La voluntad de indagar en la “trastienda” de las palabras convierte a Noé Jitrik en una especie de insaciable etimólogo en busca de las capas de significaciones perdidas en el sinuoso camino de la lengua. En Luces intermitentes, publicado por EDUNSE (Editorial de la Universidad Nacional de Santiago del Estero), el narrador, poeta, ensayista y crítico literario reúne una selección de las contratapas que publicó en Página/12 desde 2003 hasta 2019; 41 textos donde proliferan las asociaciones literarias, culturales y políticas que logran iluminar pequeñas parcelas del presente con una hondura excepcional.

 “En las contratapas intento hacer textos que aparentemente responden a una necesidad inmediata de opinión y que tienen la misma importancia que cuando escribo una novela, un ensayo o poesía. No pongo mis contratapas en una categoría servicial, sino como una tentativa de ligar varios planos. Yo pensé que eso podía ser distintivo y que podía ayudar al perfil de las contratapas, para que no fueran respuestas inmediatas, vehementes, denunciatorias, de buena conciencia, sobre problemas actuales”, cuenta Jitrik.

En las palabras preliminares de Luces intermitentes, el escritor y docente Pablo Tasso pondera la profundidad de los textos seleccionados. “Cautiva y acaso desconcierta la manera en que, en el espacio condicionado en que publica, Noé consigue construir pequeños tratados sobre la acción humana. Es cierto que esto podría ser una de las características de su prosa hábil en la disección de sentidos y significados. Es que en pocas frases, Noé ingresa en los mayores dogmas y miserias de Occidente, aquellos con los que creemos entender lo que nos pasa. Una y otra vez logra decir lo que parece fuera del lenguaje, sorteando los caminos y atravesando fronteras como quien pisa los jardines porque anda atento a la tormenta”.

Noé es director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires y autor de Mares del sur (novela), Destrucción del edificio de la lógica (novela) y Cálculo equivocado (su poesía escrita entre 1983 y 2008), entre otros títulos. “Me importa que se me ocurra algo que vaya en el sentido en el que lo estoy haciendo; a veces es un tema de palpitante actualidad, como dicen en la jerga periodística, pero otras veces es rescatar una pequeña observación y vincularla con un orden literario. Mi mundo imaginario y mi memoria funcionan en el espacio literario", plantea el escritor a Página/12. "Mi aspiración sería que alguien percibiera que se trata de un intento que podría tener que ver con una disputa literaria: ¿En qué consiste ser actual en materia de escritura? ¿En qué consiste registrar por medio de la escritura la palpitación de los tiempos? Los tiempos tienen un ritmo interno en cada persona. Yo aspiro a que se comprenda el desafío que implica estar en contra de creencias en materia literaria que están muy arraigadas y difundidas en las editoriales y en el mundo de los premios y reconocimientos”.

-Algo de este desafío se cuenta en la contratapa “Igualodontes” a partir de un malentendido del poeta César Fernández Moreno mientras entrevista a Lévi-Strauss, ¿no?

-Es la gente que pretende reconocimiento que supone que le corresponde y quizá no… El terreno del reconocimiento es un capítulo dramático porque los seres humanos aspiramos a formas de reconocimiento y siempre negociamos. A veces comprendemos que no llega. Otras veces nos sentimos injustamente tratados cuando falta el reconocimiento. Otras veces llega tarde. Es un campo importante de las relaciones humanas y políticas; lo estamos viendo ahora en las designaciones del nuevo gobierno.

 Que lo nombren a Luis Puenzo al frente del Incaa es un reconocimiento a un artista. Hay otras designaciones que no las entiendo demasiado, pero las acepto porque están en la lógica de un gobierno que comienza. El problema del reconocimiento se presenta a cada rato. Me parece que yo lo tengo controlado y que mucho no me importa. Pero lo que persigo es el punto de la lectura o sea que se comprenda esto que estoy intentando decir y que eso entable alguna manera de conversación consigo mismo para el que lo lee, con los otros o conmigo. Las conversaciones ocurren; me encuentro con gente desconocida que ha leído las contratapas y que las celebra. También hay otros que me comentan algo y quieren discutir. Eso es muy gratificante. Probablemente es muy confuso lo que estoy diciendo.

