Angel Amadeo Labruna. Pícaro, divertido, calentón, verborrágico, polémico, audaz, leal con los amigos, barullero, burrero de ley, cabulero, entrador como pocos. Lindo tipo el Feo. En el historial de River tiene un bien ganado lugar en el cuadro de honor de los futbolistas y está en el podio de los director técnicos, junto con Marcelo Gallardo y el Pelado Ramón Díaz. 

Su nombre se hizo leyenda y se convirtió en puente para acceder al Monumental por la Avenida Cantilo y se hizo estatua de casi 7 metros y 6 toneladas en la entrada del museo del club. Enorme para sus compañeros en sus tiempos de goleador máximo de la historia del club y gigante como la estatura para los jugadores con los que conquistó seis títulos, entre ellos el tan recordado de 1975 después de 18 años de sequía.

Dijo alguna vez Roberto Perfumo, uno de los emblemas de aquel equipo del 75; "Lo mejor de Labruna. Era que no tenía miedo. A nada. Una vez jugábamos contra el PSV, en España. Yo le dije: 'Mire que tienen a media selección, vamos a dormir temprano'. El me escuchó y me dijo: 'Déjese de joder, Roberto, cuándo estos patas blancas nos enseñaron a jugar al fútbol'". En las concentraciones de River nadie se iba a dormir temprano; él y algunos jugadores más veteranos escolaseaban al mus, al truco y al poker hasta la madrugada.

¿A que hora se entrenan? Quiso saber un periodista de la revista El Gráfico en sus tiempo de DT y uno de los referente del plantel contestó con picardía: "Con Angelito, entrenamos de 8 y media para 11". Una vez los retó a todos porque llegaron tarde a una práctica y un par de días después llegó tarde él y le reclamaron que debía dar el ejemplo. Y contestó canchero: "¿Saben qué pasa , muchachos? Yo salgo una hora antes de mi casa y la gente me frena para pedirme autógrafos". Y era verdad, aunque vivía a solo dos cuadras del Monumental.

Poco amante de las estrategias y de la mecanización de movimientos, confiaba en la inspiración de algunos de los jugadores y en su capacidad para resolver técnicamente las situaciones que presentaban los partidos. Eso sí, sabía elegir a los futbolistas como nadie. Con una mirada superficial le bastaba y sobraba para medir la calidad técnica de los jugadores que escogía en sus equipos.

"Yo reconozco que no sé de muchas cosas, pero de fútbol nadie sabe más que yo", dijo en un reportaje. No eran pocos los que le daban la razón.

Hincha de River hasta el caracú, confesó que cuando se fue del club sintió que se le terminaba el mundo. "Anduve como un loco toda una noche y hasta pensé en pegarme un tiro. Voy aseguir pensando en River hasta el último día de mi vida”, dijo poco antes del 19 de septiembre de 1983, el día que murió y fue velado –como no podía ser de otra manera– en el Monumental.