Una noche, como resultado de un asalto en el que recibí golpes que me dejaron inconsciente, perdí toda movilidad física y el habla. Literalmente, de la noche a la mañana. En ese momento, hace poco más de doce años, pasé a integrar este pequeño universo de las personas con alguna discapacidad. 

Cuando salí de terapia intensiva empecé un trabajo de rehabilitación física que me permitió algunos módicos pero importantes avances. Por ejemplo, he mejorado la firmeza del tronco para poder sentarme en una silla de ruedas, y también obtuve algo de movimiento en la cabeza y los dedos de las manos. Fue a partir de esos pequeños avances que la tecnología se constituyó para mí en un auxilio invalorable.

En una primera etapa, sólo podía expresar un sí o un no mediante un parpadeo. Cuando empecé a controlar el movimiento de la cabeza, me colocaron una vincha con un puntero láser que podía posar sobre un tablero, donde estaban todas las letras del abecedario, y formar así frases cortas. 

Mis capacidades cognitiva e intelectual siempre se mantuvieron intactas, lo que hacía aún mayor la necesidad de comunicarme. Por fin, irrumpió en mi vida la posibilidad de hacerlo, a través de una computadora con cámara web y un software especial. Esto significó un enorme salto cualitativo en mi calidad de vida, pues me permitió dialogar con mis hijos, con mis amigos y compañeros, escribir notas de opinión, llevar adelante mi trabajo profesional y político, participar en reuniones con numerosas personas, o dar una charla. 

Este breve relato personal tiene el objeto de dar un ejemplo de cómo el acceso a la tecnología puede cambiar la vida de una persona afectada por alguna discapacidad, pero también dejar en claro que mi historia es la de una especie de privilegiado dentro de ese conjunto de personas. Me consta lo desatendidas socialmente que se encuentran en nuestro país. 

Me refiero a la enorme mayoría de las personas con discapacidad, para quienes se hace difícil acceder a un trabajo digno, circunstancia que suele conllevar una dura situación socioeconómica, lo que a su vez las vuelve aún más vulnerables.

Si bien es cierto que mucho se ha avanzado en materia de legislación, tanto internacional como nacional, en particular en considerar como derechos humanos a muchos de los derechos de las personas con discapacidad, podemos convenir en que muchos de esos adelantos son en realidad formales. Y así como decimos que el XX fue un siglo de valiosos avances legales, en el siglo XXI debemos trabajar para materializar esos derechos. 

De ahí la importancia de exigir que el estado realice fuertes inversiones en el área de ciencia y tecnología, y que también estimule la inversión privada, ya que se trata de una genuina inversión democrática, pues redunda en una mejor calidad de vida y en la realización del derecho a sentirse socialmente útil. En definitiva, de lo que se trata es de la inclusión. 

Y es la política la que puede hacer que las herramientas tecnológicas y el conjunto de bienes de que se dispone estén al servicio de la inclusión y de la igualdad. Por eso, estos vientos de cambio que soplan en la Argentina nos permiten soñar con una sociedad más inclusiva, más solidaria, más digna y más justa, también en lo que se refiere a la vida de las personas con alguna discapacidad. 

*Socialista en el Frente de Todos.