en junio en el Hotel Casa Campo de Mutual Maestra (Rincón, Santa Fe).

Entre las influencias literarias posibles, la crítica ha mencionado a Sara Gallardo y Haroldo Conti. Habría que situar a esta obra dentro del realismo expandido contemporáneo junto a Chicas muertas de Selva Almada y a Gustavo Farabollini, autor de El puente de las ánimas.