Por alguna razón difícil de explicar, desde el retorno a la democracia, la decisión soberana del pueblo de Córdoba se muestra opositora a la voluntad nacional, a punto de ser considerada por algunos políticos como “la isla”. Cuando ganó el alfonsinismo, en Córdoba lo hizo el radicalismo más conservador; luego, si peronismo en nación, radicalismo en la provincia, o al revés. Y si son del mismo partido como Schiaretti y Fernández, no se apoyan entre sí, a punto tal que el corte de boletas para diputados que propuso el gobernador cordobés ha funcionado hoy, en los hechos, como colectora del macrirradicalismo, perdiendo no sólo su histórico caudal de votos sino también sus bancas a diputados que pasaron a manos de Cambiemos.

Haciendo una mirada histórica de los últimos años, en el balotaje de 2015 la provincia de Córdoba le dio el 71,15 % de sus votos a Macri. Un cifra extraordinaria que llamó mucho la atención, pues el peronismo cordobés consolidado -y alternado en el poder por De La Sota y Schiaretti en los últimos 15 años (6 mandatos)-, viene manteniendo un histórico promedio del 46% de bagaje electoral propio. Es sabido que Unión por Córdoba (hoy devenido en el frente Hacemos por Córdoba), impulsó solapadamente a votar por Macri en aquel balotaje, e incluso, el mismo día de la elección retiró a fiscales propios y a los de Frente para la Victoria con quienes habían acordado la supervisión de las mesas electorales, dando margen a todo tipo de especulaciones. 

En las elecciones de medio paso de 2017 para diputados, Córdoba le dio el 48,37% de sus votos. O sea, un 22,78% menos de caudal anterior. En mayo de 2019, Córdoba nuevamente ejerció su derecho a elegir gobernador, adelantándose a las PASO y distanciándose así de la campaña nacional. Ganó nuevamente Schiaretti con la inmensa brecha -y por primera vez desde el regreso de la democracia tan amplia- del 57,37%, guarismo que se acrecentó sin dudas por la decisión frentista de apoyarlo, con su 10% de votos, las agrupaciones y votantes del kirchnerismo; y también afectadas por la imprevista muerte de De la Sota. Este flujo de votos hacia el peronismo y sus aliados, permitió recuperar también las intendencias de 28 localidades, entre ellas, las ciudades más importantes de la provincia, como Córdoba Capital, Río Cuarto, Villa María, San Francisco, Marcos Juárez (¡con el 65%!, ciudad donde nació la alianza Radical – Pro), Bell Ville, Villa Carlos Paz, Villa Dolores, Alta Gracia, La Calera, Río Tercero, Jesús María, y otras localidades más pequeñas. 

En las recientes Paso de setiembre de 2019, la alianza Juntos por el Cambio bajó unas décimas sus guarismos, pisando el 48,18% y ganando al 30,40% del Frente por Todos.

Estas elecciones presidenciales ¿volvieron a poner a Córdoba en su lugar de “isla” al asignar al macrismo el 61% de sus sufragios? Probablemente... Lo que es posible analizar es que los votos cordobeses no son cautivos, pero sí conservadores. Y no resultaría inútil pensar que no es casual que en Córdoba y en la Ciudad de Buenos Aires funcionaron los centros clandestinos más monstruosos de la última genocida dictadura. Donde desaparecieron los mejores dirigentes populares que necesitaba nuestro país, y donde el miedo educó a nuestros ciudadanos en idearios más ajustados al individualismo que a la mirada política hacia lo colectivo. 

La imposición del neoliberalismo desde los años 70 del siglo pasado, acerca del tema del manejo de la tierra y la definición de nuestro país como agroexportador, fijaron una impronta sólida en esta tierra de pampas fructíferas, donde hoy la soja lidera su deterioro en favor de grandiosas ganancias de chacareros aliados tanto a unos como a otros partidos políticos.

Será un gran desafío para el nuevo gobierno de Alberto y Cristina Fernández trabajar en torno a estas realidades “del campo”, sobre una articulación de políticas nacionales y provinciales que desdibujen ese cerco supuestamente insular que se cierne en los límites de Córdoba.