Muralla      5 puntos

Bolivia, 2018.
Dirección: Gory Patiño
Guion: Rodrigo Patino, Fernanda Rossi y Camila Urioste
Duración: 110 minutos
Intérpretes: Pablo Echarri, Juan Carlos Aduviri, Luis Aduviri, Fernando Arze Echalar y Freddy Chipana.

Se sabe poco y nada en estas tierras sobre el cine boliviano contemporáneo. Apenas algunos títulos exhibidos en festivales o espacios alternativos (Averno, de Marcos Loayza, y Algo quema, de Mauricio Ovando, son ejemplos recientes) conforman una escueta nómina a la que ahora se suma Muralla. Preseleccionada para representar al país en la carrera por el Oscar a Mejor Film Extranjero de la temporada pasada, la ópera prima de Gory Patiño –originalmente pensada como “precuela” de una futura serie en desarrollo– está basada en una investigación realizada para una obra de teatro por la reputada dramaturga y escritora Camila Urioste, quien recorrió durante meses distintos ámbitos relacionados con la trata de personas, tema central tanto de aquella obra como de esta película. Un tema desde ya urgente y de enorme gravedad social, que aquí sin embargo queda diluido en medio de un thriller estilizado y con ínfulas de denuncia acerca de un hombre que recorre un ripioso camino rumbo a la redención.

La muralla del título no es de ladrillos sino de carne y hueso. Así apodaban a Jorge Rivera (un eléctrico Fernando Arze Echalar) durante su carrera como arquero profesional, un tipo infalible bajo los tres palos cuyo máximo logro fue haber atajado un penal a mediados de los '90 que aún hoy la comunidad paceña recuerda. Pero las cosas fueron de mal en peor desde su retiro, y ahora alterna entre su trabajo como chofer de un minubús, los cuidados a su hijo internado por una grave enfermedad y la búsqueda desesperada de dinero para costear la operación del chico. Como en Siete cajas, Muralla es un relato noctámbulo, cinético y sudoroso circunscripto a una zona alejada de las áreas turísticas. La diferencia es que si la película paraguaya exudaba verosimilitud aun en su apego a los códigos del thriller, aquí hay se apuesta por un estilo visual demasiado preocupado por hacerse visible. Los encuadres, la cámara temblorosa, un montaje frenético y su paleta de colores hacen que su estética coquetee peligrosamente con el llamado cine "porno miseria", es decir, aquél que se regodea mostrando la pobreza de una manera lo suficientemente colorida como para que satisfaga los paladares blancos de los países desarrollados.

En uno de esos viajes, al buenazo de Muralla le aparece una oportunidad que no puede rechazar. En realidad podría, pero si lo hiciera no habría un dilema moral que propulse el relato. Lo que hace Muralla es vender a una chica a una red de trata a cambio de una importante suma de dinero que le permitiría pagar la operación. Algunas vueltas de guion después, la redención hará su entrada cuando el protagonista intente enmendar su error yendo tras la huella de su víctima, iniciando así un tour de force físico que lo llevará a enfrentarse con las mafias locales, encabezadas por el médico que interpreta un Pablo Echarri al que, por fin, su tendencia a la exacerbación le calza perfecto a su personaje. Muralla, entonces, como un exponente de cine boliviano for export, ideal para consumir bien lejos de su punto de origen.