Habría que agradecerle a Lazzarato su reintroducción, tan intempestiva, tan ocasional, tan celebrada, de la monadología de Gabriel Tarde en nuestro entorno actual. Si bien entender el lenguaje de las mónadas -tan hermosa su cacofonía con nómades- requiere de una cierta profundización, podemos asegurar que vale la pena hacerlo. Sólo aprehendiendo las capacidades de lo múltiple, de lo monstruoso, de lo heterogéneo, de lo irreductible a dualismo o monismo alguno, es que puede entreverse el futuro que se avecina. Frente a un presente cada vez más bolsonarizado, más desinhibido frente al terror a lo diferente, ocuparnos de la multiplicidad es una tarea tan urgente como necesaria.

Podemos decir de las mónadas que lo que vienen a plantear es una interferencia: una ruptura en el modo de pensar la sociedad y el mundo, una manera de empezar a pensar en sociedades y en mundos. Pensar en mónadas es pensar por fuera del sujeto, de la producción y el trabajo. Es pensar, también, por fuera de toda sustancia, de todo universal. Pensar en términos de mónadas en pensar en términos de relación, de relaciones, de vasos que se comunican con otros vasos hasta el infinito. Es pensar en términos de acontecimiento, de algo nuevo siempre por venir. Es pensar por fuera de la programación y de los límites. Es pensar desde y hacia lo múltiple, desde los miles de sexos que nos habitan. Es salirse del monismo del lenguaje y encontrarse habitado por infinitas lenguas.

Si los fines de la década del 60 -con fenómenos como el Mayo Francés, la Primavera de Praga o el Cordobazo- marcan la gran irrupción de las mónadas con esa irrupción van a aparecer también toda una serie de técnicas de modulación de esas fuerzas nómades. La idea no es más reprimir, encerrar, censurar, sino modular esa heterogeneidad, frenar sus capacidades de producción de lo nuevo y dejarlas atendiendo sólo a la reproducción de lo conocido. Sin embargo, más allá de que la modulación se dé en todo momento -pensemos, por ejemplo, en toda la serie de publicidades que han tomado ahora a la mujer como protagonista- y convive, mal que bien, con todo gobierno, hay algunos que alientan de algún modo la irreverencia de las mónadas, de lo múltiple, y otros que tienden a apagarlas, o, en el peor de los casos, intentan un retorno de viejos y estúpidos dualismos. Lo que está puesto en juego, en última instancia, es el problema del racismo. Ya lo dijo Barthes en su momento: lo peor del fascismo no es lo que prohíbe decir sino lo que obliga a exclamar. El problema del racismo, del fascismo, está en su eficacia a la hora de conducir odios, y es aquí donde encontramos el meollo del asunto.

Otro de los aportes de Tarde que rescata Lazzarato sobre las nómadas, sobre lo múltiple, se refiere a pensar las sociedades no ya en términos de clases, o de masas, sino entenderlas como públicos, como audiencias. Si décadas atrás a cada cual le correspondía un determinado lugar en una clase social, cuasi inamovible, hoy día cada une de nosotres puede ocupar múltiples lugares dentro de los públicos: hay un grupo que escucha música electrónica, vota a Nicolás del Caño y hace compras por Amazon; hay otros que escucha música electrónica, compra en Mercado Libre y vota en blanco; y así.

Pues bien, en las últimas semanas se ha dicho que el marketing político se ha puesto en jaque y que frente a la realidad no hay mantra ficcional, virtual, que pueda superarlo. Pero si no pensamos, si no logramos dar marcha atrás apenas unos años, seguiremos encerrados en este continuo presente sin salida, no sólo propio de una Argentina desvelada sino propio de una máquina de capital que opera intemporal, inespacialmente. Se ha dicho: la única verdad es la realidad. Pero ¿cuál era la realidad del 2015?

Más que pensar en términos de realidades habría que pensar en términos de audiencias, de dualismos y de multiplicidades. El (neo)peronismo abierto en el 2003 supo heredar del peronismo tradicional su joya más preciada: la convocatoria real, presente, actualizada, efectiva de la negrada, los, las y les cabecitas negras. A esa tradición, que todavía se asentaba sobre dualismos -por un lado los trabajadores, por el otro la oligarquía- le sumó, por voluntad política y por imposición "desde abajo", toda una serie de nuevos y no tan nuevos actores: les desocupados, les piqueteros, los cartoneros, el periodismo militante, las amas de casa, todo un arco heterogéneo de artistas, entre otres. Para bien, para mal, esa multiplicidad logró convivir más allá del reductible de la grieta. La convivencia fue (es) azarosa, desordenada y, si se quiere, anti-productiva, sin querer con esto darle algún mérito a la producción.

Pues bien, aquél despliegue de lo heterogéneo, efectivizado a partir de una serie de políticas públicas conocidas por todxs, generó lo que ya sabemos: las fuerzas de la tradición, del conservadurismo, de las viejas modalidades, encontraron en aquel quehacer un peligro. Y como el mejor modo de poder contra lo heterogéneo es, primero, hacerlo manejable, conducible, y luego, hacer de lo diferente, de la diferencia (soy porque difiero) inmanente a cada cuerpo, a cada alma, una dualidad, el gran re-invento de la gerencia que ascendió en diciembre de 2015 consistió en partir la heterogeneidad en términos entendibles y contrapuestos: pasado-futuro; transparente-oscuro; corrupción-eficacia; engaño-verdad, son algunos de los dobles que se gestaron para capturar el estado nacional. Sin embargo, hoy día, con el aparente dualismo no basta. La heterogeneidad es un hecho, y es desde ese hecho histórico, maldito acaso, que el modo de "llegar", de convencer, de seducir, de capturar, fue (es) a través de la división en públicos, en audiencias.

 

El documental tan celebrado en el último tiempo Nada es privado habla un poco de aquello, de cómo se modela nuestro espíritu a través de aquellas tecnologías de control a distancia que son las redes. ¿Cómo es posible que aún no hayamos hecho un trabajo serio de que lo ocurrido con Trump en Estados Unidos o con el Brexit en Gran Bretaña es muy semejante a lo ocurrido en la Argentina del 2015? ¿Cómo es que todavía no ingresamos en una reflexión que entienda que el espacio de la net, de las redes sociales, es el mejor caldo para la generación de audiencias, para la conducción de odios? Más que pensar que la realidad le ganó al marketing político habría que empezar a problematizar el hecho de que cuando las grietas son tan finas que un puñado de miles de votantes pueden decidir los destinos de una nación hay técnicas de modulación, de perfilación de odios, que están más que a mano. Cómo operan esos modos de conducir los odios, los fracasos dentro de una economía que, a nivel global, da muestras sobre sus ineficacias, sobre lo imposible de sostenerse, es una tarea que nos compromete, más allá de todo resultado electoral.