La nación chilena continúa en estado de ebullición. La chispa que incendió la pradera fue el aumento de la tarifa del subterráneo. Pocos días antes, el Presidente Piñera había manifestado que eran un “oasis” en América latina.

Las extendidas y perdurables protestas revelan una profunda insatisfacción ciudadana con cuestiones estructurales (educación, salud, sistema de pensiones) de la sociedad trasandina. La mayoría de esas transformaciones fueron impuestas por el régimen de Augusto Pinochet.

Haciendo un poco de historia, la dictadura chilena transitó por dos etapas diferenciadas en materia económica: 1) la política monetarista comandada por los “Chicago boys” que finalizó con un rotundo fracaso: la actividad retrocedió 14 por ciento en el bienio 1982-1983; 2) el proyecto liderado por los grupos económicos locales ligados al capital trasnacional. En el período 1986-1998 (los últimos cuatro de dictadura, los primeros ocho de democracia), la economía chilena creció un 7,3 por ciento promedio anual.

La contracara fue la extrema desigualdad social. En un estudio publicado en 2013, el economista Andrés Zahler estimó que el 60 por ciento de los chilenos sobrevivía con ingresos inferiores a los angoleños. Por el contrario, el patrimonio de tres familias (Luksic, Matte y Paulmann) alcanzaba los 38.000 millones de dólares.

Ese mismo año, el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, anunció que Chile ingresaba al club de los países de ingresos altos al superar los 20.000 dólares de ingreso por habitante (medidos en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA)).

La PPA es una técnica, desarrollada originalmente en la Universidad de Salamanca, que empareja la capacidad de compra de los residentes en diferentes países. Como se sabe, la canasta de bienes/servicios que puede adquirir una persona con 1000 dólares será muy distinta en Argentina que en, por ejemplo, Paraguay, Francia o Estados Unidos.

Por eso, el principal problema del ranking del PIB per cápita nacional (en dólares corrientes) es que compara peras con manzanas. La técnica PPA corrige esa cuestión pero también tiene sus debilidades.

En el artículo “Como fue que nos graduamos de país de 'ingreso alto' sin salir del subdesarrollo”, el economista chileno Gabriel Palma explica que “si uno mira las cifras del Banco Mundial (excluyendo sólo a islas pequeñas, como los paraísos fiscales y un par de países ex comunistas), ningún país que tenga un ingreso por habitante PPA similar al chileno tiene tanta diferencia entre el ingreso por habitante a dólares corrientes y a dólares ficticios, los PPA. ¡Ninguno!. ¿Es eso algo para estar contentos? Déjenme darle una clave: el país que nos pisa los talones es Sudáfrica. En otras palabras, esa gran diferencia entre las dos estadísticas -un 50 por ciento- es también un indicador de nuestro subdesarrollo: de la persistencia de una mala distribución del ingreso”.

En otras palabras, la elevada brecha del ingreso (medida en dólares corrientes y PPA) es consecuencia de que los servicios son más baratos (o sea, salarios bajos) en términos internacionales.

¿Que pasaría si se aplicara una política económica que rebajara los ingresos en términos reales? “La respuesta paradojal es que si el ingreso se mide en términos de PPA, tendría el efecto perverso de subir el ingreso por habitante. La razón es obvia: si el precio de la mayoría de los servicios es un mark-up, o margen sobre los costos de producción, lo más probable es que se terminaría pagando menos por el taxi, el peluquero, el restorán, la costurera, etc”, responde Palma.

Es decir, el empeoramiento de la distribución del ingreso incrementa el PIB per cápita (versión PPA). El país es más “rico” a pesar de que la mayoría de la población se empobrece. “Cuando la brecha entre las dos mediciones del ingreso por habitante desaparezca, entonces la gran mayoría del pueblo chileno también podrá festejar una subida del ingreso nacional en términos de PPA. Mientras tanto, el 1 por ciento tiene un nivel de ingresos de elite de país desarrollado y tiene, además, su consumo subsidiado en forma adicional por los bajos precios de los servicios”, concluye Palma. La pregunta no es ¿por qué estalló Chile?, sino ¿por qué no estalló antes?

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@diegorubinzal