Carla Graciela Rutila Artés tuvo la posibilidad de mirar a los ojos a su apropiador y abusador, el genocida Eduardo Ruffo, y contar con lujo de detalles durante uno de los juicios de lesa humanidad en los que fue condenado lo que recordaba de su secuestro, cuando bebé, de su encierro en Automotores Orletti, de los golpes y los abusos que vivió como hija de Ruffo y de “el nombre y el amor” que recuperó cuando Abuelas de Plaza de Mayo la encontró. Carla, una de las primeras nietas recuperadas, falleció ayer “a causa de un cáncer, corolario de una vida durísima”, informaron a través de un comunicado desde Abuelas. Sus restos serán inhumados esta mañana en el cementerio de la Chacarita.

Carla fue junto a sus padres, Enrique López, uruguayo, y Graciela Rutila Artés, argentina, víctima del Plan Cóndor. A Enrique lo mataron en Bolivia, en donde ella y su mamá fueron secuestradas el 2 de abril de 1976 y posteriormente entregadas a la Gendarmería Argentina, que las depositó en el centro clandestino de detención Automotores Orletti. 

Carla fue apropiada e inscripta como hija propia con el nombre de “Gina” por el matrimonio de Amanda Cordero y Eduardo Ruffo, uno de los represores responsables de ese centro de exterminio e integrante de la patota paramilitar que mató para la Triple A comandada por Aníbal Gordon. Vivió casi diez años con sus apropiadores. Ruffo la golpeaba y abusaba de ella. Un día se vio a ella misma en la tele: una señora –su abuela Matilde Ares Company– la mostraba informando que era su nieta y que la estaba buscando. Era 1983. Desde esa campaña iniciada por Abuelas de Plaza de Mayo, los Ruffo comenzaron a escapar de la Justicia hasta que en 1985 fueron atrapados y Carla, restituida. Vivió con su abuela en España durante 25 años. Declaró en el juicio por los crímenes de Orletti y en el que analizó el plan sistemático de robo de bebés.