Parpadea el recuerdo de esos ojos azules. El primer poema nace por la impresión que le causaron los ojos de una compañera. Niní Bernardello -que entonces tenía 15 años y vivía en Cosquín- empezó a escribir y a guardar. “La mano guiada por lo que no sabemos,/ aquella pena que rasca y busca el hueso/ hundido en la vieja gracia de decir olvidando”, podría repetir los versos incluidos en Atardeceres marinos, que reúne los poemas que escribió entre 2009 y 2017 en Río Grande, el lugar en el mundo donde vive desde los años '80, y algunos dibujos y pinturas de la propia poeta y artista visual. El libro, publicado por la Editora Cultural Tierra del Fuego, lo presentará Diana Bellessi este jueves a las 19 en la librería Otras Orillas (Mansilla 2974).

El pasado es un relámpago que brilla en la mirada de Bernardello (Cosquín, 1940). Tanto escribió y guardó que un día Bellessi la invitó a publicar el que sería su primer libro, Espejos de papel (1982). “Me encontré con amigos que vieron en mí a una poeta. Esos amigos siguieron acompañándome toda la vida. Una es Diana (Bellessi), a quien conozco desde el año '66. Desde entonces nos pasamos los poemas. Bernardo Schiavetta, que vive en París, venía a casa y leía mis poemas y él también apostaba a que yo era una poeta. Él me ayudó mucho. Otra amiga que creyó en mi poesía es Mirtha Delfipo”, recuerda Bernardello, autora de Malfario (1985), Copias y transformaciones (1991), Puente aéreo (2001) Salmos y azahares (2005), Natal (2010) y Agua florida (2013), entre otros poemarios. “Mi primer libro lo publiqué con el dinero de una rifa de una pintura mía. Las tapas las hice en un lugar; la impresión en otro. No tenía pretensiones de editar. Nunca se me cruzó por la cabeza. En esa época de los '60 teníamos figuras literarias que estaban como en un Olimpo y nosotros nunca íbamos a acceder ahí. Ni se me ocurría editar un libro de poesía, como que no me pertenecía eso”, aclara con una suave tonada cordobesa.

-En Atardeceres marinos aparece una voz que se desconoce, como en el final de uno de los poemas: “esta desconocida que va/ muriéndose soy yo”. O, en otro poema: “me nombro y no respondo”. ¿Por qué este desconocimiento?

-No lo sé, pero yo me siento así… Cuando escribo, entro en una zona desconocida y aparecen los poemas que, a veces, me sorprenden a mí misma. Tengo esa sensación de que no sé quién soy. Y ahora más; por un problema que tengo adelgacé mucho y… sí… soy como otra. Tal vez tanto insistir en que me desconocía logré transformarme en otra (risas).

-También aparece en los poemas el temblor; siempre hay algo que tiembla. ¿Qué es lo que tiembla en tu poesía?

-Creo que es una cuestión vital: lo vivo tiembla. A veces el temblor es más o menos fuerte, pero siempre tiembla por alegría o por dolor. O por misterio, por desconocimiento.

-¿Por qué en varios poemas aparece la “amenaza” o el peligro de la no escritura, de no poder escribir más?

-No sé de dónde viene, pero es una sensación que tengo. La primera que se asombra con lo que escribo soy yo, porque muchas veces me he preguntado de dónde viene esta voz que me dice estas cosas. Al principio no me interesaba demasiado, pero ahora que tengo más libros, me pregunto: "¿De dónde saco todo esto? ¿De dónde viene?" Yo digo que tengo un canal abierto a un espacio que puedo receptar.

-En el poema “Amenazada” evocás a tu madre, que te dibujaba mariposas, una escena en la que planteás “un nido de poesía muda”. ¿La poesía viene de tu madre y de esta pequeña escena?

-Pienso que sí; es un recuerdo real. Ella me incentivó mucho al arte, a la lectura. Mi madre era una persona singular; su presencia aparece en muchos poemas.

-“Atlántico, te hallé en mi fervor/ de huir y huir desbocada hacia/ el pliego cerrado de un enigma:/ el mío”, se lee en un poema. ¿De qué huye Niní Bernardello?

-Será de mi propia historia… Sobre todo de la juventud, cuando todo me era difícil y sentía que el mundo era un enigma que no entendía. No podía responder como todos esperaban, eso me hacía sufrir mucho y quería huir de esa situación cotidiana. Es una sensación muy difícil de contar, pero hasta hace pocos años yo sentía que no hacía nada… Que nadie tenga esta sensación, no se la deseo a nadie. Hace cinco o seis años, empecé a darme cuenta de que había hecho cosas. No era una nada. Pero es muy difícil de transmitir porque el otro dice: “¿Cómo puede ser si escribiste tantos libros?”… Será que vivo en una contradicción interna… O seré muy complicada (risas). O esta complicación interna me lleva a pintar y a escribir. La escritura y la pintura me salvaron de ese desconocimiento del mundo que yo no podía entender.

-En los poemas aparece el paisaje de Cosquín, pero también el de Río Grande, como si la mujer de estos poemas estuviera escindida entre un pasado serrano y un presente “más acuático”.

-El pasado en la sierra está grabado en mí y no se va. Aunque el otro paisaje me tomó y me gusta; eso de estar a la orilla del mar Atlántico me parece una hermosura.

-¿Cómo son los atardeceres marinos en Río Grande?

-Son maravillosos. El nombre del libro es también porque es el atardecer de mi vida; es mi vida la que está cayendo en un paisaje marino. El Atlántico es un mar tan transitado, tanta cosa pasó por ahí, es tan inmenso y tan misterioso que me da miedo, pero también me gusta. Cuando era chica, veía la sierra. Pero antes de la sierra veía unas palmeras inmensas que había en una casa y sentía que vivía en una isla. Mi deseo era vivir en una isla. Pero no moví un dedo para ir a ninguna isla. Llegué, nomás…