Entre Avenida del Libertador y la Autopista Lugones, frente al colegio Raggio y al club Defensores de Belgrano, debajo de los aviones que van y vienen de Aeroparque, y encima del entubado arroyo Medrano: rodeado de todo ese ruido de autos, aguas y gentes está el viejo Casino de Oficiales de la ex ESMA, donde la historia reciente busca romper el silencio murmurando como un eco en esas cuatro paredes. Allí fueron trasladados, secuestrados y torturados muchos de los detenidos-desaparecidos durante la última Dictadura, en su inmensa mayoría muchachos y muchachas que recién habían terminado el colegio y que tuvieron como trágico destino los Vuelos de la Muerte sobre el Río de la Plata.

De la inmensidad de la vieja ESMA (uno de los centros clandestinos de detención más importantes de la última dictadura, junto al de Campo de Mayo), el Casino de Oficiales representa el punto máximo de violencia y latrocinio de aquel sistemático plan genocida que todavía hoy muchos insisten en negar o relativizar. La prueba más concreta está en su ausencia: por ese edificio de cuatro pisos y un sótano pasaron 5000 detenidos-desaparecidos. Allí nacieron decenas de pibes que todavía son buscados por sus familiares.

Pero su presencia también es testimonio. Es que el ex Casino sobrevivió (junto al resto de la ESMA, gracias a la insistencia de varios organismos de Derechos Humanos) a un intento de demolición imaginado por el entonces presidente Carlos Menem para reconvertir el lugar en algo así como un gran espacio verde que representara “la unión de los argentinos”. Era una manera de dejar atrás el pasado. Hoy, en cambio, el lugar funciona exactamente al revés: fue convertido en un Museo y Sitio de la Memoria donde acuden locales, turistas, colegios. Básicamente, aquellas generaciones que nacieron en democracia, que en sus paredes pueden acercarse a un pasado que duele pero nunca deberá olvidarse. La ex ESMA es un lugar donde la pibada puede ir a ejercitar una reflexión colectiva para comprometerse con la memoria de lo que pasó en este país hace mucho, pero no tanto.

El Casino de Oficiales fue remodelado, adulterado y vaciado en distintas ocasiones, principalmente cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos vino de misión a Argentina a finales de 1979, a causa de varias denuncias recibidas. Entonces, muchos secuestrados fueron trasladados a la quinta El Silencio en una Isla en el Tigre . En esa ocasión también tapiaron un ascensor y una escalera interna, que fue encontrada en 2011 mientras se perforaban paredes. Faltan muchas cosas de aquellas épocas, pero aún quedan sombras, ecos y olores. Incluso perduran impresos en las paredes con fibras o rayones nombres, cifras, expresiones y hasta algún corazón.

 

Una incursión a la memoria

Con un trabajo de museología lleno de estímulos para generar tensión y provocar atención, el ex Casino de Oficiales propone un recorrido en una doble dimensión real e histórica. Es que por un lado se puede entrar por el mismo lugar que eran ingresados los detenidos-desaparecidos hasta llegar al último piso donde funcionaban Capucha y Capuchita, los lugares donde eran hacinados en literas o camastros de elástico. Pero al mismo tiempo la cartelería y los dispositivos multimedia (imágenes, proyecciones, audios y documentos) permiten comprender el contexto que propició el horror, desde las influencias internacionales (la Escuela de las Américas yanqui, con su idea del “enemigo interno” pos Revolución Cubana; el entrenamiento con el ejército francés para imitar sus estrategias de tortura y desaparición aplicados en Argelia) hasta las condiciones internas que habilitaron el genocidio.

Abierto de martes a domingos entre las 10 y las 17, con entrada libre y gratuita, el museo ofrece visitas guiadas, aunque cada cual puede hacer el itinerario como le plazca. “Las visitas guiadas muestran cómo era el lugar, cómo se adaptó durante la última Dictadura y cómo se fue transformando en un Sitio de Memoria”, explica Laura Guevara, quien además de guía es profesora de Lengua y estudió Literatura Latinoamericana. Lila Pastoriza, que estuvo secuestrada en el Casino de Oficiales entre junio de 1977 y octubre de 1978, hoy es Directora de Contenidos del Espacio Memoria y dice: “El objetivo del recorrido es ver cómo se pudo hacer eso en este lugar”.

