Frankie            6 puntos

Francia/Portugal, 2019.

Dirección: Ira Sachs.

Guion: Ira Sachs y Mauricio Zacharias.

Duración: 98 minutos.

Intérpretes: Isabelle Huppert, Brendan Gleeson, Marisa Tomei, Greg Kinnear, Jérémie Rénier.

Casualmente, en el transcurso de este año dos de los principales festivales internacionales de cine exhibieron sendos largometrajes en los cuales un par de célebres actrices (interpretadas en ambos casos por estrellas famosas) se transforman en el centro de atención de una reunión familiar. En Venecia tuvo lugar el estreno mundial de la aún inédita en nuestro país La verité, película francesa del japonés Hirokazu Koreeda; allí, Catherine Deneuve encarna a una matriarca (en el cine y en la vida) al borde de un ataque de muchas cosas. Algunos meses antes, en Cannes, el último largometraje del estadounidense Ira Sachs presentaba a Isabelle Huppert en el rol de otra intérprete de cine reuniendo a gran parte de su familia –y a una amiga entrañable– en un idílico paraje portugués. Esta nueva entrada en el subgénero “Huppert de viaje por el mundo” –que incluye más de una maravilla cinematográfica de la mano del coreano Hong Sang-soo– llega a las pantallas locales apoyada por un reparto internacional de fuste: Marisa Tomei, Brendan Gleeson, Greg Kinnear, entre otros.

Obligaciones y lujos de la coproducción, Frankie fue rodada en las bellísimas locaciones costeras de Sintra, en el departamento de Lisboa. Françoise Crémont, a quien todos llaman cariñosamente Frankie, batalla contra una enfermedad severa y la cita vacacional tiene el tono de una despedida final, que nadie puede dejar de sentir en el cuerpo o el espíritu. La familia allí reunida es un ensamble complejo y variopinto: primer y actual marido, hijo e hijastra, nieta adoptiva, a quienes se les suman una vieja amistad, la estilista interpretada por Marisa Tomei, y su novio, ambos dedicados al negocio del cine. Si bien el foco nunca abandona la figura de Frankie (ya la primera escena la muestra haciendo de las suyas, nadando en topless en la piscina del hotel, sin rendir cuentas a nadie), la película de Sachs adopta la configuración del relato coral, entrando y saliendo de sub tramas que comienzan a pintar pequeñas aldeas para intentar describir todo un mundo.

Los conflictos matrimoniales, la posibilidad de un amor de juventud veraniego, las discusiones por la herencia y la inevitable cercanía de la muerte son algunos de los temas que el director de Por siempre amigos y Married Life aborda con sutileza, pero también con una notoria falta de potencia dramática. Las escenas entre Huppert y Tomei son la gran excepción. En un par de caminatas por el lugar, fotografiado sin aspavientos por el gran Rui Poças, las conversaciones entre ambas –pero también los silencios– logran transmitir bastante con escasos diálogos expositivos, demostrando momentáneamente que Frankie pudo haber sido otra película, más profunda, emotiva y significativa. El homenaje a Abbas Kiarostami en el plano final no es otra cosa que un guiño cinéfilo sin demasiada importancia; lo que queda en el recuerdo son esas miradas entre Tomei y Huppert, cuando las palabras ya no alcanzan, y un par de instancias en las cuales Brendan Gleeson transmite, con su gran cuerpo y mirada triste, una intensa desolación por la inminente y definitiva separación.