Hace once años concluyó la restitución de tierras a los ranqueles, el pueblo originario que las había habitado antes de la autodenominada Conquista del Desierto. El cineasta Ezequiel Yanco se propuso, en 2013, trabajar en un territorio ligado a ese genocidio indígena y, a la vez, abordar a esos pobladores. Primero fue a investigar a La Pampa y después terminó en el pueblo Nación Ranquel, en San Luis. “La idea era ver las formas de vida actuales, preguntarme cómo son en las comunidades indígenas hoy”, comenta Yanco. A partir de ese interrogante, comenzó a viajar. En La Pampa se enteró que en Nación Ranquel iba a haber una celebración de Año Nuevo Ranquel y eso lo llevó a San Luis. “Fueron tres años de ir y venir con la cámara. Así se inició el proceso”, agrega el director de La vida en común, cruce entre documental y ficción que se estrena el próximo jueves en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.

Yanco metió la cámara en el pueblo Nación Ranquel focalizando en los niños. En medio de registros documentales, creó la historia de un puma que acecha a los pobladores por las noches y todos quieren cazarlo. Incluso, los chicos. Excepto uno, Uriel, que reflexiona al respecto. Pero la película no es sólo sobre la vida de Uriel sino de las de varios niños, a quienes Yanco sigue con su cámara que registra sus actividades tanto en su barrio como en la escuela, donde aprenden ranquel y también inglés. El film es también un viaje hacia las profundas raíces de este pueblo originario que se entremezclan con la vida moderna: se los ve a los chicos usando computadoras y utilizando dispositivos para escuchar música.

-Tiene todo un significado que hayas elegido a los ranqueles. ¿Fue motivado por tu otra profesión, la de historiador?

-Sí, tenía ganas de unir mi formación como historiador y el cine. La idea era también trabajar con personas y territorios reales, porque en esa filmación del presente hay una evocación del pasado. La imagen permite a través del presente dar cuenta de todo el proceso histórico de expropiación de tierras, de matanza. Por eso estaba el interés de trabajar con ellos.

-¿Cómo observaste la vida en comunidad?

-El Estado les dio las casas. Fue una restitución de tierras muy particular porque hay como una especie de cogobernabilidad, pero ellos tienen órganos autónomos de tomas de decisiones. Se reúnen, deciden, celebran las festividades. De hecho, en reuniones internas decidieron echar al cacique de la comunidad que había robado plata. Esas decisiones las toman como órganos propios de reunión. Lo que me pareció interesante del lugar es que es una recreación de un campamento indígena. Tienen la idea de la tradición rural, pero lo interesante es que las familias que se mudaron a este pueblo son personas que han tenido otras experiencias de vida. Todas vivían en las ciudades vecinas, como Villa Mercedes o Realicó. Tienen experiencias urbanas.

-¿Un cruce entre tradición y modernidad?

-Sí. Y eso era lo que me parecía más interesante registrar: cómo se daba esa mezcla de lo tradicional con formas de vida más ancestrales y, por otro lado, la vida contemporánea. Los chicos usan celulares, Internet, escuchan música en mp3. Algunos mayores habían trabajado en fábricas, las mujeres nunca habían sido empleadas domésticas. Es una mezcla entre vida urbana y desierto.

-¿Se llegan a perder las antiguas costumbres a partir del uso de las nuevas tecnologías en la comunidad?

-Hay cosas que se conserva, pero hay otras que se fueron perdiendo. Por ejemplo, la lengua es una lengua perdida. De hecho, ellos sólo usan algunas frases en ceremonias, donde hablan en ranquel. Pero son pequeñas construcciones de oraciones porque no la tienen incorporada al habla cotidiana. En las escuelas se dan clases de inglés y de ranquel, sobre todo para los chicos que no saben hablarla. Y es una mezcla, porque cuando terminan las clases cantan el Himno Nacional, así que está todo entrelazado.

-¿Por qué decidiste reflejar sólo la vida de los niños?

-En verdad, fue una decisión que se dio durante el proceso de filmación. En la edición buscaba los elementos narrativos para después ir a filmar. En un momento, me di cuenta de que el trabajo performático o actoral con los adultos era más complicado. Me costaba más llevar a los adultos a una zona ficcional. Quería que esta base documental de la película se convirtiera en una ficción. Los adultos actúan y los niños son más espontáneos, más naturales, son ellos en cámara. Mi trabajo con ellos era llevar sus rutinas, sus juegos, sus actividades a una zona de ficción. Ese desplazamiento entre lo documental y lo ficcional me era más sencillo hacerlo con los chicos.

-¿Se puede decir que filmando como un documental construiste una ficción?

-Sí, en realidad es como un registro de lo real en un territorio con unos pobladores que son descendientes de los pueblos conquistados. A esos materiales en ese territorio los crucé con elementos ficcionales y narrativos para darle una estructura y organizar una película más ficcional. Finalmente, elegí a los chicos para narrar, a través de ellos, los conflictos internos de la comunidad. Contamos sus formas de vida, sus costumbres, todo a través de la mirada de los chicos, a partir del personaje principal que es Uriel.

-¿Las escenas surgieron todas espontáneamente o fueron preparadas?

-Fue una mezcla de los dos elementos. En una primera etapa, registré más lo que sucedía. Después, en la edición, Ana Godoy fue muy importante porque con ella definimos qué elementos me daban esos chicos para generar estas narraciones. Lo del puma es ficción. Varias personas me preguntaron si el perro herido fue mordido por el puma o no. Fue una recreación que armamos. Hacían falta elementos reales que marcaran esa presencia fantasmal del puma. Necesitábamos, entonces, hacer una escena con un animal muerto y otra con un perro herido. Fueron escenas buscadas y armadas para construir esta presencia fantasmal del puma.

-¿Qué representa ese puma que acecha a la comunidad y que todos quieren cazar?

-El puma es una mezcla de elementos reales, porque los pumas existen en la comunidad, pero no tienen trascendencia más que un animal que anda dando vueltas. Pero para mí aparecía la idea de un animal más enigmático, mitológico. Una mezcla entre algo real y algo más ficcional, algo más cargado de simbolismo. Es una doble figura porque Uriel, el personaje principal, siente empatía por el puma y se opone a cierta violencia de sus compañeros que quieren matar al animal. La película es también un interrogante sobre la vida comunitaria, la vida en común.