Este año se cumple el tercer centenario de la primera edición de la novela Robinson Crusoe, escrita por Daniel Defoe. Publicada en Londres, el relato, que con el tiempo se transformara en un clásico de la literatura, trata de las aventuras de un joven inglés dedicado a la vida en el mar. El protagonista, en su viaje iniciático, es rescatado de un naufragio en la costa inglesa. Al tiempo, se enlista como marinero en otro navío que tiene una idéntica costumbre: irse a pique. Pese a salvarse nuevamente de la desgracia su destino no es el óptimo: es tomado prisionero y sometido a la esclavitud por mercaderes africanos. Escapando de su encierro a bordo de un bote con la ayuda de un joven esclavo, Xury, son luego auxiliados en alta mar por un barco, a cuyo capitán vende, inescrupulosamente y por veinte duros, al mismísimo Xury. De ahí, Robinson se dirige al Brasil, en donde a partir de su condición de hacendado acumula capital y riquezas al explotar una propiedad agrícola. En su finca necesitará incorporar más mano de obra esclava por lo que decide trasladarse al África, a fin de comprar el número de hombres y mujeres que precisa. Un nuevo naufragio lo convierte, al ser el único sobreviviente, en el amo y señor de una isla desierta. Pasa años en completa soledad, pero pertrechado con cosas rescatadas del navío (alimentos, ropas, herramientas varias, tres biblias, un perro y dos gatos, más otros artefactos útiles que le garantizan seguridad y control: mosquetes, balas, pólvora) La narración incorpora más adelante un personaje extra, un aborigen al que llama Viernes, a quien convierte en su sirviente. Es de destacar el hecho de que la primera palabra en idioma inglés que le enseña a Viernes es ‘amo’ y que, asimismo, incentiva su asombro y temor mostrándole las consecuencias fatales del uso de las armas de fuego. Detendremos aquí, sin adelantar el final, el cuadro sinóptico de la novela.

Basada en hechos reales protagonizados por el escocés Alejandro Selkirk, quien vivió años como único habitante de una isla del archipiélago Juan Fernández (a 650 kilómetros de la costa chilena), la novela, con sus numerosas ediciones en distintas lenguas hasta el día de hoy, ha sobrepasado con creces los límites de la literatura para internarse en el terreno farragoso de la economía. Ya en el siglo XIX numerosos expositores de la disciplina (Gossen, Bastiat, Menger) hacían referencia a Robinson Crusoe a fin de mostrar, partiendo de un modelo muy simple de un solo agente económico, las variables más relevantes. En una perspectiva apologética del capitalismo, como nuevo modo de producción consolidado y estimulado por las conquistas de la Revolución Industrial, este uso ideológico de las aventuras literarias del solitario náufrago en la teoría económica fueron ridiculizadas en su tiempo por Carlos Marx, quien las bautizó como ‘robinsonadas’.

Hoy, en pleno siglo XXI, la apelación a Crusoe sigue formando parte de los contenidos de importantes libros especializados provenientes de escuelas que presentan un perfil pro-mercado: neoclásica y austriaca, tanto a nivel introductorio como avanzado. Así, más que recorriendo playas y colinas de una tropical isla de la mano de Defoe, vemos a Mr. Robinson Crusoe protagonizando las obras de autores como N. Gregory Mankiw (Principios de Economía), Craig A. Depken (Microeconomics Demystified), Hal R. Varian (Intermediate Microeconomics, A Modern Approach). La referencia a Crusoe desde la teoría neoclásica permite introducir importantes parámetros como por ejemplo la racionalidad, el costo de oportunidad, las fronteras de posibilidades de producción o el intercambio de bienes entre dos agentes económicos (aquí incorporando a Viernes como actor de reparto). También desde costados más extremos aún –la escuela austríaca- podemos apreciar el uso que se hace de Crusoe: desde textos con pretensiones serias y eruditas como el de George Reisman (Capitalism, A Treatise on Economics) hasta artículos periodísticos o entrevistas televisivas a cargo de un histriónico economista local, convertido en un mediático pretor rioplatense de la doctrina de von Mises y Hayek.

Convencer al lector de las ventajas de la teoría neoclásica con la sola exhibición de un elegante, lógico y frío esquema hipotético-deductivo en un libro de texto se torna insuficiente. Es preciso incorporar elementos retóricos, ciertas metáforas e historias que no solo sirvan para introducir conceptos novedosos sino que también persuadan al lector acerca de la naturaleza innata de ciertas prácticas económicas, en particular el intercambio. Veamos la manera en que se presentan algunos conceptos básicos. Robinson como productor-consumidor precisa lo elemental para garantizar su existencia: beber y comer. Para lo primero elige agua de coco, el consumo de pescado fresco para lo segundo. Restando las horas de descanso (ocho horas), las actividades para procurarse alimento y bebida las distribuirá en dieciséis. Si solo pesca (digamos treinta merluzas de tamaño mediano) no podrá beber ni un centímetro cúbico de líquido. Y si se dedica nada más que a bajar cocos de las palmeras tendrá suficiente para beber (digamos 30 cocos) pero no tendrá ni un cuarto de libra de carne de pescado para consumir. Entre estas alternativas extremas podrá elegir las combinaciones posibles y eficientes, a partir de las cuales el economista neoclásico podrá trazar las fronteras de posibilidades de producción. Además, si Robinson está ocupado en las tareas de pesca no puede dedicarse al mismo tiempo a subir cocoteros. Esto le permitirá, entonces, al economista introducir la noción de costo de oportunidad.

