Lo de Chile puede terminar de varias maneras. Una de ellas (la peor) sería que los militares se hicieran cargo de toda la situación e instauraran el orden de los cementerios. Aunque algunos se expresan a favor de los rebeldes, la mayoría sigue creyendo que los balazos, los gases y hasta las torturas son los mejores métodos de orden social. No pueden ni quieren tolerar el cambio climático que ha estallado en Chile. Porque, aunque aún no se derritieron los polos, hay tsunamis terribles en nuestro vecino país. Como nadie ignora, el pueblo salió abrumadoramente a las calles. La del viernes 25 fue una de las más grandes movilizaciones jamás vistas. Se acabó el paraíso neoliberal, la Suiza de América. Se volvió a exhibir una verdad que ya no debería ser discutida. Cuando en un país anda bien la macroeconomía y sólo ella, no hay equidad, ni distribución democrática de la riqueza. La riqueza de un país (y hasta su felicidad) se mide por la eficiencia de su microeconomía, de su mercado interno. Porque el mercado interno es el pueblo y la macroeconomía es el bienestar de unos pocos, que se creen los dueños del país, los propietarios privados de la patria y del aparato represivo que necesitan para mantener sus privilegios. La señora del presidente Piñera lanzó su queja más verdadera: vamos a tener que dejar nuestros privilegios, dijo. Y agregó que los manifestantes eran alienígenas. Claro que sí, están llenas de octavos pasajeros las calles de Chile.

El presidente dijo “estamos en guerra” y después retrocedió, dijo que había escuchado al pueblo y que cambiaría. Acaso se acordó un poco tarde. ¡Al fin van a dejar de irritar la paciencia con el “modelo chileno”! Ahí lo tienen: era un ídolo con pies de barro. Hoy se cae a pedazos. Pero no pierde la brutalidad pinochetista. No es posible dar una cifra de los muertos en Chile. No hay buena información. Aunque deben haber pasado las dos decenas. Nos llegan videos terribles, cartas desesperadas. ¿Qué podemos hacer por ellos? Veremos. Soplan vientos de cambio en América Latina.

Chile mantuvo el sistema neoliberal de Pinochet, nadie lo cambió, tampoco Bachelet. Ese sistema se lo dieron los Chicago Boys y von Hayek y Milton Friedman. Quienes antes de un régimen de izquierda prefieren una dictadura sanguinaria. Lo han dicho tal cual. Hasta ahí llegaron y siempre sus discípulos y el comandante Trump de nuestro presente son capaces de llegar más lejos. Pinochet ensangrentó la patria chilena pero todos se dedicaron a decir que la economía la había manejado bien. Y no tocaron casi ninguno de sus resortes. Qué cosa rara la economía. Puede andar bien en tanto un matarife desangra al pueblo. La economía anduvo bien para las clases altas, que lo tiraron a Allende, a quien boicotearon severamente y asesinaron después. En Chile, hoy, están en la calle los herederos de los anhelos de justicia social y cambio en democracia de Allende. Piden lo mismo. Se lo piden a un sistema capitalista que instala la desigualdad como principio. Pero tan mal está nuestro continente que un capitalismo distributivo será bienvenido. Las relaciones de fuerzas no dan para más. De todos modos, el horizonte nunca se pierde y siempre hay que buscar más, aunque vengan degollando como ahora los carabineros en Chile.

 

Hay un cambio de clima en nuestras tierras. Pero hay en el planeta un peligroso, apocalíptico cambio climático. Los países poderosos no quieren variar nada. Se sabe: salvarán a los bancos antes que salvar al planeta. Se van de los simposios internacionales. Niegan el cercano desastre. Es que el capitalismo necesita devastar la tierra para enriquecerse y dominar. Es una vieja advertencia que dijo Heidegger cuando se arrojó contra el cogito cartesiano y lo denunció como el punto de surgimiento del tecno capitalismo. Pero si se trata de confesar algo, ahí va: me gustan más Greta Thunberg y Jane Fonda que Heidegger. La joven Greta, de apenas dieciséis años, se enfrenta a los poderosos del mundo y les dice: “¿Cómo se atreven?” La veterana y gloriosa Jane, de ochenta y un años, va presa por sentarse en la escalinata del capitolio. No es la primera vez que va presa. Ahora pide por la salud del planeta. Tiene el mismo entusiasmo de ayer, cuando abrazaba los cañones del Vietcong en un desafío a la política imperial de su país. Que nunca la perdonó. Nosotros no necesitamos perdonarle nada. La admiramos, como mujer y como actriz. Hizo sus macanas, claro. Se casó con Ted Turner. Pero fue un desliz en una vida llena de aciertos. No se asombren si la ven aparecerse por Chile.