Las pupilas tienen memoria. La niña rumana de nueve años está sola en su casa de Bucarest el 22 de diciembre de 1989. De pronto escucha unos ruidos. La curiosidad vence al miedo y decide salir a la calle. Imposible olvidar el desfile de tanques que nunca había visto en su vida. Las Fuerzas Armadas se rebelan y se unen a los manifestantes en contra de Nicolae Ceausescu, que sería condenado a pena de muerte y ejecutado junto a su mujer Elena, tres días después. “Ver esos tanques fue algo violento que marcó el pasaje de mi infancia hacia la edad adulta”, recuerda la rumana Alexandra Badea, que vive en París desde 2003 y es considerada una de las dramaturgas más interesantes del teatro francés contemporáneo, autora de Extremófilo & Conexión europea, dos obras publicadas por Libros del Zorzal en un mismo volumen, en la colección Tintas Frescas, curada por el actor y director francés Michel Didym, lanzada en colaboración con el Instituto Francés de Argentina.

Badea (Bucarest, 1980) sonríe para ahuyentar los fantasmas del pasado. El taller de escritura “Hablar del mundo contemporáneo”, que dio en la Biblioteca de la Alianza Francesa, agotó sus cupos semanas antes de la llegada de esta dramaturga rumana que escribe en francés y reconoce diversas influencias literarias de Italo Calvino y Georges Perec, del cine de Alejandro González Iñárritu y de Fatih Akin y de la dramaturga moldava Nicoleta Esinencu. La autora de Contrôle d’ identité, Burnout y Mode d’emploi también dialogó sobre el teatro contemporáneo francés con los estudiantes de la cátedra de Literatura Francesa en la Universidad de Buenos Aires, aprovechó su estadía en la ciudad para ver varias obras de teatro y además se reunió con dramaturgos y directores como Mariano Tenconi Blanco, Alfredo Staffolani, Rodrigo Arena, Ignacio Bartolone, Paola Lusardi y Marina Otero, entre otros.

Los recuerdos de su infancia comunista desfilan como esos tanques que nunca olvidará. “Nos educaron en el miedo y la desconfianza. Nos decían todo el tiempo que el vecino o cualquier persona, dentro de una familia o una pareja inclusive, podía denunciarte por cualquier cosa, por ejemplo que pensaras que los autos Ford eran mejores que los autos rusos… Muchas de mis temáticas y mi mirada sobre el mundo actual vienen de mi infancia”, plantea Badea en la entrevista con Página/12.

--¿Tu familia era comunista?

--Todo el mundo era comunista en Rumania, pero ya nadie creía. La historia de mi familia es interesante porque mi abuelo paterno formaba parte de la burguesía; después de la guerra todas sus propiedades fueron confiscadas. Mi abuelo, que trabajaba en el Banco Nacional, se convirtió en obrero. Por el lado materno, mi abuelo, el que me crió durante mi infancia, era campesino y fue a la guerra. Él se benefició del ascenso social comunista porque pudo formarse y se convirtió en periodista. Mi abuelo materno creyó mucho en el comunismo. A partir de los años 80, Ceausescu impuso un régimen tan estricto que ya no tenía nada que ver con el ideal comunista.

--¿Por qué para escribir teatro necesitaste escribir en francés?

--El idioma rumano era una herramienta de propaganda y mis primeros recuerdos en la escuela son el esfuerzo que tenía que hacer para aprender poemas patrióticos de memoria; poemas que hablaban de la belleza de la mujer de Ceausescu. El sistema escolar estaba fundado en la memorización y no podías decir lo que pensabas; entonces todo estaba falseado. En Rumania estudié dirección teatral en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Elegí esa carrera porque tenía que pasar por el texto de otro autor. Luego llegué a Francia para hacer un máster de estudios teatrales y tuve que escribir en francés una tesina. Después de tres años, sentí la necesidad de hablar de ese momento en que te vas de una sociedad con sus reglas y sus órdenes para encontrarte en otro sistema de reglas y órdenes. Y me di cuenta de que me siento mucho más cómoda escribiendo en francés.

--Extremófilo y Conexión europea tienen una característica en común: están narradas en segunda persona. ¿Qué buscaste con esta persona narrativa?

--Tenía ganas de hablar de ese momento de crisis cuando uno se da cuenta de que la vida con la que soñaba a los veinte años no tiene nada que ver con la vida que está viviendo. Esas personas que toman decisiones políticas o trabajan en empresas en un momento dado se dan cuenta de que han traicionado algo. Esas personas no podían hablar en primera persona porque no funcionaba. Como tenía ganas de explorar monólogos interiores, intenté con el “tú”, que a veces es la manera en que yo me hablo a mí misma. Hoy ya no escribo más así porque ahora el diálogo está en el centro de mis obras.

--En Extremófilo aparecen como “restos” de versos en la obra. ¿Por qué es tan poético tu teatro?

--Una de las características del teatro es que la palabra tenga una musicalidad que pueda llegar al espectador. Cuando trabajo con los traductores, les pido que traicionen un poco el texto para crear su propio ritmo dentro de la obra. Hay actores franceses que me dicen que estoy escribiendo como (Jean) Racine, por los pies de los versos. A veces reemplazo una palabra por otra a causa de las sílabas, por la necesidad del sonido, la música, el ritmo.

--¿Por qué te interesa el tema del poder?

--Estuve a punto de trabajar en el universo de la política. En Rumania, después de la caída del comunismo, los padres decían a sus hijos que teníamos cuatro posibilidades: medicina, derecho, ingeniería y ciencias económicas. Elegí estudiar Relaciones Económicas Internacionales porque era lo único que me quedaba. Mi padre me convenció de que tenía que tener un diploma “serio” (se ríe). Tenía tanto miedo de la inseguridad que podía generar el teatro que terminé estudiando las dos carreras: Teatro y Economía. Siempre viví con el miedo de que iba a terminar trabajando en una empresa y que un día iba a tener que estar frente a gente como las que aparecen en mis obras. Pero uno no tiene que ser ingenuo porque en el teatro también hay relaciones de poder.

--Uno de los personajes mata a un niño con un dron. ¿Hasta qué punto te ha impactado el uso de los drones?

--El disparador de la obra Extremófilo fue una entrevista que leí con un soldado norteamericano que sufrió un burnout cuando se dio cuenta de que su víctima era un niño. Al leer esa historia del soldado casi que viví en mi imaginario el sentimiento que implica haber matado un niño. Las nuevas tecnologías van a moldear nuestros pensamientos y el mundo del mañana.