El 24 de mayo de 1972 emerge una experiencia revolucionaria fruto de la organización de vecinos de distintos barrios y villas en conjunto con la militancia estudiantil de la Universidad Nacional de Salta (UNSa) y la Universidad Católica de Salta (UCASal).

Los terrenos de Villa Unidad originalmente pertenecían al Arzobispado salteño y los había dado en comodato al Club Correo, la necesidad acuciante de vivienda no estaba en la agenda de la curia local que destinaba sus propiedades a otros fines.

En plena dictadura de Agustín Lanusse en la Nación y Ricardo Spangerberg en la provincia, cientos de familias que vivían en inquilinatos y terrenos alquilados irrumpen en la historia. La militancia revolucionaria había recorrido esos hogares donde se hacinaban las familias y les había propuesto ocupar el terreno sin uso y construir sus propios ranchos. La idea prendió como un sueño de dignidad.

La preparación llevó un año, lo más difícil fue conseguir los camiones. El Club Correo no había edificado, entonces la propiedad volvió al Arzobispado. La toma sorprendió a la curia, pero no tardó en hacerse presente el monseñor Carlos Mariano Pérez para "hostigar y meternos miedo, se reunió con los vecinos y les dijo que se vayan, que estaban en plena dictadura y que nunca iban a tener baños ni cloacas", dice Fanny Martínez, testiga de aquellos días. 

La incipiente villa tenía baños comunitarios para 100 familias y sobre esa precariedad se asentaba la prédica sacerdotal que llegó antes que los servicios públicos.

"No sería el lujo, pero tenías tu rancho y la certeza que no te iban a correr, porque si no tenías para pagar el alquiler te corrían, vivías en la calle", así que decidieron resistir.

El monseñor Pérez abrió en 1969 las puertas de la Universidad Católica de Salta. Tres años después muchos de sus estudiantes estaban en la vereda del prójimo plebeyo que golpeaba las puertas del cielo reclamando derecho a la vivienda. Fieles a esa opción por los pobres que los había llevado hasta ahí predicando un Cristo de amor y liberación.

Fanny Dulía Martínez tenía 9 años en el año 1972, pero recuerda todo como si fuera ayer, su madre Nélida Gareca fue una de las principales dirigentas barriales que condujeron la toma. Militaba en las filas del Frente Revolucionario Peronista (FRP).

El terreno estaba detrás del barrio San José, en algún momento pasaba el río y había dejado un pozo y una barranca. La Villa no tenía servicios, entonces tomaban el agua de las vertientes del río o las que le acercaban los barrios vecinos. No era potable y las enfermedades se multiplicaban.

El proyecto comunitario tenía sus tramas de organización: un Club de Madres, un Centro Vecinal y la Unidad Básica "Ana Maria Villarreal". La copa de leche, las ollas populares y la campaña de alfabetización fueron unas de las primeras medidas del gobierno vecinal

La comisión "era democrática, si el presidente no hacía bien las cosas se lo cambiaba, se hacían las reuniones y si no respondía, se volvía a llamar a elecciones". En una de esas asambleas se eligió el nombre de la villa y alguien propuso: "Unidad, venimos de distintos barrios y nos unimos para conseguir lo que es nuestro derecho”. Las reuniones se celebraban a "oscuras o para despistar simulaban tejer o tomar mates, no era como ahora, estaban organizando la vuelta de la democracia". Por el rancho y la liberación.

La segunda medida de la comisión fue movilizarse hasta el centro de la Ciudad para demandar los servicios de agua y luz. Fanny guarda en su mirada la imagen de su gente ocupando la avenida Belgrano con estandartes, pasando por las puertas traseras de la Catedral

No era una procesión, ni un corso, era una ocupación popular intolerable para el poder. La movilización callejera dio su primera victoria, el 3 de agosto de 1972 conectaron el agua y la luz.

El 22 de agosto de 1972 se produjo la Masacre de Trelew donde 16 presos políticos detenidos en el penal de Rawson, capturados tras un intento de fuga parcialmente exitoso, fueron fusilados en la Base Aeronaval Almirante Zar. Entre ellas estaba la salteña Ana María Villarreal, la Sayo, artista plástica, militante revolucionaria del PRT-ERP y esposa de Mario Roberto Santucho

La repatriación de sus restos fueron un hecho político que significó un claro desafío a la autoridad castrense local. Fanny rememora cuando su madre Nélida la llevó al velorio y que la unidad básica fue nombrada en su homenaje. El pasado 9 de octubre Sayo hubiera cumplido 84 años.

