Victoria Roland es actriz, directora, dramaturga y creadora de la compañía teatral La Mujer Mutante junto a Juan Coulasso, otro referente de la nueva escena y director general del espacio cultural Roseti, situado en el corazón de la Chacarita. En ese fogón se gestaron dos proyectos interesantes a partir de una investigación profunda sobre el poder de la experiencia en el campo teatral: El mundo es más fuerte que yo (2017) tensaba los conceptos de realidad y ficción a partir de la idea de trance y el vínculo con los espectadores; Una obra más real que la del mundo, propone un recorrido por el Sexto Panteón del Cementerio de la Chacarita y se presenta a partir de este viernes en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA).

La directora cuenta que el espacio donde se desarrolla la obra fue creado por la arquitecta Ítala Fulvia Villa, y destaca: “Ella diseñó unas galerías subterráneas por donde entra la luz, con jardines increíbles y mucho espacio para los nichos, pero fue totalmente invisibilizada por la historia. En esa deriva cinco actores guían a veinticinco espectadores por el laberinto. Es una pieza que denomino recorrido perfo-existencial; ahí se arma una comunidad circunstancial donde distintos personajes disidentes merodean por el cementerio para enfrentarse a dilemas vinculados con la muerte: cuestiones culturales, políticas, la relación entre Chacarita y Recoleta, el cementerio popular versus el cementerio donde descansan los fundadores de la patria y también nuestros tabúes. Creo que la obra es un viaje, una experiencia que permite reflexionar sobre la propia relación con la muerte”.

Una obra más real que la del mundo (Foto: Nora Lezano)

La otra pieza de Roland que tendrá su lugar en la grilla del FIBA es Beya durmiente (DJ Beya), programada para el sábado 1 de febrero a las 16 hs. en el Galpón de Guevara. La directora llegó a la nouvelle de Gabriela Cabezón Cámara a través del taller literario de Alejandra Zina; ahí les recomendaron la lectura de ese texto para analizar el uso de la segunda persona y el desdoblamiento de la voz narrativa. “Recuerdo que cuando leí el material sentí un impacto físico inmediato; no podía parar de leerlo. Yo soy más actriz que directora y en ese momento sentí que era un texto para ser dicho. Vengo haciendo talleres literarios desde hace mucho tiempo y hay un interés por la escritura que está oculto, pero mi relación con la literatura siempre fue apasionada, desde niña”, cuenta Roland. En ese texto, la autora de Las aventuras de la China Iron reversiona el clásico cuento de La bella durmiente dándole voz a una mujer que es víctima de la trata de personas y permanece recluida en un oscuro puticlub de Lanús.

Beya durmiente (Foto Nora Lezano)

El año pasado Xirgu Espacio UNTREF convocó a Victoria para dirigir un proyecto justo cuando estaba sumergida en ese material, e inmediatamente pensó en Carla Crespo para el protagónico. “Cuando se lo propuse le pareció un delirio, pero el hecho de que ella fuese DJ nos corría inmediatamente de la representación. No queríamos que la protagonista fuese una mujer tirada en la cama, encerrada: para mí eso habría sido el fracaso porque sentía que había que hacer otra cosa, ubicarla en un lugar de súper poder y trascendencia; no de víctima. Me gusta plantear desafíos donde los actores tengan que dar un salto a la experiencia para poder ver esa proeza heroica que es la actuación. Esto hace que un trabajo se vuelva indestructible”, explica.

- ¿Cómo describirías el vínculo entre teatro y literatura?

- Diría que tiene mucho que ver con el carácter performático de la palabra. Hace tiempo vengo investigando sobre esta idea de hacer cosas con palabras; es un trabajo físico, orgánico y medio salvaje. Hay algo en relación al lenguaje que me parece muy interesante y es el uso no tradicional que va más allá de lo estrictamente representativo. Me parece que en la obra de Gabriela está ese carácter performático: cuando leés sus textos, sentís que hay una voz muy potente para ser escuchada. Por supuesto, tener una buena pieza literaria no te asegura buen teatro y, a pesar de mi amor por la literatura, sé que el teatro es otra cosa y que la potencia está en otro lado.

— Gabriela Cabezón Cámara escribió Le viste la cara a Dios al ser convocada por una editorial independiente para escribir una versión libre sobre La bella durmiente. ¿Cuál fue tu vínculo desde chica con este tipo de relatos?

— Durante el proceso de creación de esta obra leí Calibán y la bruja de Silvia Federici y me volví loca. Ahí se explica todo el imaginario de la bruja destinado a disciplinar a las mujeres y quemarlas; fueron genocidios no reconocidos como tales en la historia. Sin embargo, seguimos leyéndoles a los niños estos cuentos sobre la bruja mala, vieja, sola, que infringe la norma. Me parece increíble el nivel de naturalización de esos relatos; deconstruirlos es para mí una de las principales funciones que puede tener el teatro. Por supuesto, muchas veces ocurre exactamente lo contrario y termina reproduciéndolos.