Libre comercio

Una de las derivaciones del uso de Crusoe tiene para la Argentina una llamativa actualidad. En julio pasado, el gobierno de Macri anunció un preacuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. Para el canciller Jorge Faurie “ese acuerdo representa un avance estratégico en el posicionamiento argentino en la escena internacional. Esto refuerza la agenda comercial de nuestro país”. Muchas de las voces críticas a aquel entendimiento hicieron hincapié en que significaba una vuelta a la teoría de las ventajas comparativas en el comercio internacional. Este enfoque, formulado por David Ricardo en el siglo XIX, implica para nuestros países su inserción en la economía globalizada vía una especialización en la producción de mercancías sin valor agregado.

Veamos cómo llegar a esta conclusión de la mano de Crusoe y Viernes. Robinson y su esclavo poseen cada uno su respectiva fronteras de posibilidades de producción, pero pueden mejorar su situación si deciden intercambiar libremente su producción a partir de su especialización en el área en la que tengan mejor desempeño y rendimiento. Supongamos que Crusoe globalmente es superior a Viernes, es decir que tiene una ventaja comparativa absoluta. Sin embargo, Viernes es particularmente muy bueno en la pesca. Por tanto, si Crusoe dedicara más tiempo y dedicación a conseguir agua y dejara principalmente a Viernes lo relativo a la pesca habrá más pescados y cocos disponibles para ambos: el intercambio de bienes, el comercio, es beneficioso para todos.

El individualismo

El marco justificativo para trasladar este resultado a la sociedad lo aporta el individualismo metodológico (IM). Refiere a una manera de estudiar y explicar el comportamiento social, en un proceso de análisis direccionado que va desde una agencia individual hacia la estructura económica. Para ello, el IM concibe el espacio económico de la sociedad como compuesta por entidades denominados individuos, quienes son estudiados a fin de encontrar sus características y comportamientos particulares. Las propiedades del grupo social es entendido como la agregación (suma mecánica) de los aportes de cada individuo, que es lo único realmente existente. 

La sociedad, entonces, no es otra cosa que un simple agregado de individuos, tal como asegurara en su momento Milton Friedman: “En su forma más simple, la sociedad consta de una serie de hogares independientes, una colección de Robinson Crusoe, por así decirlo”. 

Con este estilo investigativo en mente volvamos a nuestros amigos y extrapolemos su situación: la Unión Europea estará conformada por miles y miles de Robinson, el Mercosur será habitada por émulos de Viernes. La ventaja comparativa absoluta corre para la UE (en términos de producción industrial y agrícola) pero el Mercosur se destaca por su producción primaria agro-exportadora. De manera similar a lo que ocurría en la isla desierta habrá especialización e intercambio: de Europa vendrán productos manufacturados, de aquí enviaremos granos y carne, como lo hacíamos en el siglo XIX.

Por esos caprichos de un destino malhadado en aquellas épocas Inglaterra era ya un país desarrollado y Argentina no. Si existen diferencias notorias entre las naciones, en términos económicos y de poder político, los beneficios no se podrán distribuir de manera pareja. Al relato económico ingenuo de Crusoe y Viernes que ve relaciones económicas entre iguales se le olvidó señalar que el intercambio en la desierta isla no se producía de esa manera: Robinson era amo y señor de la vida y la muerte, el único propietario de la riqueza material en la isla y el exclusivo creador de las reglas de convivencia que allí se establecían. Crusoe ejercía su poder de manera absoluta y actuaba con plena discrecionalidad. Viernes, por el contrario, era su esclavo, sumiso y temeroso. Recordar estas circunstancias permite entrever el papel que cumplen las diferencias jerárquicas y de poder existentes entre los agentes económicos en un intercambio comercial.

 

Defoe escribió su obra en una época en que se sentaban las bases del sistema económico capitalista. Las condiciones humanas de Crusoe (el individualismo como sustento del egoísmo, su avidez extrema conjugada con el uso de la racionalidad instrumental, su ausencia de escrúpulos y de valores solidarios y, al mismo tiempo, su profunda fe religiosa que no le impedía, por cierto, ser dueño de una mentalidad abiertamente promotora de prácticas de explotación del semejante) reflejan el sistema de valores de un sector social particular (la burguesía industrial y mercantil inglesa en ascenso) y no las condiciones innatas de cualquier ser humano. 

En la vida no todo es egoísmo, avidez, codicia o pragmatismo. Siempre hay lugar en el comportamiento humano para la empatía con el prójimo, la solidaridad y el altruismo. A despecho de lo afirmado en su momento por Milton Friedman, en esta sociedad no somos todos ni queremos serlo las réplicas espectrales de Mr. Robinson Crusoe.   

* Ingeniero en Petróleo, Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional del Comahue.