-¿Por qué es confuso?

-Siempre tengo la impresión de que es confuso lo que digo.

-Tal vez sea el modo de escribir tus contratapas, una escritura que propone un ritmo o una respiración que está más cerca de una escritura barroca.

-Sí, es cierto. Ese ritmo no es buscado, me surge así. Lo que me refiero con confuso es cuando trato de explicar o aclarar. Me recuerda siempre a Jorge Bonino, con su jerga ininteligible, que tenía un espectáculo que se llamaba Bonino aclara ciertas dudas. Yo me siento un poco Bonino, aclarando sin aclarar demasiado (risas).

-¿Los textos de tus contratapas surgen de la inmediatez, aunque por el modo de escribirlos lográs que haya una hondura que se aleja de esa demanda vinculada a la urgencia?

-Sí. Lo que me interesa desde una perspectiva teórica en los últimos años es una especie de desmonte de la lengua común, a través de una indagación sobre lo que está detrás del uso de términos que parecen transparentes. Como “renunciar”, por ejemplo. Todos sabemos lo que quiere decir renunciar. Yo me detengo en esa palabra y trato de indagar. Hay un espíritu epistemológico en tratar de ir más allá de la lengua común, sobre la base de una idea o un concepto que se me ha aparecido con bastante claridad. El origen de las palabras es remoto y en el sentido usual se han depositado experiencias de siglos. Pese a que creemos que la manejamos, cada palabra carga con una lejanísima historia. Esa historia es de impulsos múltiples y surge de acciones y reacciones culturales que hacen al sistema lingüístico, que creemos que es natural pero no es natural; es algo que los seres humanos han inventado desde el grito primario en adelante hasta la más excelsa poesía. Ese es mi propósito en el plano teórico en el que trato de ligar la epistemología a cuestiones de comunicación un poco más amplias. Esto se me aparece casi dramáticamente y no tiene fin. El proceso de conformación del sentido es infinito. Esto genera una perturbación muy grande porque no se termina de afirmar rotundamente nada. Eso determina también un comportamiento social: hay quienes afirman, como si creyeran que lo están haciendo, pero en el fondo no lo están haciendo porque es imposible, solo que no lo reconocen. Estas preocupaciones por la lengua, por la palabra, no son intrínsecas y reducidas a ellas mismas, sino que tienen una proyección en todos los órdenes de la existencia.

En un ejercicio intelectual desprejuiciado, brillante e inagotable, Noé vincula saberes hasta en los desvíos que se le ocurren. “Ahora estoy escribiendo algo sobre el proceso de concentración en la lectura. En la palabra concentración está contenido el centro, es decir que concentrar es llegar al centro. En homeopatía se elimina lo superfluo y se intenta llegar al centro de lo que sería una esencia activa. Pero en la lectura no es así. Concentrar es también reunir, abarcar… La palabra concentración funciona en diversos órdenes por metáforas", explica el escritor. "También abarcar es metafórico de otra cosa y así esta red es infinita. Si se la comprende, se comprende lo que es la poesía, lo que es la significación. Se comprende el principio activo de las relaciones con el lenguaje que hace que la existencia humana tenga sentido. Entonces con esa comprensión puedo constituirme como sujeto: yo soy quien soy por todo lo que he comprendido”.

-En algunas contratapas están los encuentros y desencuentros con Borges o Mario Vargas Llosa. ¿Cómo explicás esta obsesión con algunas historias de escritores?

-Uno puede pensar que la percepción de los escritores en materia de comunicación humana es más rica que el común de la gente, sin establecer una cuestión de elitismo, sino porque la perspectiva del escritor está saturada y la de la persona corriente no está tan saturada. Hay escritores cuyas ocurrencias son permanentes y de una riqueza extraordinaria. Por ejemplo Augusto Monterroso. Algunos dicen que el escritor saturado es un arrogante, pero creo que es un error garrafal. En mi historia personal hay momentos que son privilegiados: la anécdota con Lévi-Strauss siempre me causó una gracia infinita porque lo veo a César Fernández Moreno, que hablaba francés como un gallego recién llegado a la Argentina, y a Lévi-Strauss escuchándolo y tratando de comprender.

