“El acto de escribir no es más que el acto de aproximarse a la experiencia sobre la que se escribe; del mismo modo, se espera que el acto de leer el texto escrito sea otro acto de aproximación parecido. Aproximarse a la experiencia no es lo mismo que acercarse a una casa” afirma John Berger. “La experiencia es indivisible y continua, al menos en el transcurso de una vida y tal vez en el de muchas”. Todas esas vidas que al igual que las mamushkas caben dentro de una sola. Acercarse a la experiencia también implica el acto de recordar. Inevitablemente algo se pierde en el camino. Entonces la memoria, por su naturaleza arbitraria, transforma y resignifica o, sencillamente, inventa. ¿Será entonces cuando la ficción se alimenta del propio recuerdo? En esa zona sin límite preciso se desarrollan los cuentos que integran Biografía y ficción, del periodista y sociólogo Damián Huergo, con el que obtuvo en 2017 el Primer Premio en género cuento del Fondo Nacional de las Artes. “Hasta su aparición los pensaba como cuentos dispersos, sueltos, que fui escribiendo en los bordes de otros proyectos de largo aliento. Sin embargo, cuando los junté para enviarlos al concurso del FNA, los leí de un tirón y noté que tenían una alquimia similar entre lo biográfico y lo ficticio en donde lo que menos importaba era cuánto había de real y cuánto de invención en su forma”, señaló el escritor en una entrevista. 

El cuento que abre la serie, Viajes con Atilio, inaugura un tópico que irá desarrollándose desde distintas perspectivas a lo largo del libro y donde lo fundamental estriba en lo decisivo que resultan los viajes, los encuentros aparentemente azaroso con ciertas personas y el descubrimiento de la literatura. “Es un lugar común entre lectores, al menos entre aquellos que fuimos entrenados en el mundo analógico, contar cómo llegamos a un libro. Quizás alguna tara arltiana fundacional nos lleva a creer aún en el acontecimiento, en el encuentro íntimo y público con el libro. Aprovecho esa pequeña libertad que te da no tener lectores, para recordar que leí por primera vez Viajes con Charley hace más de diez años”. Y luego: “Desde entonces ese libro extraño se me volvió lectura recurrente y caprichosa. Previo a cada proyecto de viaje le daba una lectura veloz, por lo general incompleta, siempre arbitraria”, dice el joven narrador cuando está por emular a John Steinbeck. Sólo que en vez de salir a recorrer el país motivado por un espíritu aventurero, tiene el propósito de encontrar a su hermano mayor que hace cinco años dejó la casa familiar para iniciar un viaje en moto hacia el sur. En ese mismo universo narrativo se encuentra El Ñoqui, apodo que tenía Walter, el novio de la hermana del narrador, por quien siente un profundo cariño mezcla de tristeza cuando, al rememorar el pasado, lo que se le impone es el derrumbe de la admiración hacia esa persona que fue un mediocre guardián de su talento y sin embargo tan generoso y fundamental al momento de hacerlo descubrir los casetes y libros que irían a poblar su adolescencia con Jack Kerouac a la cabeza y una larga lista que incluye a Charly García, Fogwill, Joy Division, Joe Strummer, entre otros. 

“Cuesta enfrentarnos a los referentes. Crecemos buscando su aprobación indirecta y en cada movimiento buscamos esa opinión tan benévola como implacable. Pero a la vez necesitamos eludir y confabular ante quien consideramos un referente artístico y sobre todo vital. El Ñoqui, cuando empecé la secundaria, representaba esa idea maldita, irreverente y punk que suponía debían tener los escritores. Al menos, el tipo de escritor que yo deseaba ser: Vivir rápido, morir joven y dejar una obra bonita”

 

 

El desgarramiento de la ingenuidad y quedar luego con la mirada desnuda frente a una realidad que golpea de frente una vez que pasó esa etapa febril, lúcida y terriblemente enfática que es la adolescencia, es algo que viene trabajando minuciosamente Damián Huergo desde su primera novela Un verano, en donde las distintas experiencias cotidianas de un joven de quince años lo llevan a recorrer ese lento y largo camino que es conocerse a sí mismo. 

Algo que también sucede en un cuento extraordinario, Dos hombres y un sillón, donde si bien sus personajes ya están dejando la adolescencia, continúan con esta lógica tan propia de la narrativa de Huergo de potenciar momentos aparentemente triviales hasta convertirlos en experiencias fundamentales. Y en este caso a partir de algo tan simple como es el hecho de tener que devolver un sillón que fue usado por una filmación y es de la abuela de uno de los protagonistas. A partir de no contar con otro medio de transporte deciden cargar el sillón y llevarlo en el tren que va a Tigre. Y ese es el núcleo central de la historia donde el autor de Biografía y ficción recupera esa idea de que todo viaje, por mínimo que sea, resulta siempre iniciático. Puede ser un recorrido desopilante cargando un sillón en el Tren Mitre o uno cuya verdadera dimensión no se comprende hasta que pasan los años, como sucede en Namenlos, cuento donde se narra la historia de un joven que al poco tiempo de morir sus padres en un accidente de lancha en el Delta decide viajar a Estados Unidos y como no le permiten cruzar la frontera queda varado en Tijuana donde conoce a Stephan, un enigmático joven cuyo abuelo había combatido en las filas de la juventud hitleriana y con quien volverá a encontrarse mucho tiempo después en Viena para ir juntos a un lugar que resultará terriblemente simbólico para el protagonista, el Friedhof der Namenlosen, es decir El cementerio de los sin nombre. 

Entre los más logrados del libro, está Víboras, donde la etapa final de un abuelo con alzeheimer, motiva a un padre y su hijo a concretar un viaje los tres juntos. Tal vez sea uno de los cuentos que mejor representa el conjunto de Biografía y ficción. Sensible, poético y profundo donde las demostraciones masculinas de amor filial debido a los mandamientos culturales se resuelven en pequeños gestos, sutiles. “Tanto mi papá como mi abuelo pertenecen a ese estilo de paternidad que desconoce de divanes y reflexiones. Paternidades no pragmáticas, que se hacen presentes en la urgencia, apagando incendios. Paternidades que actúan como pueden, de un modo rústico y fraternal, tosco y libertario. Una paternidad llena de diagnósticos errados, de abrazos partidos, de amor torpe, descuidadamente puro”. 

Biografía y ficción es un viaje al centro mismo de esa incógnita que significa vivir.