No quieran saber a las señoritas que impresioné contándoles la historia de los amantes de Módena, esa pareja de esqueletos tomados de una mano, como decididos a amarse más allá de la muerte. Yo las veía estremecerse (a ellas, no a los esqueletos) al oír esa historia cual metáfora del triunfo del amor sobre la finitud de la vida, como si esas manos entrelazadas fueran una burla al mismísimo Dios. Mi relato incluía la historia (una ficción, claro) de esos neandertales, bestias mías de mi corazón, amándose a pesar del clima, el hambre, y por qué no, de los dinosaurios.

Pero llegaron las decepciones. Los neandertales no eran monógamos por amor, como sugería mi relato, sino por conveniencia, ya que más de una compañera duplicaba el problema de la alimentación y las migraciones. Y al fin se supo, como si la ciencia se empeñara en destruir a los poetas, que los esqueletos no eran tan antiguos sino que habían vivido en la era cristiana. En fin… Un chasco tras otro. De esa forma, mi relato para impresionar señoritas fue quedando cada día más en ridículo. Llegué a desear que ninguna lo recordara, aunque sé que en cuestiones de amor y semejantes, que una señorita olvide una ofensa es una utopía más grande que el comunismo mismo.

Y ahora, como si no hubiera sido suficiente, me vienen con que esos pobres diablos no sólo no eran amantes esposos, sino que eran hombres, dos pobre hombres que habrían muerto de frío y que a último momento habrían atinado a tomarse de la mano, en un movimiento espasmódico de los músculos por la cercanía de la muerte. Poetas, abstenerse. Seductores de la vieja guardia, búsquense temas que ya hayan sido chequeado mil veces, aunque eso no garantiza nada porque todo, incluso el pasado, está bajo mil lupas.

Ahora, digo yo: ¿Teníamos que saberlo? ¿No podían dejar la historia como estaba? ¿No les basta con corrernos todo el tiempo el arco donde debemos hacer los goles que el capitalismo nos exige para declararnos aptos para ser explotados? ¿También hay que modificar el pasado? Si estábamos tan bien con esa ridícula historia de los amantes abrazados, uno con la cabeza ladeada en una simulación avant la lettre de Rose estirando su mano para evitar que Di Caprio se ahogue en el mar. No respetan nada, vea. El presente es un lío, el futuro una nebulosa. ¿No podía dejar el pasado en paz, así al menos teníamos de dónde agarrarnos a la hora de hilvanar una idea? Un día de éstos van a decir que Romeo era gay y que le cantaba al primo de Julieta. Pero si Romeo es un personaje de ficción, Chiabrando, me digo yo, como reafirmando mi derrotero incierto y mi confusión.

Yo soy de la época en que entrabas a trabajar a un banco y ahí te quedabas toda la vida. El mundo era más o menos así, y chau. Por eso no entré a trabajar, obvio. Yo quería ser una estrella de rock. Luego descubrí que era una ilusión. Que siempre te están toqueteando los sueños. No sólo el de ser estrella de rock sino el de trabajar toda la vida en un solo lugar. Ahora no sólo te corren el arco del futuro y reescriben el presente a cada rato, sino que te cambian el libreto del pasado. ¿Tanto les costaba dejar algo en pie? ¿Por qué no hacen como en esas películas dónde se descubre algo terrible y deciden escondérselo a la sociedad para cuidarla del horror? Si queremos tomarnos la pastillita de Matrix, ¿qué tiene de malo? ¿Acaso no escucharon la frase "lo pasado pisado"? Dejen el pasado tranquilo, que el mal ya está hecho y buscar el bien o la verdad no garantiza nada. Y no confíen en esas frases de almanaque, del estilo "si no sabemos de dónde venimos no sabemos adónde vamos". Son frases que escriben tipos como yo cuando deben entregar una nota a las apuradas.

¿Habrá más chances de felicidad en el futuro revisando el pasado? De mi parte, mejor dejar las cosas así. Y algunas nuevas verdades, de ser posible, volver a esconderlas. O, como diría un amigo, "fui diez años al psicólogo para que me hiciera ver algunas cosas, ahora voy a ir otros diez para volverlas a tapar". Y si a nosotros nos da gusto encontrar claves del pasado que nos den fundamentos sobre el enemigo, al enemigo le encanta encontrar cosas horribles sobre nosotros y nuestros referentes. Así como un día descubrieron que los mapuches no eran argentinos, otro día te van a salir con que Perón era esto, que Evita era lo otro y el Che laburaba para la CIA. Y no hay que descartar juicios por macanas viejas. Por ejemplo el que me podrían hacer esas señoritas en cuestión por haberlas querido engatusar con cuentos falsos de esqueletos no tan antiguos de sexualidad incierta. Un lío.

Para colmo, además del nuevo macartismo que te dice qué palabras podés usar y qué no, y te miden los chistes, habrá un macartismo retrospectivo, el que te dirá que no podrás citar a los amantes de Módena para seducir señoritas porque no eran amantes, no eran neandertales, y ¡eran metrosexuales! ¡Socorro! Con lo bien que yo me sentiría, y las señoritas a las que engatusé ni les cuento, en seguir pensando que esos dos esqueletos eran amorosos especímenes en vida y muerte. Al fin de cuentas el pasado es un relato. Ya lo aprendimos, no nos obliguen a memorizarlo de nuevo. Y con lo que costó. Dejemos las cosas así, que no será la gloria, pero es terreno conocido. Y que me perdonen las señoritas engañadas. Yo también estaba engañado. No quise aprovecharme. Y hasta donde recuerdo, mucho no pude aprovecharme.

Al fin, el banco en el que podría haber entrado a trabajar y donde habría envejecido prósperamente, todavía existe. Claro que cambió de nombres y de dueños y fue vaciado varias veces. Quiero decir con esto que mi idea del mundo ya era vieja entonces, y lo sigue siendo. El mundo se mueve. Eppur si muove, y mucho más si escarban todo el tiempo en el pasado y nos cambian las reglas de juego a cada rato. En fin, toda una aventura sobrevivir. Lo bueno entre tantos cambios es que todavía yo podría volverme una estrella de rock, después de todo. Estén atentos.

 

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