¿Y a quién querés que ponga, a Mao Tse Tung?, soltó Néstor hace varios años, cuando lo llamamos desde el diario para comentarle sin demasiado entusiasmo el nombramiento de Martín Redrado al frente del Banco Central.

Luego, cuando otros medios también lo interrogaban sobre el mismo tema, cambió a Mao Tse Tung por Carlos Kunkel, para continuar la ironía pero con un personaje más cercano.

El domingo se cumplieron nueve años de su muerte y me levanté pensando en él, en Néstor. Su apellido era difícil y aún después de dejar atrás a Menem, a gran parte de los argentinos le costaba pronunciarlo. Era un trabalenguas el apellido de ese flaco que era el nuevo presidente.

Ni él se lo esperaba. Visitaba el diario cuando todavía gobernaba Santa Cruz. A veces venía solo y a veces con Cristina. Se sentaba en la cabecera de la mesa, en nuestra sala de reuniones de la antigua sede de la avenida Belgrano y empezaba a discutir con cualquiera que se le pusiera adelante. Nos decía que venía a someterse al interrogatorio del “Soviet Supremo”, y que nunca ningún bolche le había logrado torcer el brazo. Era un provocador nato, pero simpático. Imposible enojarse o no seguirle la corriente.

Nos decía que hacíamos un buen diario pero muy zurdo, que no entendíamos nada, que él nos iba a demostrar que el peronismo era el único movimiento capaz de transformar la Argentina en un país justo y solidario.

Pedía agua, movía las manos y nunca dejó de voltear el vaso. Era algo torpe, firme en sus ideas y rapidísimo para la chicana. Cómo no apasionarse con un tipo que recitaba una agenda política igual a la de Página.

“Vos no me creés nada, flaco, me decía, no me creés porque sos trosko, pero te vas a sorprender cuando veas que las transformaciones se pueden hacer sin haber leído La Revolución Permanente. Ustedes los zurdos son peores que los hinchas de Independiente”, y soltaba esa carcajada contagiosa que desarmaba la réplica o el enojo.

Cuando venía con Cristina hablaba menos, le cedía la palabra, la miraba atento y cuando la interrumpía o contradecía guiñaba un ojo cómplice, buscando apoyo.

Trabajaba para ser presidente en el 2007, “y si no será en el 2011, pero voy a ganar, y después va a ganar Cristina, porque vamos a transformar el “ispa””. Usaba el lunfardo para acortar distancias, y lo conseguía.

Se paraba, gesticulaba, desafiaba con preguntas, con chistes, con cualquier recurso que tuviera a mano para vencer las resistencias del interlocutor de turno. Hablaba de renegociar la deuda externa, de estatizar empresas, de sumar a los movimientos sociales, de juzgar a los genocidas, de aumentar las jubilaciones, de convencer a los docentes.

Daban ganas de creerle al flaco, pero era difícil. Demasiadas dictaduras, palos y gases en la vida de los que veníamos de los setenta. Demasiadas muertes. Y luego las mentiras de Menem, De La Rúa y Duhalde.

Pero sus promesas eran tentadoras y en medio de tanto escepticismo daban ganas de arrimarle alguna ficha. Después de todo uno seguía creyendo en la política, y siempre buscando apostar de nuevo.

Cuando Duhalde se dio por vencido, y los nombres de Kosteki y Santillán se sumaron a la lista de muertos por la represión, todo se precipitó.

Los planes de Néstor se adelantaron y sus visitas al diario eran después de sus recorridas de campaña. Llegaba traspirado, feliz y vaciaba sus bolsillos para mostrar los papelitos que la gente le dejaba. Recuerdo uno que decía: “Néstor querido, compañero, no te mueras nunca”. A ese le fallaste. ¿O no?

Y ganó. Ganó en 2003 y las charlas se hicieron más ricas y más intensas.

Lo vimos descolgar los cuadros de los genocidas en el Colegio Militar. Lo escuchamos declararse hijo de las Madres de Plaza de Mayo. Lo vimos abrir los portones de la Esma, y entrar junto a los sobrevivientes y los organismos de derechos humanos, para pedir perdón en nombre del Estado.

Junto a otros ex presos políticos, lo acompañamos una mañana a la terrible cárcel de Caseros, donde luego de apretar el detonador simbólico que tiró abajo el último de sus muros, me abrazó muy fuerte y me dijo al oído: “viste flaco, vos no me creías pero voy cumpliendo, volteé el muro, tengo buena puntería, ustedes los troskos no entienden nada de política”, y soltó una carcajada que iluminó la mañana.

El domingo se cumplieron nueve años de su muerte. Los mismos años que estuve detenido, salvo que unos se pasaron demasiado rápido y los otros demasiado lentos.

A la noche, desde una fotografía gigante, Néstor participaba del festejo. “Gracias Néstor, gracias por todo lo que nos enseñaste, donde sea que estés, nos estás acompañando”, dijo Alberto.

 

A nueve años de su muerte, con Alberto, Cristina, las Madres y las Abuelas también volvió Néstor Kirchner. A ese que le pidió en el papelito que no se muriera nunca, tampoco le falló.