— ¿Qué tipo de recursos creés que presenta el campo teatral a la hora de llevar adelante ese proceso de deconstrucción?

El teatro es una experiencia muy arcaica y sigue siendo una de las pocas oportunidades que tenemos para juntarnos en comunidad. Se trata de un acontecimiento ritual; su potencia no está en la virtualidad que nos atraviesa hoy y que configura nuestras subjetividades sino en otro lado. Por eso cuando el teatro quiere imitar a otros formatos como Netflix, pierde. Claro que me siguen interesando los grandes relatos ficcionales, pero para deconstruirlos. Cabezón Cámara hace esa operación en su novela. A diferencia de otros lenguajes que son más puros, el teatro es un lugar de cruce, siempre transdisciplinario, por más que te sientes en una silla a recitar un monólogo. El secreto está en atreverse a combinar elementos de manera inédita.

Roland cuenta que con Crespo no se conocían previamente pero se hicieron amigas durante el proceso creativo: los ensayos eran de una intensidad arrasadora y a veces terminaban llorando, sin poder continuar con la escena. “Hay algo muy filoso y aguerrido en su actuación. La recuerdo en una obra de Lola Arias interpretada por hijos de desaparecidos, y su tono era el de una mujer empoderada, lejos de cualquier victimización. Para mí el papel de Beya no podía ser hecho por una actriz melodramática; el texto es tan crudo, tan violento y tan literal que nuestro mayor desafío era evitar caer en los golpes bajos. Sinceramente, no me gusta ir al teatro para ver la derrota del mundo; para eso miro el noticiero. Hay que entrar en la experiencia y salir de la información: una cosa es saber los datos y otra muy distinta sumergirse en la vivencia. Creo que esto genera otros niveles de empatía para poder abrir la propia percepción”, sostiene la directora.

— Beya no está presentada como víctima sino como una mujer que, por momentos, puede llegar a ser muy poderosa. ¿Cómo construyeron a esta heroína?

— La condición de DJ de Carla ya impone una distancia importante de ese lugar de víctima porque requiere una lucidez técnico-práctica impresionante; todavía hay cosas que ni siquiera yo sé cómo las hace en escena. Cuando pensamos esto no sabíamos si iba a funcionar, pero al probarlo entendimos que ese juego le permitía entrar y salir las veces que fuera necesario; un desdoblamiento que es propio del texto y, también, de las personas que viven situaciones traumáticas de este calibre. Algunos estudios indican que las víctimas de trata salen de sí mismas y se ven desde afuera como un mecanismo de supervivencia.

— ¿De qué manera pensaron el resto de los elementos como la música, la puesta de luces y la escenografía?

— Para mí era muy importante tener en cuenta lo múltiple y, en ese sentido, el show de la DJ abre mundos. Con la música, por ejemplo, entran la cumbia, Chopin, Martha Argerich y el trap. Después está lo que llamamos “el altar de la DJ”, un trabajo que hicimos con Gerónimo Lagos Agüero (vestuarista), Julieta Potenze (escenógrafa) y José Binetti (iluminador) para abrir ciertas significaciones. Hay unas luces de neón que la hacen ver como santa y aparece lo religioso, el bucal que usa para una de las escenas lo guarda en una copita muy similar a un cáliz de iglesia, y también hay referencias medievales como el casco o la corona. De alguna manera atraviesa varios arquetipos donde se nos ha ubicado y se nos sigue ubicando a las mujeres: la santa, la loca, la puta, la histérica, la bruja.

— El año pasado también se estrenó Turba, una obra protagonizada por Iride Mockert que aborda la misma problemática. ¿Cómo pensás este fenómeno en un contexto donde el feminismo juega un rol protagónico en la escena pública?

— Esta revuelta feminista nos ha afectado a todas, y para mí no es casual que haya dos obras sobre la trata de personas. Creo que las mujeres tenemos que tomar los escenarios y los distintos ámbitos de la sociedad. Una no dimensiona hasta qué punto todo está comandado por hombres: los grandes relatos de dramaturgia y dirección, los grandes maestros de actuación, las escuelas más prestigiosas, todo está atravesado por una mirada masculina. Beya durmiente tuvo un equipo esencialmente femenino y me parece que tenía que ser así para que nadie hablara por nosotras. Creo que en el campo teatral todavía hay mucho camino por recorrer en ese sentido.

*Una obra más real que la del mundo: viernes 24 / sábado 25 / domingo 26 / martes 28 / miércoles 29 / jueves 30 a las 15.30 hs. en El Cementerio de la Chacarita, Av. Guzmán 680. Gratis, con reserva online en la web del FIBA.

 

Beya durmiente (DJ Beya): sábado 1 de febrero a las 16 hs. en El Galpón de Guevara, Guevara 326. Gratis, con reserva online en la web del FIBA.