-¿Por qué le pusiste al libro Luces intermitentes?

-¿Qué es la intermitencia? Es lo que va y viene; en estos textos se puede percibir algo y de repente se nos escapan luces y sombras en la percepción. Los títulos me surgen por evocaciones sucesivas que se coagulan en una frase. Es un intento de iluminación fracasado. Lo que vale es el intento, no el resultado. Lo que vale es la luz que se prende y no tanto aquello que ilumina. Mis contratapas son como luces intermitentes.

-¿Qué conexiones podrías establecer entre tu participación en la emblemática revista Contorno y estas contratapas?

-Lo de Contorno es un poco un equívoco porque fui un recién venido. Haciendo justicia, Contorno es David Viñas. La idea no solo fue de él y de Ismael (Viñas) sino la práctica que lo guió toda su vida y que es la arrogancia de la denuncia: “yo, desde aquí, advierto que el mundo está lleno de traidores, especialmente en la literatura”. Ese era el modo de David; yo nunca hice eso. El Contorno que trataba de desbaratar a (Eduardo) Mallea y a Borges no tenía nada que ver con los textos que yo hacía. Pero eso no significó que no hubiera algo por abajo común con Contorno, que era la voluntad de indagar. El legado de Contorno fue la voluntad de no conformarse con las cosas tal como venían.

-En ese sentido, ¿te reconocés contornista?

-Así es, pero en otra línea, en otra dirección. Esa indagación tuvo efectos en mis comienzos como profesor. Muy pronto advertí que enseñar literatura en el sentido de una historia de la literatura era un fracaso absoluto y que había que partir de un núcleo central elegido y desde ahí irradiar problemas que resolver. En un curso sobre Roberto Arlt trabajaba la ciudad, el crimen, la modernidad y las vanguardias, entre muchas otras cosas, pero no era necesariamente una lección sobre El juguete rabioso o Los siete locos. Mi relación con los textos me lleva a la interdisciplina: no se puede pensar en crítica literaria sin tener en cuenta el psicoanálisis, el estructuralismo y todas las tendencias, para hacer lecturas de indagación, para ir un poco más allá en las respectivas propuestas. Poco a poco se fue conformando algo que se canaliza en esto que has observado: en cierto ritmo, en cierta respiración. Intento que todo ese material no sea un material citable o de apoyo, sino que sea alimento. Contorno está en el origen de ese comportamiento, no en lo que la historia posterior celebra como el parricidio y otras cosas. El parricidio era tomar distancia de Borges, pero los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Una obra de un escritor importante -así sea considerado reaccionario porque apoyó a Augusto Pinochet- es siempre una invitación. La actitud crítica es responder a esa invitación. Una cultura se puede definir como un conjunto de manifestaciones de necesidad. ¿Cuáles eran las necesidades de conformar la cultura argentina a partir de 1810? Mariano Moreno lo sintió; es el contrato social una manera de brindarle forma a esta cultura. ¿Y cómo se manifiesta? Se manifiesta en la creación de una Biblioteca Nacional, que Mariano Moreno creó con las bibliotecas particulares de los sacerdotes. No había otra. Y eso se manifiesta en los dos países: hay un país que busca el cambio, que busca pensar las cosas de otro modo, y otro país que insiste en afirmarse como si todo estuviera claro. Fijate hasta qué punto esto es dilemático que los discursos de Alberto Fernández son más serenos y conciliadores. Esa otra fracción existe y el país está encarnado también en esa fracción. La crítica consiste en tratar de entender eso, no para aceptarlo porque no sería crítica, sino para entenderlo en profundidad, saber cómo manejarse y encontrar el lenguaje necesario. La aceptación no es nada; la inteligencia lo es todo.

*Entrevista originalmente publicada el 29/12/19

Segui leyendo: