Máquinas de humo. Torres de luces. Edificios decorados con luces LED. Música ochentosa de Bowie, Depeche Mode, Madonna. Sillones fluorescentes de diversas formas y colores. La calle Alsina entre Defensa y Bolívar parecía anoche una disco a cielo abierto, en lo que fue la fiesta callejera de apertura del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA). El show principal lo brindaron Los Amados, desde el balcón del Museo de la Ciudad.

Luego de la inauguración formal en el Teatro y el Centro Cultural San Martín con El público, de Mariano Pensotti, la acción se trasladó al casco histórico. El calor era tremendo y todo el público se concentraba en una sola cuadra. Se podía conseguir falafel, medallones veganos y empanadas salteñas. No choripanes, claro; eso hubiera ido a contramano de la estética y el espíritu del encuentro. De su tipo de público también. Los jóvenes eran mayoría. Bebían latas de cerveza de las mejores marcas y bailaban. Aparte de Los Amados con sus boleros y ritmos caribeños, Regia Federala ofreció canciones ochentosas y lentos, con musicalización de Carla Crespo.

Algunos de los sitios icónicos de la cuadra abrieron sus puertas. El punto más atractivo era la mítica Librería de Avila, adonde esperaba visitas su dueño, Miguel, junto a un guitarrista y un narrador. Entre textos de García Márquez, Cortázar y del Martín Fierro, Miguel contaba con amor y nostalgia pormenores de la historia de la librería considerada la más antigua de la ciudad. Los orígenes del local como botica para los gauchos, la llegada de los primeros libros, las visitas de presidentes y otros importantes funcionarios, sus tiempos de sede de tertulias de los jóvenes inspirados en textos de la Revolución Francesa –como Sarmiento y Moreno-. La negociación con el entonces cardenal Bergoglio para la salvación del “templo”: el local, que pertenecía al Arzobispado, estuvo a punto de ser vendido a una famosa cadena de hamburguesas norteamericana.

El cálido y romántico relato de Miguel en el subsuelo del comercio de la esquina era un respiro ante la calurosa rave de la calle, por supuesto muy registrada por los celulares de los presentes. También abrió sus puertas la bella Farmacia de la Estrella, y en la terraza del Museo de la Ciudad se podía hacer una experiencia con auriculares inalámbricos.

La apertura formal tuvo una cuota de rareza, porque El público, de Pensotti y el Grupo Marea, no es una obra de teatro, que es lo que usualmente se espera que dé comienzo al FIBA. “Pensé que íbamos a ver una obra”, le decía una famosa actriz a otro famoso actor en la butaca de la sala Lugones del Teatro San Martín. Muchos comentaban lo mismo. No era decepción, sino desconcierto o sorpresa. Los espectadores fueron divididos en tres salas: había otros en dos del Centro Cultural San Martín. El público es una experiencia que incluye la proyección de una película compuesta por once cortos. Actúan, entre otros, Luis Ziembrowski, Agustina Muñoz, Lisandro Rodríguez, Diego Velázquez, Juan Minujín, Guillermo Arengo, Susana Pampín, Lorena Vega y Pilar Gamboa.

El film recorre breves situaciones que afrontan personas de distintas edades, ocupaciones y vidas con algo en común: todos vieron el día anterior una obra de teatro sobre un imitador de Fernando de la Rúa, contextualizada en la crisis de 2001. Así, expone cómo puede modificar –o no- el teatro a sus espectadores. Y cómo un mismo espectáculo desata diferentes interpretaciones y miradas. Lo singular es que no todo sucede en la comodidad de la butaca. Sólo una parte es así. Luego de ver ocho de los cortos, hay que seguir un itinerario guiado por carteles blancos con letras negras. En el caso del Teatro San Martín, los espectadores fueron invitados primero al hall, donde tocaba un grupo de músicos con remeras negras con la leyenda “banda sonora”. Ellos encabezaron una caminata por la calle Corrientes, una procesión de los espectadores de las tres salas. Entre ellos había varios de los actores de la película. El desconcierto y la sorpresa se apoderaron en ese momento de los que tomaban una cerveza en las afueras de las pizzerías. La caminata culminó en el Teatro Metropolitan Sura, donde fue proyectado el resto de los cortos, y donde los espectadores ficticios vieron aquella obra de teatro.

Tanto en el trabajo del grupo Marea –que puede verse, o vivirse, hasta el final del FIBA- como en la rave callejera, el aspecto performático estuvo muy presente. La invitación a sumarse a una experiencia; sucesos que irrumpen en espacios no convencionales. Estos serán, de hecho, algunos de los ejes de esta edición del FIBA (la número 13), que está consolidándose como un festival de verano, de carácter anual.