Tras 18 años de resistencia popular, en las elecciones convocadas para el 11 de marzo de 1973, es electo gobernador Miguel Ragone con el 57% de los votos. El médico del pueblo se ganó el amor de los humildes, a quienes recibía a diario, y el desprecio de la aristocracia, el alto clero y la derecha que conspiraron en su contra.

La primavera ragonista duró un año, cinco meses y veintidós días. Su gobierno tenía un imperativo revolucionario: “Que tanto ricos como pobres deben poseer idénticas posibilidades de curarse”. Sostenía Ragone que en ese camino “trabajo, vivienda y alimentos sanos son los componentes indirectos de la salud y el bienestar del pueblo”.

La encargada de transformar la palabra en obra revolucionaria fue María del Carmen Alonso, quien al frente de la Secretaría de Obras Públicas de la Ciudad de Salta llevó a Villa Unidad las primeras asistentes sociales, la copa de leche y lo más importante: la salita de salud

María del Carmen Alonso, Chicha, era salteña, arquitecta, sobrina de Miguel Ragone, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fue fusilada el 6 de Julio de 1976 en la Masacre de Palomitas. Su entrañable paso es recordado por los más antiguos.

Entre los jóvenes y estudiantes que Fanny guarda en la memoria están Martín Díaz, “Toti” Ceballos, “Chiquito” Arancibia, "Luchi" Prevo, Alfredo “Gringo” Mattioli, el arquitecto Merani, Luisa Marocco que colaboró con el Club de Madres y las militantes populares Bertha Condori y Hortensia Rodríguez de Porcel.

El 23 de noviembre de 1974, la presidenta Isabel Martínez de Perón ordenó la intervención de los tres poderes provinciales.

Una mujer frente a las topadoras 

El 20 de abril de 1975 fueron asesinados cuatro jóvenes en Rosario de Lerma. Alfredo Mattioli estaba entre ellos. Fueron rodeados en la casa donde se hospedaban y cada uno recibió más de 20 tiros. La versión oficial de la Policía fue que se trató de un enfrentamiento. El libreto del terror clandestino se empezaba a escribir antes del asalto a la democracia

El 11 de marzo de 1976 Ragone fue secuestrado y desaparecido por las fuerzas parapoliciales que clausuraban con su muerte esta etapa de avance popular. El terreno estaba preparado para la revancha oligárquica.

Con el golpe militar del 24 de marzo de 1976 y la provincia al mando de Carlos Alberto Mulhall, la prepotencia castrense llegó con topadoras y fusiles a la Villa: “Voltearon las casas con cemento y columnas, destruyeron la salita y empezaron los traslados forzosos a Castañares, a Los Hornitos, a Progreso, a Lavalle y a Finca independencia”

El hostigamiento fue más violento y “el miedo le juega una mala pasada a la comisión, que se subió a los camiones. Mi mamá se sintió traicionada”, cuenta Fanny. Su madre se enfrentó con las topadoras. La salita demolida cayó sobre su casa, pero “ella nunca quiso irse, se quedó, junto con una anciana que no la llevaron porque no tenía familia”. Habían derrumbado el sueño comunitario, pero no su rebeldía.

Los que fueron trasladados fueron sometidos al régimen de “ayuda mutua”, los forzaban a construir sus casas y luego les cobraban las viviendas sin reconocerles la mano de obra. “Los explotaban, trabajaban hasta las 12, y a la tarde hasta las 19, mujeres, niños, a todos los hacían trabajar”.

Durante la dictadura solo quedó su madre, a pesar de los ofrecimientos, ella era una resistente. La detuvieron en 1976 y secuestraron todo lo que encontraron en la Unidad Básica. Cuando la liberaron, volvió a su trinchera villera.

El plan cívico-militar se completaba con la campaña de desprestigio de los luchadores. Fanny iba a la Escuela "Sagrada Familia" desde allí llevaban a los alumnos al edificio del Comando de la V Brigada de Montaña del Ejército, ubicado en la Belgrano al 450, donde les mostraban el "museo de la subversión": "Nos decían que eran subversivos, yo con nueve años no entendía nada, alguien que me enseñó las primeras letras, a lavarme la cara, el que me dio una taza de mate cocido, alguien como Mattioli que te está dando de comer, no podía ser una mala persona".

