Debido a la diáspora venezolana establecida en los últimos años en la Argentina, son cada vez más los artistas que dieron cuenta de la tradición rockera de la nación bolivariana. Sin embargo, luego de que por los escenarios porteños pasaran bandas de la envergadura de Desorden Público, Los Amigos Invisibles, Caramelos de Cianuro y La Vida Bohème, hoy jueves a las 20, en Honduras Club (Honduras 5535), debutará en Buenos Aires una de las leyendas del rock de ese país: Frank Quintero. Pero no estará solo, pues viene de la mano de Pedro Castillo, otra de las figuras de esa escena, para repasar en formato acústico los clásicos de sus respectivas carreras solistas y grupales. “Con Pedro estamos viajando a muchos lados con esta gira”, explica el cantautor, que inició su trayectoria en 1968 junto a la agrupación La Fe Perdida, con la que consumó su primer hit, “Escaleras de tu mente” (a medio camino entre la psicodelia y el legado de Santana). “Aunque me interesaría volver pronto para grabar material nuevo”.

Quintero cuenta que en el vuelo que lo trajo desde Miami, ciudad en la que reside en la actualidad, escuchó los más reciente discos de David Lebón y Silvina Moreno, y se sorprende por la salida del álbum póstumo de Luis Alberto Spinetta. El cantante fue uno de los primeros músicos que advirtió en Venezuela sobre el impacto que iba a tener el rock argentino en América latina. “Si bien el rock en español, como yo lo veo, comenzó en México y se profundizó en España, los que lo internacionalizaron fueron los argentinos”, asegura el también ex Los Balzehaguaos. “Lo que más me sorprende es que la Argentina sigue siendo una fuente de producción increíble”. Pero se lamenta de que las disqueras venezolanas nunca se hayan atrevido a apostar por sus artistas en el sur del continente. “Su inversión nunca fue sustanciosa, por más que les pidiéramos por nuestra internacionalización. El primero en lograrlo fue José Luis Rodríguez, y le secundaron Ricardo Montaner y Franco de Vita. Pero ellos no son artistas de rock, sino baladistas”.

A pesar de tomar una distancia estética de sus colegas, en los '80 Quintero, Montaner y De Vita, así como otros músicos de origen rockero como Ilan Chester y Yordano Di Marzo, fueron parte del movimiento de la Nueva Canción Venezolana, con artistas que revolucionaron a la nación caribeña al usar el soporte del pop o del rock para convertirse en cronistas de la ciudad y de toda una época. “A diferencia de lo que sucede hoy, el movimiento de los '60 y '70 fue social. Las letras de las canciones relataban la vida que atravesaba cada uno y eso tuvo repercusión entre la gente”, describe Quintero. “Fue algo similar a lo que aquí pudo haber significado un tema como ‘Yendo de la cama al living’, al igual que los que compusieron Fito o Spinetta. El éxito de esas canciones tiene que ver con el crecimiento del público. Cada vez que las escucho, salto treinta años atrás y recuerdo perfecto lo que me estaba pasando en ese momento. Las involucro con ese momento. Pero la industria acabó con eso. Hoy todo es más simple, hay menos acorde y casi no hay instrumentación”.

-Considerando tu bagaje musical, ¿te sorprende aún el estigma tropical que existe sobre la música venezolana fuera de sus fronteras?

-Vengo de una familia de músicos y la escuela de mi papá era tropical, pero también escuchaba jazz y música clásica, y toda esa información la tengo en mi disco duro. Pero es cierto que en países como Venezuela, Colombia y Nicaragua lo autóctono es muy fuerte. Entonces, la generación del rock empezó a luchar para posicionar una música que no era conocida a nivel popular. Fue muy difícil. No le puedes cambiar la tradición a la gente. Por eso me siento afortunado de poder vivir de esos estilos luego de muchos años.

-Hasta bien entrados los años '70, no soltaste la batería. ¿Qué te llevó a convertirte en frontman y multiinstrumentista?

-En mi adolescencia leía mucho y estaba hambriento de conocimiento. También Aldemaro Romero (uno de los artistas más universales de la música venezolana, al punto de que inventó la onda nueva: respuesta local a la bossa nova, de la que Quintero fue partícipe) me llevó a descubrir las texturas y colores de la música brasileña. Eso te abre un chorro de comunicación al mundo acerca de lo que estás viendo y presenciando, y buscas compinches a los que les esté sucediendo lo mismo que a ti. Hasta el sol de hoy, intento descubrir nuevas cosas.

-Al mismo tiempo que estudiabas en Berklee College of Music, donde coincidiste con Juan Luis Guerra y Brandford Marsalis, comenzaste a preparar tu carrera solista. Tu primer disco en ese rol, De noche y con poca luz, cumple cuatro décadas este año. ¿Por qué tomaste esa decisión?

-Ese trabajo marcó la división de la música instrumental a la cantada en mi obra. Los discos de mi segunda banda, Los Balzehaguaos, tenían influencia del jazz y la fusión. Y también tenían la parte cantada. En algún punto, no tenía que ver una cosa con la otra. Entonces estaban los atletas de la música y los que venían a escuchar las letras a los conciertos. En De noche y con pocas luz empecé a distanciarme, pero el siguiente, Pájaros y estrellas (1981), fue totalmente cantado. Tengo muy bonitos recuerdos de esos amigos con los que aprendí y toqué. Esas amistades de la escuela no se pierden nunca.

-Aunque tenés un cancionero riquísimo, el público suele recordarte por un único tema, “Canción para ti”, que incluso fue reversionado en otros géneros musicales. ¿Eso no te frustra?

-Hay un sentimiento de frustración, por un lado. Si bien ese tema tiene que ver conmigo y fue muy importante porque gracias a él me mantuve en el tiempo, hay discos que tienen canciones que pasaron por debajo de la mesa. Y eso me entristece.

-Tu último álbum de estudio, Natural, data de 2015. ¿Preparás algo nuevo?

-El disco físico como tal desapareció. Debido a que hoy lo que funciona es el streaming y el download, el material que estoy preparando, que es de versiones y se llamará Magneto (incluirá un cover de “Lamento boliviano”), lo pondré en las redes. No lo voy a sacar de manera física, a menos que la gente lo pida.

-Sos el principal músico afrodescendiente del pop y el rock venezolano, lo que es toda una paradoja en un país caracterizado por su diversidad étnica ¿Qué opinión te merece esto?

-Es raro, pero creo que es una cuestión cultural. Tiene que ver con lo que escuchaba de chico en casa. Tengo amigos que era muy rockeros, pero hoy están muy lejos de eso. Eso se lo debo a mi papá, que me abrió ese abanico de sonidos que me han durado toda la vida.