“Quiero decirles, para que sepa la prensa internacional, a los primeros aymaras, quechuas que aprendieron a leer y escribir, les sacaron los ojos, cortaron las manos para que nunca más aprendan a leer, escribir. Hemos sido sometidos, ahora estamos buscando cómo resolver ese problema histórico, no con venganzas, no somos rencorosos.

Y quiero decirles sobre todo a los hermanos indígenas de América concentrados acá en Bolivia: la campaña de 500 años de resistencia indígena-negro-popular no ha sido en vano; la campaña de 500 años de resistencia indígena popular empezada el año 1988, 1989, no ha sido en vano”.

Evo Morales, 22 de enero de 2006 al asumir por primera vez la presidencia.

El presidente Evo Morales y su vice Álvaro García Linera dieron una lección de conducta y templanza, envuelta en gran oratoria política. Explicaron, pidieron a los golpistas que cesaran con la violencia . No gritaron, no sobreactuaron. Parecía que no querían terminar de hablar, de argumentar, de persuadir aun ese momento extremo, aciago, injusto. El discurso de Evo, como el último del presidente chileno Salvador Allende en septiembre de 1973, deberá reiterarse y honrarse a través del tiempo. También valdrá la pena repasar el que dijera al asumir. Recordado hoy genera congoja y rabia aunque también debe valer para enaltecer al mejor presidente de la historia de Bolivia. Al autodidacta que supo capacitarse, que mejoró todos los indicadores de la economía de su país e implementó políticas sociales y educativas jamás vistas en su país. Los avances producidos por las gestiones de Evo se pueden cuantificar, son apabullantes cotejados con los desempeños de quienes los precedieron en el poder.

El dirigente cocalero y un compañero blanco, educado, académico de primer nivel eran, convengamos, demasiado para la derecha que predomina en el planeta.

Agreguemos otro dato duro, en doble acepción. En pocos años se sucedieron golpes de estado en Paraguay, Brasil y ahora Bolivia. El más reciente llega desnudo de disfraz institucional. No hay juicio político exprés como contra el ex presidente paraguayo Fernando Lugo ni impeachment fundado en delitos inexistentes como contra Dilma Rousseff. Hay violencia pura, ataques armados con protagonismo policial y militar, amenazas de muerte, linchamientos, viviendas quemadas, una alcaldesa vejada a niveles inhumanos.

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La Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) consiguió frenar un conato similar en septiembre de 2008. Presidentes de toda América del Sur reunidos de arrebato en Chile, lo hicieron. Predominaban los de izquierda o progresistas de distinto tono pero los había de derecha. Una respuesta rápida puso límites a la barbarie. A esa diplomacia presidencial expeditiva y defensora de la democracia llamaría uno “el mundo”. Los presidentes amigos-aliados-iguales de Brasil y Argentina Jair Bolsonaro y Mauricio Macri desmantelaron Unasur, siguiendo directivas del Departamento de Estado.

Unasur congrega a los países del vecindario, Estados Unidos queda afuera. He ahí una de las causas de su eficacia y de sus diferencias con la Organización de Estados Americanos. La OEA desde hace años es un mamarracho. Tiene su sede en Washington desde siempre. Cuesta abajo en la rodada, puso ahí su corazón, su bolsillo. Su presidente Luis Almagro dejó de lado todo decoro. Actuó como ariete del golpismo desde el mismo día de la elección presidencial boliviana. Propuso (casi intimó a) realizar de nuevo los comicios, injerencia que arrasa con la Constitución de Bolivia. Estados Unidos tercerizó-fundó así un nuevo modo de intervención, una variante siglo XXI de imperialismo. La OEA no se comportó como mediadora sino como una suerte de referí bombero. Evo accedió a que auditaran el escrutinio provisorio, luego a convocar a nuevas elecciones. Concesiones para salvar al sistema. El dictamen de la OEA, capcioso a carta cabal, echó leña al fuego. Habla de irregularidades, asume a regañadientes que Morales puede haber sacado más votos que Carlos Mesa, termina con un sofisma: hay “alta improbabilidad estadística” de un triunfo por más de diez puntos. No firman que no, hipócritas redomados. Ni se atreven a estampar la palabra “fraude”. Hablan de “probabilidad estadística” cuando media conteo de votos. Instigadores y cómplices del golpe... tal vez no se detengan ahí aunque ya consumaron bastante.

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Los golpeadores responsabilizan a las víctimas por sus propios hechos de violencia. La ministra de Seguridad Patricia Bullrich a Rafael Nahuel por haber provocado su asesinato por la espalda. El presidente Macri a los votantes opositores por el “fracaso” de su política económica. En la derecha y en los que se alinean en el quimérico “extremo centro” se agitan razones para responsabilizar a Morales. Un patrón de pensamiento, una retrato impecable de la cultura hegemónica en el mundo.

Un golpe de Estado sanguinario divide aguas, no deja margen para gambetas cortas o “terceras posiciones”. Los debates acerca de la pureza del proceso electoral son nimios frente a la barbarie racista, a la usurpación, al uso de la fuerza bruta


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La Argentina limita con Bolivia, cientos de miles de hermanas y hermanos de esa nacionalidad viven acá. Celebraron en las calles cada victoria electoral de Evo. La gobernabilidad en Bolivia, sostenida con sensato y constante apoyo del kirchnerismo, contribuye a la paz social de sus vecinos.

El Gobierno macrista espera órdenes de la Casa Blanca en vez de retomar la histórica postura de los gobiernos democráticos frente a los golpes de Estado. Los “republicanos” argentinos se sacan la máscara por enésima vez.

Las campanas doblan de nuevo en este Sur. Por los humildes de Bolivia, por el gran Evo, por los avances democráticos en su patria y en toda la región.

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