En 1983 con la democracia regresaron algunos vecinos, Nélida oficiaba de administradora de la tierra, “no éramos dueños, nunca se sintió superior ni dueña, les decía que vengan que había lugar”. Su terca resistencia había defendido el territorio liberado.

En el periodo 1991-1995 asumió por el voto el capitán Roberto Ulloa al frente de su Partido Renovador de Salta (PRS). Había gobernado por las botas entre 1977 y 1983. En su gestión “democrática” realizó las primeras viviendas “con una galería-cocina, una habitación y un baño”. Disfrazado de civil dispuso la reducción de los terrenos a “8 x 15 metros para familias con 15 hijos” y el cambio de la geografía de la villa, con pasillos verticales para “cercar, como un embudo, para poder detener, no se pudo sacar la gorra de militar”. Antes las calles eran horizontales, “siguiendo la dirección del viento”, bosqueja Fanny.

Madre coraje

Hoy la Villa esta dibujada por seis pasillos que culminan en un precipicio previo a la canchita que orilla el río Arenales. Fanny vive en el segundo, pero camina por todos, allí la conocen y la saludan.

“Yo sabía odiar cuando mi mamá se iba, cuando vino Perón ellos viajaron, se fue en el 'colectivo de la libertad', yo quedé con mis hermanos, ellos estuvieron en Ezeiza. Yo decía 'no voy a ser así, no voy a dejar a mis hijos', después la vida me mandó a que yo haga otra cosa, si ella no me hubiera formado para poder soportar, enfrentar, ellos lucharon por algo mejor para nosotros, capaz que uno no lo veía en ese momento, mamé la lucha de ella y la admiro, yo me puedo parar contra un político, pero en ese tiempo que te cagaban llevando, te mataban te hacían cualquier cosa, verla a ella pararse contra un militar, 'vení a atropéllame, no voy a ir, ¿por qué voy a ir?, si la tierra no es de nadie, Dios ha hecho la tierra para que vivamos todos'”.

Fanny Martínez es heredera de un linaje de luchadores populares. Sus dos padres fueron militantes. Lo que "mamó” en su casa y el amor por su hijo la convierten en la madre coraje que junto a otras crearon la asociación Madres en Lucha contra el Paco y pusieron en la agenda la falta de políticas públicas para las y los jóvenes con consumo problemático. Sin embargo, la alcaldía sigue siendo la única puerta que les abre el Estado provincial.

Mis héroes

Antes de terminar la entrevista lanza sus últimas palabras: “Otra cosa que quiero decir, yo lo quiero a mi barrio, porque para armar una villa en plena dictadura militar, y disculpá la palabra, hay que tener huevos, y esos chicos tuvieron huevos, a más de uno lo mataron sin haber conocido las ideas que ellos tenían, ellos querían una patria liberada, pero no una patria de que yo me voy a estar enfrentando entre pobres, como tenemos ahora que vienen y te dan y te ponen un montón de cosas y es para enfrentarte nomas, ellos querían un pueblo  en el que sepamos leer, escribir, que podamos defender nuestros derechos, ellos se jugaron por nosotros, te imaginás que ellos vengan y tomen y que para el colmo sea de la Iglesia, es como que le estás tocando el traste a la Iglesia, para mí son mis héroes. Los que ayudaban ya no volvieron y la vida costó más”.

Su presente es testimonio de que la lucha continúa en una realidad distinta: “Yo lo amo a mi barrio, me dicen '¿por qué no te vas de ahí? Mirá como corre la droga', no se dan cuenta que la droga es un bombardeo, que no quieren que tengamos chicos pensantes, que no quieren que seamos libres, es una manera de someterte, que no puedas pensar, que no puedas elegir, que no puedas nada, no me importa que los chicos estén así, yo lo mismo los hablo, a mí no me hacen nada, no me molestan ni tampoco los excluyo, al contrario, ya llegará el día que alguien haga algo por ellos, pero para eso tenemos que trabajar todos.”

En el río Arenales se acumulan los desechos del parque industrial, en el playón juegan los changuitos, en la cancha se disputa la fecha barrial y en la casa de Fanny, su hija Gabriela y su sobrina Andrea montan el merendero "El Ángel de la Bicicleta". Algo arde en la memoria villera del oeste.