Si bien el acceso es por la fachada principal, también está la posibilidad de ingresar por el playón trasero del Casino de Oficiales, que es donde estacionaban los Falcon para bajar a los detenidos-desaparecidos engrillados y encapuchados. Esa entrada que a veces era también la salida: los miércoles eran llevados desde ahí hacia los Vuelos de la Muerte luego de pasar por la enfermería, donde les inyectaban el Pentotal que los adormecía.

El Casino de Oficiales por dentro

El primer lugar de paso era el sótano, donde todos eran sometidos a sesiones de tortura en pequeños cuartuchos con camillas y la música a alto volumen para disimular los gritos de dolor. Hoy el espacio está sin las divisiones que tenía entonces, aunque en una de las paredes hay un cartel con imágenes tipo carnet en la que se ven caras con palidez, ojeras, angustia y tristeza. Todas fueron sacadas por Víctor Basterra, un obrero gráfico que estuvo cautivo en el Casino de 1979 a 1983 y que fue obligado por los militares a fotografiarlos a ellos y a los secuestrados. Basterra fue conservando algunos negativos y eso permitió tiempo después reconocer a varios de los que estuvieron allí cautivos.

En la planta baja está el salón El Dorado, hoy acondicionado como una pequeña sala en donde se describen con proyecciones en las paredes laterales todos los genocidas que “trabajaron” en el CCD y también la evolución de las distintas causas, pasando por el Juicio a las Juntas, las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los indultos de Menem, la derogación de todos esos decretos en 2003, la aprobación de la Corte Suprema en 2005 sobre la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, la reapertura de las causas a partir de 2006 y las sucesivas condenas.

 

Por ahí también están las oficinas de los jerarcas de la Marina que actuaban en el CCD y la Casa del Almirante, aquel suntuoso chalet donde moraba el jefe de la ESMA y en el que transcurrió la famosa historia de Andrea Kirchmar , quien a los 11 años fue invitada por la hija del entonces almirante Rubén Chamorro a jugar, tomar Coca Cola en botellitas de vidrio y mirar la película Drácula en pantalla gigante, y en un momento vio por una ventana como una mujer encapuchada y encadenada era bajada de un Falcon por dos hombres que la apuntaban con armas.

En el primero y segundo piso están las habitaciones en serie para alojar oficiales, aunque el recorrido llega a su momento de mayor intensidad en el tramo final, llegando al tercer piso. Ahí convivían el Pañol con todos los objetos robados a los detenidos-desaparecidos, un sector llamado Pecera con cubículos en los que los secuestrados eran reducidos a la servidumbre para realizar trabajos forzados según su oficio o especialidad, un pequeño cuartito en el que las embarazadas daban a luz, dos baños y la tenebrosamente celebra Capucha.

 

Allí se amuchaban las colchonetas o camastros donde los detenidos-desaparecidos pasaban largas horas de frente a la pared, atados de pies y manos y soportando la amplificación del calor o el frío que hacía afuera. Los rodeaban ratas y cucarachas. Todavía se siente la falta de aire y la humedad, que dan por resultado una temperatura espantosa, sea la estación que sea. A eso se le suma Capuchita, un altillo con un tanque de agua en lo que sería un falso cuarto piso donde también se alojaban secuestrados y además se torturaba.

Quien no vivió esa época ni tampoco padeció la desaparición de un familiar recorre el lugar creyendo que todo se trata de ciencia ficción. ¿Cómo podían otros pibes vivir y parir en esas condiciones? Mariel Iglesias, otra de las guías, es estudiante de Historia y de la Tecnicatura de Pedagogía con Orientación en Derechos Humanos. Y se pregunta a sí misma qué puede tener de lindo este trabajo, el suyo: “Que las generaciones que no vivimos la Dictadura podamos pensar lo que implicó a través de las historias personales”.