El habitante de las grandes ciudades, para sincronizar más o menos productivamente sus acciones, pone de manifiesto el utilitarismo en su conducta y en su pensamiento. En ese complejo contexto, el tiempo y los imprevistos deben ser evaluados con sumo cuidado para que se pueda cumplir con las obligaciones. Ese ámbito suele despojar a quienes viven en él de la saludable espontaneidad de la que gozan los habitantes de pequeñas comunidades que desarrollan esos mismos quehaceres. Para compensar dicha pérdida, en parte, es necesario un previo plus de atención y organización. Por lo tanto, en los ciudadanos de las grandes urbes se instalaría una especie de neurosis artificial —tal vez tan nefasta como la auténtica—, en apariencia imprescindible para arribar a buen puerto con las actividades cotidianas.

En esta época, a la superabundante cantidad de opciones que el individuo tiene al alcance de su mano para incorporar y utilizar en su provecho (actividades, negocios, cursos, tecnología, etcétera) se suma un ingrediente más que contribuye a la proliferación de dicha obsesión: la condición de posibilidad, es decir, la sensación de que existe un sinfín de alternativas posibles —a través de Internet o en el mundo real—, esperando al interesado para ampliar o incrementar lo que él ya posee, o bien, para que desarrolle u obtenga otros beneficios. Hoy la avalancha de alternativas viables “marea” a mucha gente que, al sentir que tiene que aprovecharlas, ingresa en un torbellino mental de exigencias que cada vez la oprime más.

La condición de posibilidad es lo que altera a la gente, dado que al percibir como realizables tantas cosas, esta se siente presionada a hacer mucho más de lo que haría si no conviviese con la abundancia de opciones y con la posibilidad de concretarlas. O sea, la condición de posibilidad es fundamental: la gente se ve impulsada a la lucha para modificar las circunstancias negativas de su existencia cuando siente que puede lograrlo. No alcanza solo con el mal que se quiere erradicar, ni con la queja que conlleva: es necesario, además, que sea posible su eliminación.

En esta era, cada vez se afianza más la sociedad hiperracionalista —emanada de la lógica pura de los grandes grupos económicos, siempre ávidos de previsibilidad, y amparada por la ideología neoliberal—. Esta es análoga al neurótico obsesivo, debido a que, al igual que él, está colonizada por un conjunto de pensamientos ajenos al auténtico deseo singular de muchos de sus miembros. En este tipo de sociedades, la racionalidad deshumanizada, agobiante, es funcional a la cultura consumista y tecno-científica instalada por las megaempresas globales.

 

* jballario@coyspu.com.ar Radicado en Marcos Juárez.