Cada enero cuando el espectáculo está por comenzar, los relinchos y la desesperación agitan los corrales cercanos a las tribunas del anfiteatro de Jesús María: cientos de potrillos padecen amontonados el estallido de los fuegos artificiales, los gritos de la muchedumbre y las luces que laceran la naturaleza tranquila de sus noches. No hace falta ser especialista en psicología animal –o humana- para percibirlo: debajo de los cueros de sus anteojeras, intentan liberarse de las ataduras y del olor del miedo. Del propio y del de sus congéneres.

No son los únicos. Aunque en pleno Siglo XXI algunos hombres y mujeres elijan montarlos en pocos segundos “de color y coraje”, de vida y muerte, les jinetes son conscientes del peligro que afrontan por su vocación; o inducidos por una tradición cultural que a esta altura de la Historia debería revisarse por la violencia que conlleva hacia los animales que utilizan.

Este año el “espectáculo” se llevó la vida de Norberto Eric Cossutta, un cordobés de 40 años que montaba para la delegación de Catamarca y fue aplastado por la yegüa que cayó sobre su cuerpo ante la vista de más de 20 mil personas. La (absurda, innecesaria) muerte de Norberto ocurrió a exactos diez años de la noche que, de manera casi idéntica, murió su colega Alfredo Spíndola. Otros dos jinetes fueron internados en terapia intensiva, uno de ellos muy grave.

Y la pregunta: ¿cuántos más deben morir -y sufrir- para que este tipo de espectáculo desaparezca como tal o cambie?

-Yo creo que hay que encontrar un modo, otro modo. Esto no puede seguir- le dice a Página/12 Andrea Heredia de Olazábal, una abogada de 54 años que lidera la organización proteccionista Sin Estribo-. He estado hablando con diversas federaciones gauchas para ver cómo parar este tormento. En todo el mundo se está cuestionando la violencia hacia los animales, en la tauromaquía; en lo que ocurre en algunos zoológicos y acuarios... El ser humano elige. Los animales no. Así que esto es violencia hacia seres que llegado el momento, se defienden como pueden.

Andrea es profesora de Derecho Privado II en la Universidad Nacional de Córdoba, y titular (fundadora) de la Sala de Derecho y Protección de los Animales del Colegio de Abogados de Córdoba. El miércoles pasado, tras la muerte del jinete, pidió la cancelación del Festival ante la fiscalía de Jesús María, por violación a la ley penal 14.346 sobre maltrato animal. “Acá en Córdoba, la ley 8.452, declara y regula esta actividad como un deporte. Es insólito, ya que una ley provincial se sobrepone a una ley nacional. Maltratar animales es un delito en todo el país. Como robar. Está prohibido robar en todo el país. Así que en Córdoba no puede estar permitido ni lo uno ni lo otro. Y la tradición, por más tradición que sea, no escapa a la revisión judicial o legal. Más si esa costumbre afecta la integridad física de los seres vivos. Hay una obligación legal de plantearlo”, arguye.

Andrea Heredia de Olazábal comenzó a ser una referente local cuando interpuso recursos de amparo contra los carros “tracción a sangre” en las calles de la ciudad: “Así empezamos, pero después esto de la doma desde 2013, se nos impuso”. La sala en el Colegio de Abogados, la visibilidad a través de las redes, la concientización creciente “de mucha más gente por el trato hacia los animales”, la impulsó a una serie de denuncias y acciones de repudio en defensa de los caballos en los espectáculos públicos.

“Soy domadora. Sé de lo que hablo. Yo hago doma racional. Existen métodos pacíficos en contraposición a esta locura de la jineteada. En muchos lugares del mundo lo hicieron. No hace falta ningún tipo de violencia (Marvin Earl “Monty”) Roberts lo demostró. Si el animal es más rebelde, necesita más paciencia, más tiempo y amor. Lo otro es sometimiento. Pongo un ejemplo que tal vez suene muy burdo: una cosa es violar, muy otra hacer el amor”.

-¿Se puede domar un animal en segundos, en montas tan breves como se hacen en este tipo de festivales?

-No. Al contrario. Estos eventos consisten en violentar al animal. Animarlo para que corcovee. Se lo prepara para que bellaquee. Le dan estimulantes... Si bien viven en una cierta libertad, los preparan, les ponen muñecos con clavos que llevan una fusta en la mano. El animal se ensaya para estos festivales... Y eso no es público. La gente no lo sabe. Cuando llega el momento de la monta los presionan, les tapan los ojos. Hay hasta quienes los picanean. Las espuelas de los jinetes tienen de 10 a 14 centímetros y pegan justo en las vísceras de un animal. Les hunden eso en la carne. Les ponen cueros en la boca. Casi no pueden respirar y la única función que tiene toda esta tortura es la diversión. Que la frivolidad sea el sufrimiento de un ser vivo, es convalidar un delito. Hay que sumar que hay niños mirando, presenciando estos actos de crueldad. La lectura que hace el cerebro de un chico es equivalente al de un abuso sexual.

-¿Tanto así?

-Sí. Hay un sometimiento, hay violencia y sangre. No se puede naturalizar el castigo a ningún ser vivo. Un niño ve el dolor y ve la dominación. Queda en la memoria.

-¿Cómo cambiar este estado de cosas en un país donde la doma es una tradición?

-Los antiguos gauchos usaban su poncho. No eran crueles con su caballo que después era su compañero de vida. No se domaba con el rebenque sino con el poncho, no usaban espuelas y los tocaban y hablaban. El animal pegaba unos corcovos y el domador le tenía paciencia. Creo que los tropilleros y los organizadores de estos festivales tienen responsabilidad en que esto haya cambiado y se use como espectáculo. Pero también saben que toda esta violencia está recibiendo el repudio de la sociedad. Veo que año a año se dan más y más cuenta y no quieren quedar como unos criminales ante la gente. Los auténticos gauchos, los peones, quieren y cuidan a sus caballos. El tropillero es el personaje que hace el negocio junto al resto de la organización, los que hacen dinero con esto. Los que dopan al caballo, preparan todo esto que termina en la muerte de muchos animales que luego son sacrificados. O con la desgracia de la muerte de los jinetes.

Según la abogada y domadora, “en la facultad de Derecho explicamos que el paradigma del derecho animal es el mismo paradigma de los derechos Humanos. El punto de contacto está en la discriminación, el racismo y el especismo. Se trata mal a un ser porque se lo cosifica. La historia muestra cómo los esclavos negros fueron sujeto de derecho antes que las mujeres... Incluso –abunda- los derechos de los animales evolucionaron antes que el derecho de los niños en organizaciones como la OEA. Es la debilidad lo que genera el abuso. El dominio sobre los seres que se cosifican o se consideran más débiles. Pero hay corrientes de cambio. Lo estamos viendo con lo que ocurre con el movimiento de las mujeres. La evolución en el derecho no para”.