¿Cuál es la realidad del sector?

- Si vamos a un periodo de los últimos 20 años ha tenido un crecimiento sustancial en el mundo y el posicionamiento de los vinos argentinos creció y el equipo humano de la vitivinicultura se potenció enormemente. Si tomamos un período más corto del tiempo, crecimos en exportaciones muy fuertemente hasta el 2010. A partir de 2011, que se planchó el dólar, las exportaciones se amesetaron. Hubo un periodo posterior difícil, en 2016 y 2017 con dos malas cosechas, las dos menores de los últimos 60 años, y ahora estamos frente a una situación de dos buenas cosechas (2018 y 2019) pero el sector tiene problemas por los precios my malos que está recibiendo el productor por la uva.

¿Cómo los afectó la política económica de los últimos cuatro años?

- La macroeconomía nos ha afectado mucho. También hubo cambios en los hábitos de consumo, pero es muy difícil en una agroindustria en la que se produce una vez al año y se vende a lo largo del año poder sobrevivir con tasas de interés del nivel que tuvimos en los últimos tiempos. Ninguna actividad resiste tasas del 70 por ciento anual. Eso afectó mucho. En este momento los precios siguen bajos, parece que estamos en una cosecha de menor volumen al esperado y por primera vez en varios años el consumo de vino empezó a crecer el año pasado. El consumo nacional creció 5,1 por ciento y parece que las condiciones están dadas para las exportaciones.

¿Cómo se reparte la producción?

- Las exportaciones son muy importantes para el sector. Exportamos un 25 por ciento del volumen de vinos que producimos. El consumo interno tiende a estabilizarse en un rango de 20-22 litros por año por persona. En 2016 y 2017 hubo una caída por el problema de la baja cosecha que tuvimos. El problema fue la falta de stock y hubo que importar vino para satisfacer el consumo nacional. Eso se puede remediar con políticas públicas, como un banco de vinos, para que haya un stock voluntario y flotante que permita absorber los momentos de sobreproducción y liberar cuando hay baja producción.

¿Cuál es el nivel de concentración del sector?

- No hay relación con el tamaño. Hay jugadores muy pequeños que hacen los vinos más ricos del mundo. Hay diversidad. Distinto es con las cervezas, aguas y gaseosas, donde hay uno o dos oferentes. En el vino somos miles. No es una decisión nuestra, porque hay capital para concentrar, pero el consumidor quiere diversidad.

¿Cuál es la situación de su empresa?

- Somos una empresa familiar. Somos tres generaciones trabajando junto, mis hijos y todavía mi madre. Mi madre está a cargo de una sala de arte y una fundación que enfoca la educación de nuestros trabajadores y sus familias. El vino es lugar y gente. Necesitas un buen lugar y buena gente para hacer un vino de calidad. Tenemos la suerte de tres hijos con funciones diferentes. La nueva generación ha refundado la empresa y estamos enfocados en vinos que hablen del lugar, con las distintas indicaciones geográficas del Valle de Uco. También en un proyecto interesante de aceites de oliva de alta calidad, que en nuestra región se da muy bien, y un proyecto turístico que mi hija lidera. Recibimos más del 60.000 personas al año, con tres restaurantes, dos centros de visita y una serie de programas que la gente puede disfrutar.