El daño que Mauricio Macri le provocó al deporte y a las instituciones que se mueven a su alrededor fue proporcional al que le generó al país. Si algún incauto o seguidor de sus políticas suponía que la aureola del presidente exitoso en Boca se reproduciría en el territorio desde el cual saltó a la política, se equivocó. 

Quedó claro en los cuatro años de su mandato. Abandonó la presidencia con el 40,8 por ciento de pobres de toda pobreza. A los mismos que fueron empujados a comer salteado o quedarse sin trabajo, ni siquiera les quedó la chance de su derecho a la información. Un producto por el que no pagaban, el Fútbol para Todos, lo suprimió. Dijo en campaña que no iba a sacarlo y mintió. 

Ésa fue una de sus primeras medidas a tono con la economía de exclusión que se planteó cuando llegó a la Casa Rosada. Desde ahí degradó a la Secretaría de Deporte que transformó en una Agencia, DNU mediante. Aplicó tarifazos dolarizados a clubes en general y de barrio en particular, a los que dejó al borde de un cierre definitivo. Al mismo tiempo, y gracias a los servicios prestados por Carlos Mac Allister, otorgó subsidios a exclusivos a campos de golf o a la Asociación Argentina de Bridge, entre otros. 

Macri siempre anduvo por el mismo camino y nunca se detuvo. En la ciudad que gobernó por ocho años y que dejó en manos de Horacio Rodríguez Larreta, su partido intentó – y no pudo – entregarle el Cenard al mercado inmobiliario. Sí consiguió que las instalaciones del Tiro Federal pasaran a manos de un consorcio privado de la familia de Gerardo Werthein, el presidente del Comité Olímpico Argentino (COA). Mientras se mantuvo en Balcarce 50 su declamado proyecto de ley para habilitar las sociedades anónimas en el fútbol no pasó de un deseo. Le hubiera costado demasiado con la oposición frontal de la mayoría de los dirigentes.

Con el empujón inicial de sus primeros tiempos en la presidencia acompañó la intervención de la FIFA a la AFA. Al frente de la comisión normalizadora fue designado el empresario Armando Pérez, quien manejó a Belgrano de Córdoba desde una SA cuando el club quebró y luego siguió como dirigente. Macri le pidió que se postulara como presidente de la AFA pero se negó. No tenía el respaldo de sus pares y Claudio Chiqui Tapia finalmente se hizo del cargo.

Con la AFI y no la AFA fue por Hugo y Pablo Moyano con la inconfesable idea de meterlos presos. Dos agentes que servían en la Agencia de Inteligencia visitaron al juez Luis Carzoglio de Avellaneda que investigaba a los líderes del sindicato de Camioneros por sus vínculos con la barra brava de Independiente. El ex jefe de los espías acaba de ser sobreseído en la causa por el presunto apriete al magistrado.

El macrismo explícito de la seguridad deportiva, con Patricia Bullrich al frente desde la nación y Juan Manuel Lugones como bastonero en la provincia de Buenos Aires, llevó la doctrina Chocobar al fútbol. Centenares de barrabravas y no barrabravas detenidos en operativos mediatizados se convirtieron en el significante más elocuente de la política de mano dura. Ese objetivo rector del gobierno confundió a las mafias con hinchas comunes, persiguió al pañuelo verde de las jóvenes que luchan por la despenalización del aborto no permitiéndoles ingresar a más de una cancha y creyó ver en las luchas de 2017 por la aparición con vida de Santiago Maldonado a sucesivas oleadas anarquistas. También prohibió que banderas con la imagen de Evita entraran al estadio de Sarmiento de Junín -que lleva el nombre de la abanderada de los humildes- y a otros como el de Banfield.

Al año siguiente, en el bastión metropolitano del macrismo, fallaba el operativo de seguridad en la final de vuelta por la Copa Libertadores entre River y Boca. Renunció el ministro porteño del área Martín Ocampo – un fusible de ocasión – y el partido definitorio se trasladó a Madrid. El presidente y sus funcionarios ni siquiera pudieron garantizar que el clásico se jugara en Buenos Aires, un papelón mayúsculo del gobierno que se jactaba de su política de seguridad blindada. La promesa oficial de que volverían los hinchas visitantes nunca llegó a la categoría de tendencia. Apenas algunos partidos en el Gran Buenos Aires o Mar del Plata registraron público de los dos equipos.

Macri apretó a los clubes con la AFIP. Pretendió aumentar los aportes y contribuciones del decreto 1212 a la Seguridad Social que hubieran perjudicado a muchas instituciones con escuelas primarias, secundarias y terciarios. Retrasó los pagos del Fútbol para Todos deliberadamente cuando aún estaba vigente el programa con el propósito de rendir por la fuerza a las entidades deportivas. Y además durante su gobierno el abono para ver la Superliga pasó de los 300 pesos iniciales a los 580 actuales que cobran los operadores de cable. Casi con un 100 por ciento de aumento.

En el único lugar donde a la gestión deportiva de Macri se la reconoció con un premio – el Living Football Award (Viviendo Fútbol)- fue en la FIFA. El 30 de junio de este año, en Zurich, su presidente Gianni Infantino llenó de elogios al ex mandatario argentino por "su aporte al fútbol y los valores del deporte". Ocurrió en la misma sede donde agentes del FBI e Interpol detuvieron a varios dirigentes en mayo del 2015 por cobrar coimas a cambio de conceder derechos televisivos y facilitar la elección de las sedes de los mundiales de Rusia y Qatar. Aquel fue llamado el escándalo de la FIFA y tuvo serias consecuencias geopolíticas y jurídicas que todavía siguen vigentes.

El ex presidente se sintió igual de mimado por Infantino que por Donald Trump y Christine Lagarde. Los apoyos del magnate estadounidense y la ex titular del FMI quizás se comprendan mejor. Pero fue en las canchas de la Argentina cuando se empezó a pulsar el humor de la calle, una ola de repudios convertida en cantito futbolero. El hit del verano se extendió por los cuatro puntos cardinales del país, como un anticipo de las PASO y la ratificación de su derrota en las urnas el 27 de octubre. Macri sí pudo. Hundió al país y aplastó al deporte.

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