Qué comemos, cómo comemos, en qué cantidad. Estos fueron algunos de los planteos que se hicieron en la Universidad Nacional de Lanús. Lejos de quedarse sólo con los interrogantes, organizaron un proyecto de relevamiento alimenticio, tomando como campo de estudio la comunidad que asiste a la universidad.

El proyecto contó con la participación de docentes, distintas áreas de la universidad y más de una docena de alumnos que trabajaron varios meses para recolectar un número de encuestados que logre ser representativo y arrojar los primeros datos ¿El resultado? Previsible y alarmante.

El líder del proyecto fue el investigador del CONICET y docente de la UNLA Emiliano Kakisu. La idea principal fue conocer la realidad de esta parte del conurbano, pero ese análisis no puede quedar sólo en datos, también es necesario darlos a conocer para que tengan un impacto en nuevas políticas que se pueden aplicar en el campo de los alimentos y mejorar la educación alimenticia.

-¿Cómo surge la idea de armar un proyecto sobre alimentación en el conurbano?

-Surgió esta necesidad de ver qué se come como un punto de partida porque hasta el momento se tenía poca información. Estaba la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, que fue hecha por última vez en 2005. Entonces para partir con algo concreto pensamos un proyecto poblacional estudiando una población determinada.

El interrogante era sencillo: qué come la gente, qué hábitos tiene, cuáles son los indicadores de salud que nos podían llegar a preocupar, y con todo esto hacer un diagnóstico.

Los únicos datos que se acercaban a lo que buscábamos era la Encuesta Nacional de los Factores de Riesgo, que se hace cada 4 años. Allí se habla de sobrepeso, obesidad, presión arterial, actividad física, pero sobre la alimentación en sí, no.

-Con respecto a los alimentos que come la población, ¿con qué encontraron?

-Veníamos observando la calidad de los alimentos, que tienen muchos rangos y son muy variados; eso tiene que ver con quién los hace. La calidad es algo que debería ser accesible y estar disponible. Ni siquiera se debería hablar de una calidad diferencial. Cuando uno ve esta realidad, que la calidad varía mucho, es una preocupación.

La pregunta que debemos hacernos es a quién le interesa sacar al mercado un producto bueno, de óptima calidad y manejarse con esa base para todos los alimentos. Hay gente que se quiere diferenciar y dice "yo para darte calidad te la quiero cobrar, como un valor agregado". Lo ideal sería que la calidad sea la base de todos los alimentos.

-¿Cuál fue el campo de estudio y qué método se usó?

-Hacer un relevamiento sobre una población no es fácil: tenés que poner el foco en algún lugar, y justamente vimos que la universidad tiene cerca de 20 mil personas, con todos los grupos etarios, es casi una población dentro de un lugar. Las personas que encuestamos las geolocalizamos y forman parte casi todas de zona sur. Es una población heterogénea que representa el primer cordón de la provincia de Buenos Aires, y al ser pública, también están representados todos los sectores. Para el trabajo diseñamos una encuesta online que se hacía desde cualquier dispositivo que tenga conexión. Se relevaron datos de alimentación, de salud y también las medidas antropométricas (talla, peso y perímetro abdominal).

-¿Qué resultados obtuvieron?

-Encontramos un 20 por ciento de personas que tiene presión elevada, y un porcentaje de esta población son menores de 50 años. Por lo cual el riesgo de hipertensión puede llegar a un estado de alerta. Esto está relacionado con el consumo de la sal, que es uno de los componentes que muchos alimentos industrializados tienen.

Otro de los indicadores que más nos sorprendió fue la actividad física. Un 50 por ciento tiene un nivel de actividad física bajo. Muchos de los casos tienen que ver con el trabajo que tienen. Esto está, quizás, derivado de la vida moderna, del sedentarismo, de este tipo de hábitos que también van de la mano con la alimentación y puede ser muy perjudicial.

-¿Con respecto a la alimentación?

-Vimos dos cosas. Una de ellas es que sólo el 30 por ciento come todos los tipos de carnes, rojas, blancas y pescado, y la cantidad recomendada. El 50 por ciento no come pescado habitualmente y prioriza el consumo de carne vacuna.

Y por el otro lado, el tema del azúcar. Vimos que el 50 por ciento todavía prefiere el azúcar como endulzante, pero del resto, sólo el 27 por ciento prefiere el edulcorante. Un 23 por ciento prefiere no poner nada. Para nosotros fue un foco de atención, porque se podrían fabricar alimentos para este porcentaje que no quiere nada.

-¿Encontraron datos alarmantes?

-Vimos una clara asociación entre la mala alimentación, los problemas de salud y las medidas antropométricas. Por ejemplo, sólo un 6 por ciento consume las 5 porciones de frutas o verduras recomendadas. Esto puede llevar a un problema, a un desequilibrio de la alimentación. Algo básico como el consumo de agua, sólo el 56 por ciento lo hace habitualmente; el resto consume bebidas azucaradas o edulcoradas. El sueño y el descanso también tienen que ver con una buena salud, y menos del 50 por ciento duerme la cantidad de horas necesarias para un sueño reparador.

-¿Consiguieron datos sobre la obesidad?

-Afecta a alrededor del 20 por ciento, en todos los grupos etarios. Preocupa mucho en los más jóvenes porque eso indica un riesgo potencial para el resto de la vida.

-¿Existe una educación alimentaria?

Sólo el 30 por ciento tiene la costumbre de leer el rótulo de los alimentos, ver la fecha de vencimiento, la información nutricional, algún dato sobre el elaborado o el producto. Es una herramienta para el consumidor, pero no todo el mundo la lee.

-¿Qué finalidades pueden tener los resultados?

-El conocer, tener datos de la realidad, sirve para tomar mejores decisiones. El diagnóstico te permite ver bien la realidad que pasa, desmitificar, y así se podrían tomar mejores políticas públicas. Se pueden pensar nuevas iniciativas, por ejemplo, el sector de “tecnología de los alimentos”. Con estos datos pueden pensar en resolver algunos de los problemas que resaltan, como el poco consumo de frutas y verduras, el sobrepeso y la obesidad. Se pueden crear “entornos saludables”, donde se promueva la adopción de hábitos de vida y de consumo de alimentos saludables.

También descubrimos que la mayoría de las personas come al menos una vez al día platos que no fueron elaborados por ellos, y no tiene control sobre la forma de preparación. Lo principal es empoderar a la gente con respecto a lo que come. Es una búsqueda de replantearnos qué comemos, cómo está compuesto, y cuestionar al sector alimenticio para que se logre una mejora en la fabricación.