En las orillas del Río Tunuyán y al costado de la ruta 40 se encuentra el único acampe permanente que se instaló desde que estalló el conflicto. Un grupo de alrededor de entre diez y quince jóvenes se queda a dormir todas las noches y realiza cortes intermitentes, repartiendo folletos y pegando calcos en los vehículos. Los vecinos de la ciudad se suman constantemente, en general a la tarde, cuando terminan de trabajar. Y lo han equipado: prestaron un freezer, un anafe, una garrafa, un horno pizzero donde esta tarde una colombiana que vive en una finca cercana preparó una tortilla de papas que es un manjar. “Acá como mejor que en mi casa”, bromeaba un manifestante. Un vecino hasta construyó una ducha en el baño químico aportado por la Municipalidad. También acercan mercadería. Los bocinazos son constantes y hasta llegan desde patrulleros. La convivencia con los gendarmes es buena, incluso a la hora de los cortes. Definido como un “sitio de resistencia familiar”, el acampe tiene sus normas de convivencia: no se puede consumir alcohol ni drogas, no se permite el trato con violencia y sólo se pueden tratar temas vinculados a la lucha.