Se dice el pecado y el pecador

Harta conocida la historia judeocristiana de los diez mandamientos, decálogo escrito de puño y letra por Dios -con divina caligrafía, cabe presuponer- y entregado a Moisés en el Monte Sinaí, amén de poner en claro deberes esenciales, derechos fundamentales. Un relato fundacional recuperado y reinterpretado en incontables oportunidades por el cine, la tevé, la pintura… Y, muy recientemente, por la fotógrafa israelí Dina Goldstein, que en su serie The 10 Commandments yuxtapone las mentadas leyes sacras con escenas imaginarias de presidentes estadounidenses. Con pretendida intención: desvelar la hipocresía latente de un sistema político “que pone en jaque la integridad de un modelo verdaderamente democrático, que aspire al ascenso y al bienestar social”. Sin solemnidad, dicho sea de paso: abordar tópicos peliagudos con ligereza y humor subyacente para prender la chispa de la discusión es la autoimpuesta meta de esta artista nacida en Tel Aviv, con residencia actual en Canadá, que recurre al shock visual, la ironía y la metáfora para criticar a la sociedad norteamericana. Así, “Amarás a Dios sobre todas las cosas” es ilustrado con un Trump que tuitea en bata mientras mira Fox News, en tanto “el dinero y el estatus de celebrity son el Dios que impera hoy día”. Para “Honrarás a tu padre y a tu madre”, retrata Dina a George Washington en medio de un geriátrico, en un intento por ejemplificar cómo “el valor de la sabiduría que trae la edad ya no es tenida en cuenta”: si Washington le viene de maravillas es porque “según afirman ciertas voces, apenas intercambiaba correspondencia con su madre”, “como hijo, carecía de calidez y amabilidad”. “No darás falsos testimonios ni mentirás” viene con pic de Bush hijo declarándole la guerra a Irak por “tener armas de destrucción masiva, cuya existencia nunca se comprobó”. Y así, otros “pecadores” presidenciales, recreados en postales ficcionales por la chica Goldstein.

El nuevo normal

Puede que no fuese el contexto más usual para presentar canción nueva, pero algunas condiciones orillaban el estricto show de rock: el mega anfiteatro repleto, los cánticos y vitoreos, las pancartas y bandanas; la efervescencia, en fin… Ni siquiera faltó el afiche temático, creado por el artista y galerista Kii Arens, a menudo fichado por famosísimos músicos y bandas (por caso, Radiohead, Queens of the Stone Age, Dolly Parton, Stevie Wonder) para diseñar los pósters de sus gigs. Claro que el logotipo estaba adulterado… la espectacularización de la política no tiene fin. Y es que, el pasado 10 de febrero, en el Whittemore Center Arena, The Strokes estrenó en vivo Bad Decisions, anticipo de The New Abnormal, su sexto disco de estudio tras casi 7 años sin lanzar LPs. Además mostró por primera vez al mundo el clip de At the Door y se despidió anunciando fecha de salida del álbum; léase el próximo 10 de abril. Ni abrieron ni cerraron otras bandas, pero sí hubo discursos de “estrellas” como la congresista Alexandria Ocasio-Cortez y Cynthia Nixon –actriz, sí, además de excandidata a gobernadora de Nueva York-. Era, después de todo, un mitin político en apoyo a Bernie Sanders, que se consolida como favorito del partido democrático en las venideras presidenciales. Bernie, presente, dio discurso efervescente, saludó a los presentes e introdujo a The Strokes, que tras sacarse la fotito reglamentaria en escena con el longevo político, se mandó flor de show. “Él representa nuestra única oportunidad de derrocar al poder corporativo y devolver a Estados Unidos un gobierno verdaderamente democrático”, dijo Julian Casablancas sobre el “socialista” de 78 años que lidera las encuestas, urgiendo a las masas a votar en las primeras de New Hampshire. Del dicho al hecho, ningún trecho: al día siguiente se impuso Sanders en las urnas ¿El poder del rock? La alegría de Casablancas y compañía, más no fuera, y de Bon Iver y Vampire Weekend, que semanas pasadas cerraron otros mítines del mismo varón.

Marlon James versus los muertos

“Cuando Marlon James ganó el reputado premio Booker en 2015, se unió al panteón de grandes autores de lengua inglesa. Pero resulta que el escritor jamaicano no tiene en alta estima a todos los miembros del canon literario…”, destaca -no sin cierta inquina- un reciente artículo del diario londiense The Times. Sospechan desde el periódico bicentenario que si el autor de la monumental Breve historia de siete asesinatos se anima a dispensar fulminantes comentarios contra celebérrimos colegas “es porque ya están RIP y no pueden quejarse ni demandarlo desde la tumba”. Que no quepa la más ínfima duda: desde el vamos se jacta el pendenciero James y su editor ídem, don Jake Morrissey, de disparar “sin reparos, sin contenerse y sin censura” contra personajes que no tienen poder de réplica, por razones más que obvias. Lo hacen en su flamante podcast, Marlon and James Read Dead People, donde se pavonea la dupla de discutir sobre literatura “como dos amigos que toman birra y debaten sobre fútbol en un bar”. “Es divertido hablar pestes de gente muerta", redobla el autor de Leopardo negro, lobo rojo. "No pueden contestarme vía Twitter”. Evidentemente no habrá respuesta de Charlotte, Emily y Anne Brontë que, según el gallito James, “no entendieron ni lograron capturar la emoción humana”. Tiene ¡el tupé! de criticar la pluma de las hermanas “por su estilo demasiado recargado”, y no se corta medio pelo al admitir que nunca pudo terminar Cumbres borrascosas: su animadversión, irónicamente, se basa en que el clásico de clásicos le resulta “demasiado violento”, “descaradamente cruel, sin justificaciones”. En símil tono acentuadamente irreverente, carga las tintas contra otros popes brit, para tirria del Times londinense. Agatha Christie lo aburre. Es especialmente desdeñoso con E.M. Forster, a quien llama “un snob antes que un novelista”: su libro Maurice, famosa historia de amor gay en la Inglaterra eduardiana, le parece “un pedazo de mierda”. Anthony Trollope no lo convence. Y Charles Dickens le genera “sentimientos encontrados”: elogia Casa desolada, Grandes esperanzas, La pequeña Dorrit, pero vitupera contra su “sensiblería”. Al menos, hay razones -otras- que explican su particular animosidad contra el creador de Scrooge, Oliver Twist, David Cooperfield, y las comparte en el programa. Respaldó Dickens al infame Edward Eyre, gobernador de Jamaica que en 1865, en Morant Bay, reprimió salvajemente una revuelta de esclavos liberados que se reclamaban contra las inhumanas condiciones coloniales de la isla. Durante 30 días y 30 noches, Eyre actuó con violencia despiadada, sus tropas asesinaron a más de 400 personas, incluidos niños y mujeres embarazadas. Llovieron azotes y quema de casas, y UK se dividió entonces en un ferviente debate a favor y en contra del racista tirano. “Dickens apoyó a Eyre; sostenía que los nativos tenían que aprender la lección. En ese sentido, como jamaiquino, le digo: Fuck you, Dickens”.