En un año marcado por la histeria del dólar y sus efectos devastadores sobre el más inmediato sentido de universalidad de quienes habitan este lado del mundo, usemos ese eufemismo, la presencia de artistas internacionales del jazz fue acotada. El legendario Ron Carter y el pianista Kenny Barron, en una misma noche, y el guitarrista John Scofield, actuaron en el Teatro Coliseo. Por otro lado, el multifacético Jacob Collier y el bajista y cantante Richard Bona, con el pianista cubano Alfredo Rodríguez, fueron parte de un ciclo en el Vorterix. Impulsada el gran medida por el inquieto trompetista Mariano Loiácono, el reducto jazzero Bebop albergó una interesante serie de artistas “de afuera”. Entre ellos el baterista Carl Allen y el finísimo pianista Cyrus Chestnut, secundados por músicos argentinos. Ahí mismo Loiácono presentó Vibrations, el disco que grabó en New York. Con él estuvieron Anthony Wonsey en piano, Rudy Royston en batería, Antonio Hart en saxo alto y Ron McLure en contrabajo. El Buenos Aires Jazz Festival, limitado por el aislamiento económico, logró sin embargo buenos momentos. Por sobre todos la actuación de Enrico Rava. A los 80, sentimental e indómito, el trompetista italiano es un símbolo luminoso del jazz que entra y sale de su propia tradición para dialogar con “lo otro”.

Del panteón del jazz siguen llegando novedades. Este año, por ejemplo, aparecieron Rubberband, un disco que Miles Davis había dejado inconcluso en 1985; Blue World, una sesión de estudio en la John Coltrane reelabora sus propios temas para la banda sonora de una película; y Gato Barbieri en vivo en Argentina, un registro de los conciertos que el saxofonista dio en el teatro Gran Rex. De las visitas de jazzistas a Buenos Aires, ahora hay un frondoso anecdotario: Grandes del jazz internacional en Buenos Aires, el libro de Claudio Parisi editado este año por Gourmet Musical.

En el ámbito doméstico, la cantidad de producciones dan cuenta de una actividad importante, reflejo de un gran momento artístico. Hay músicos, escuelas, productores, sellos discográficos, intercambio generacional y un gran abanico estilístico. Numerosas producciones dan cuenta de eso. Stablemates, de la cantante Julia Moscardini; La mirada detenida, del pianista Ernesto Jodos; Sueña el sueño, de Nataniel Edelman en piano y Luis Nacht en saxo; Cuando sea necesario, del pianista Eduardo Elía junto a Rodrigo Domínguez en saxo y Sergio Verdinelli en batería; El alfabeto de la mirada, de Sebastián Zanetto; Rata, de Pipi Piazzolla Trío; Todos los nombres, todos los cielos, de Ignacio Montoya Carlotto, son algunas muestras interesantes de esa vitalidad.

También está el sorprendente El desierto crece, del pianista Martín Robbio, un disco de finísimas relecturas de obras de la tradición del folklore, con la producción de otro pianista notable, Hernán Ríos. En el mismo concepto, Flor africana, trabajo de Ríos junto al percusionista Facundo Guevara, podría considerarse entre lo mejor del año. Con obra propia, Adrián Iaies atraviesa esas aguas con Madera, cuero y unas campanas, al frente del Colegiales Trío, con el mismo Guevara y la contrabajista Diana Arias.

Facundo Guevara y Hernán Ríos riegan su

Más que un disco, La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado es el manifiesto de una manera de pensar el jazz por parte de un colectivo de mujeres improvisadoras, entre las que se destacan la saxofonista Camila Nebbia y Paula Shocron. De ahí deriva Magma, un trabajo impresionante de Shocron junto a la saxofonista Ada Rave y la violonchelista Cecilia Quinteros. En esa dirección, sello norteamericano ESP-Disk acaba de publicar New improvised music from Buenos Aires, con la participación de Shocron, Pablo Ledesma, Enrique Norris, Luis Conde, Mono Hurtado, Pablo Moser y Juan Bayon, que este año también editó su personal El sonido de la diferencia.

Mucho y abundante, el jazz de acá conserva su espíritu de rebelión y creatividad permanente. Sin embargo, hay una inmensa deuda de atención hacia esta música. Es deseable que la llegada de nuevos tiempos en materia de circulación de bienes culturales logre interpretar ese grito creativo e insurgente. El de una música que no deja de parecerse al mundo en su actitud de entrega. Ese sonido que por abstracto no es menos rebelde, y que en Argentina goza de buena salud.